sábado, noviembre 13, 2004


Vicente Quirarte en el Rioja Posted by Hello

lunes, octubre 11, 2004


Con Jaime Augusto Shelley en Zacatecas  Posted by Hello

Escribir. Asunto personal.

En una Zacatecas ajena a López Velarde

HOY POCA GENTE se interesa en la cultura, pero hay que intentar mantener un poco de lo que alguna vez daba sentido al mundo. Ir a Zacatecas a comentar lo que lo hace a uno escritor, en mi caso; y en el de Jaime Augusto Shelley --el miembro más importante de la generación de la Espiga amotinada, un movimiento poético que dio un vuelco a la poesía mexicana a mediados de los años 60 del siglo pasado--, quien habló del futuro de la poesía, fue una excursión gozosa, aunque el trato de los responsables fue mediocre. Viejos amigos, como José de Jesús Sampedro --editor de la revista Dos filos-- y Esther Cárdenas hicieron de la estancia un motivo de placer. Sólo por ello lo registro.


Leído en el templo de San Agustín, en la Feria del libro

Es tradición: los grandes pensadores no escribieron. Los reinventaron, los transcribieron. Ahí tienen a Platón, dejando hablar a Sócrates. Uno, no. Uno tal vez deje hablar y oiga a la gente, o no. Pero uno escribe, se escribe.

Vuelvo la vista y trato de explicarme por qué me puse a llenar cuadernos, a redactar frases desesperadas y reclamos al mundo, como si el mundo tuviera la culpa de que uno, alguna vez, deba ser adolescente. No siempre había sido adolescente: en 1964, un compañero de la primaria circulaba un periódico de chistes. Un gran negocio. A veinte centavos la lectura. Me pareció espléndida la idea y publiqué un diario.

Durante las noches de octubre, entonces, se oían las noticias de la olimpiada y yo las registraba para formar El reporter. No inventaba nada. El 98 por ciento de las noticias eran breves notas, dos o tres renglones de lo que dictaba un radio de transistores: notas nacionales, alguna internacional, deportes, humor; y los horóscopos, que eran más bien consejos del tipo, el Tauro que no empiece a estudiar la célula para el lunes, sufrirá un fatal revés en su existencia. Y párale de contar. Hacía un original y cinco copias al carbón. Se vendían en el primer recreo, y el producto ajustaba para el refresco y la torta del segundo. He olvidado cuántos números alcanzó la publicación y los motivos de su muerte. Puedo recordarlo ahora, cuarenta años después, porque entre los papeles de mi madre descubrí un ejemplar borroso y arrugado, que está en la gaveta de mi archivero entre papeles que, a su vez, mis hijos y mi(s) nieto(s) tal vez exhumarán o echarán al bote de lo reciclable. Desconozco cualquier otra forma de eternidad.

Quizá esa sea la época de mi vida en que escribí con mayor fervor e interés. Y la imagen puede representarse como un burro en marcha, balanceando la cola, persiguiendo una zanahoria que cuelga de un hilo atado a una vara, amarrada al cuello del animal.

En Los últimos días de Kant, un hermosísimo relato de Thomas de Quincey, se describe al filósofo cotidianamente enfrascado en la contemplación de un gran árbol frondoso frente a su ventana. Su vecino, más práctico que razón pura, lo derribó, ya que no producía fruto alguno. Kant reclamó enfurecido. Logró que el Ayuntamiento de Königsberg reconociera que la filosofía kantiana era fruto del árbol, y la planta volvió a ser colocada en su sitio. Y a dar fruto.

De Quincey no explica cómo se resucitó al árbol; ni el grupo de los cien ha esclarecido el caso. Mas De Quincey cuenta el hecho de una manera verosímil y eso basta.

Hombre disciplinado, riguroso y puntual, mi padre intentó hacer el mundo a su imagen y semejanza. Médico, gustaba de la lectura; abandonó su escasa afición por el cine en 1958; permitía la televisión por complacer a sus suegros, aficionados a las noticias de las 19:30; y para ver los toros, la tarde del domingo. Católico, siempre fue un cuáquero disfrazado: en su hogar todo se regía de acuerdo con las manecillas del reloj.

Por ello nunca me aficioné a la televisión, ni mis hermanos. Teníamos derecho a media hora de programación sosa. No nos compraba juguetes después de cumplidos los 6 años; pero siempre estuvo dispuesto a patrocinar casi cualquier libro. Buen investigador, nos usaba a mi hermano y a mí como conejillos de indias o ratas de laboratorio para corroborar la eficacia de nuevos medicamentos. Infirió, por ejemplo, que un compuesto había sido el único posible agente para enfermar a mi hermano de una hepatitis medicamentosa, y con éxito comprobó, tras administrármelo, que su hipótesis era cierta.

Debo a aquella hepatitis mi compulsión por la lectura y mi desapego al salón de clases. Las horas de vigilia en cama son larguísimas para un niño obligado a la pasividad, al reposo absoluto. Comprende con rapidez cómo la sombra de un muro se escurre con lentitud frente a su ventana y el tránsito de la luz a la oscuridad es inmenso y fatigosos como un desierto a mediodía. Inválido virtual, no tiene la posibilidad de empujar siquiera el segundero para que la vida suceda con mayor prontitud. Condenado a sus miedos y pensamientos, o a insomnios noctívagos, descubre una tarde con asombro la historia del Abate Faria y de Edmundo Dantés: y encuentra el mar, islas y tesoros ocultos, el valor y la audacia, y entonces descubre cuál es su libertad, y se enamora de ella para siempre.

A diario me llevaban la tarea, los libros y manuales del colegio; hacía mis deberes y seguía leyendo. En mes y medio logré salvar suma cum laude el cuarto de primaria, me hice lector y descubrí que nunca habían revisado ni corregido mis trabajos. Supe así que no se es más que un número en la lista, y que a nadie importa que uno sepa o no.

Había en la escuela una buena biblioteca y la hice mi sede y refugio: mis compañeros crecieron con celeridad; yo nunca. Lo cual me volvía muy vulnerable a la violencia. Y tal vez por ello mis quejas fueran escondidas en cuadernos o páginas de diario, donde también más tarde me dio por contar romances imaginarios y escribir en columnas, como en verso, frases cursis.

Habla la gente maravilla de esas edades y las rememora con suspiros y ojos en blanco. Yo no. Me alegro de no tener que volver a pasar por ahí.
*

Las miras familiares siempre estuvieron alrededor de la ciencia. Averiguar por accidente que no sólo podía estudiar física y astronomía sino también letras, me cambió la vida a los quince años. Guardé en silencio mi vocación, no fuera a ser abruptamente cancelada; y sólo cuando llegó el resultado favorable del examen de admisión, y vio mi padre hacia dónde me dirigía sólo dijo, 'qué barbaridad, vas a perder tu alma'.

Y en efecto, la perdí.

Encontré el paraíso, se llamaba UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, y vi que en el mundo había mucha más gente como yo. Que podía ver uno escritores por aquí y por allá, santones y vacas sagradas. Y como bono adicional, un buen número de mujeres bellísimas y más, muchas más horrendas. Ni los cielos son perfectos.

Los amigos que conservo los conocí entonces, ahí, a partir de marzo de 1971. Y bien, entre ellos están Marco Antonio Campos y Luis Chumacero, pero también considero al Amadís de Gaula, a La Celestina, a los poemas de Catulo y a Alonso Quijano, al implacable Huberto Batis, a Góngora, a Margarita Peña, toda chistosa, a Günter Grass, a Lovecraft y a José Donoso. Campos se instituyó en mi hermano mayor y me llevó con Luis Spota, al que le caí bien y me dejó colaborar en El Heraldo de México, en su suplemento. Campos llevó mis cuentos a Punto de partida y luego me hizo concursar para las primeras becas de narrativa que ofreció Bellas Artes para jóvenes, y esos momentos, ahora, me emocionan más que publicar un libro o terminar una traducción.

Lotería. Obtuve la beca, que equivaldría hoy a unos mil cien dólares. La fortuna de que mi tutor fuera Tito Monterroso, quien siempre nos enseñó lo mejor de él ?además de formas de respeto y prudencia ejemplares? y el deslumbramiento de que jamás nos hiciera leerlo ni dejó que pensáramos ni en su fama ni en la de nadie, la sigo considerando memorable. Asimismo, jamás menospreció a autor alguno ante nosotros, aunque se refería a la buena o mala factura de tal o cual texto; proponía evitar prejuicios y formular juicios, y nos enseñó a leer y a citar a Alfonso Reyes, en cuya capilla, y entonces biblioteca, trabajamos los martes de aquel año de gracia de 1973.

Ruiz tenía veinte años, y la fortuna también le concedió sus desdenes con pluralidad generosa, y le enseñó a mantener esa suspicacia o desconfianza que se oculta en la sutil sonrisa con la que enfrenta todo supuesto triunfo o pretendido éxito, ya que comprendió que nacer bajo el signo de la balanza tiene su precio. Porque aquel año y el siguiente, sus fracasos afectivos le otorgaron el conocimiento de la depresión profunda, la cabal pérdida de la autoestima, la comprensión de la música de Mahler --para levantar el ánimo--, y cierta propensión al mutismo o a la digresión --si no está a la mano un buen whisky como catalizador del habla.

Al término de la beca, cuando entregué a Monterroso lo que yo pomposamente llamaba 'el manuscrito de mi libro', Tito fue breve en su comentario: reescribe todo. Que tu manuscrito sea impecable en la presentación, sin tachaduras o enmendaduras. Que lleve un índice. Que haya una secreta propuesta de equilibrio interno y contrastes de los textos en el orden de tus cuentos. No tienes que publicar todo. Sólo aquello que ya no puedas mejorar sin empeorar.

Asunto oscuro. Según yo, ya estaba bien. Samperio, mi compañero de beca fue publicado al poco tiempo: Último round. Y luego estuve de atendedor de Luis Chumacero corrigiendo pruebas, discutiendo el orden de las historias, escuchando las demoledoras frases de don Alí respecto a las técnicas editoriales, y otros qué y cómos que sólo se aprenden en el camino. Fue muy bonito después ver publicado Casa llena, con Genaro y sus gogles en la portada, tal y como lo describía el Chumacero en el relato que da nombre al libro.

Reescribir Viene la muerte se convirtió en mi mayor ocupación. Ya he olvidado el número de versiones y correcciones que hice entre 74 y 75. Encontré una de tantas hace diez años, en los archivos de Literatura del INBA. Ciertamente, no es la que se usó en la publicación. Cuando después de un tiempo me quedé con unos cuantos cuentos que ocupaban casi 60 cuartillas, como decía Tito, me sentí un Balzac.

Sin embargo, el INBA no lo publicó. Cosas de programas y de presupuestos. Marco Antonio Campos se lo llevó a Eugenia Revueltas, quien decidió hacer de él el primer volumen individual de la colección de Punto de Partida, y Alí Chumacero se ofreció generosamente para cuidar la edición. El libro apareció en el otoño de 76.

Nadie soñaba en aquel entonces en vivir de la escritura, ni había becas de reintegro. De modo que terminé la carrera y comencé a dar clases en la UAM. Mi compañero de cubículo era un talento reconocido con el Premio Villaurrutia, Carlos Montemayor, autor de Las llaves de Urgell. Como apenas había unos cuantos alumnos en Azcapozalco, dábamos sólo tres clases a la semana. Y el resto del tiempo, como decía Alfonso Reyes, hora nalga. Y Azcapozalco en ese entonces estaba lejos de todo, incluso de Dios y de Estados Unidos.

Ésa fue otra beca. Ahí escribí mi tesis sobre Bioy Casares, los cuentos que conformarían años después La otra orilla, las once o doce versiones previas a la definitiva de Olvidar tu nombre, y mis primeros poemas, junto con numerosas reseñas de libros y algunas traducciones.

A Montemayor no le gustaba convivir con los demás profesores más que a la hora de la comida, y se la pasaba pegado a la máquina. Yo aprovechaba que teníamos derecho de pedir a la biblioteca lo que considerábamos prudente como acervo y Carlos, y otros profesores del área me recomendaban lecturas y preferencias. Además Montemayor me criticaba lo que escribía y yo le pagaba con la misma moneda. Fuego a discreción, pero amigos como siempre.

No hacíamos propiamente vida literaria. Aprovechábamos a los escritores visitantes (Ledo Ivo, Jean Meyer, Fernando Ferreira de Loanda, Isabel Fraire...), y teníamos espléndido cine y teatro. Conciertos, frecuentemente. Y lo más placentero de la UAM, entonces, es que reproducíamos a escala lo que más habíamos gozado de nuestra vida de estudiantes de la UNAM, como profesores de la UAM. Y como experiencia enriquecedora, nuestro trabajo: la reflexión constante respecto a la lengua y su enseñanza; lo que fuerza a analizar y proponer variantes estilísticas diversas, en cada curso, de las que uno también aprende. Algunas veces comenzábamos con Quevedo, otras por Arreola o Yáñez, como formas ejemplares de prosa, y cambiábamos la bibliografía cada trimestre, por rigor, para evitar la monotonía que desdibuja el valor de la enseñanza.

Cuando se es joven, desespera como narrador no tener la experiencia vital para desarrollar amplias o grandes historias. Poco a poco, con el tiempo, las anécdotas llegan, se aprecian con más dibujados perfiles; los personajes se muestran con mayor detalle y claridad; se aprende con la continuada práctica el goce del cuidado del detalle y la precisión al afinar un gesto, una atmósfera. Se distingue, con ayuda de la lectura de los poetas, la necesidad de perfeccionar ritmos, matices; se descubre cómo enriquecer con imágenes la prosa, cómo alcanzar las metáforas y rehuir los adjetivos fáciles o innecesarios.

Al leer a los dramaturgos, se aprenden los secretos del diálogo. Al recurrir a las grandes confesiones de otros escritores o a sus bien llevadas entrevistas, se reconoce el guiño cómplice, sus grandes secretos en una frase de apariencia inocente; en cortas frases comparten sus descubrimientos esenciales y uno aprende a comprobar dónde utilizarlos al analizar sus obras en la relectura.

Hay días estériles. Aparentemente estériles, o semanas, y Carlos Montemayor en su momento, y José Emilio Pacheco y Rubén Bonifaz Nuño, después, me recomendaron aprender y cultivar la traducción de autores con los que sintiera alguna afinidad. Hay un abismo entre leer en otra lengua y reescribir en la propia un texto ajeno: se convierte uno en ladrón de recursos. En especial si se tiene como principio cuidar un texto ajeno tanto como el propio.

Cumplidos diez años en la UAM, tuve miedo de que la vida sucediera fuera del campus y la viera pasar desde mi ventana. Dejé la universidad y ejercí diversos oficios, como editor, como bibliotecario, como servidor público, como promotor cultural. Di talleres. Vi mundo. Viajé y hablé con las personas que iba encontrando, y escuchaba sus historias; los dejaba hablar. Y regresaba a mi máquina o a la computadora todo el tiempo posible. Todos somos personajes, propios o de algún otro. Sabemos.

La regla ha sido robar tiempo al placer, al ocio, a la familia, a los amigos. Convivir y diluirse en la escritura. Encerrarme a leer. Vivir la vida como una fuente constante de la creación. He intentado todos los géneros y no conozco más descanso que escuchar música, conversar, ver algo de teatro, ver cine. Me gusta conocer a otros escritores y leer las propuestas de los jóvenes. Gozar de mis seres queridos. O hacer, editar libros...

No sé hacer dinero, ni tengo más propiedad que mi computadora y mi ropa. Me preocupan más mis ojos y mis dioptrías que la próstata. Ambiciono seguir escribiendo. No me interesa la fama, ni la crítica, ni los lectores; son factores que no dependen de mí. Los momentos más deliciosos de mi vida han estado relacionados con la lectura y con la escritura.

Evito dar consejos, sólo recomiendo libros o un buen café, escuchar un poco a Bach por la mañana, y releer un poquito de Homero, y de Cervantes, que a nadie hacen daño. Después, prefiero cerrar la boca y me digo a veces la frase del Eclesiastés: todo pasa, todo es vanidad. Y quien sabe a dónde va, no llega lejos. Y adelante, porque la vida no espera.


miércoles, octubre 06, 2004


Manuel Hernández con Gonzalo Soltero  Posted by Hello

Los nuevos alqimistas

Sus ojos son fuego
de Gonzalo Soltero
PREMIO NACIONAL DE NOVELA JORGE IBARGÜENGOITIA 2003


QUIENES HAN CONTEMPLADO el ojo de Dios inscrito en un triángulo, pocas veces lo relacionan con el fuego de la zarza que revela a Moisés la existencia divina.

Y en la clase de química nadie se opone a la explicación magistral que va describiendo que el azufre, que se escribe con '
z', proviene de la etimología del término latino sulphur, que se abrevia S, de donde deriva asimismo la palabra sulfurarse, circunstancia que manifiestada respecto a una persona, la sitúa entre la extrema ira y el borde de la violencia.

Continúa la clase de química, esta vez orgánica, donde se expone que los hidrocarburos contienen mucha energía, misma que se extrae de ellos a través de la combustión, generalmente por fuego.

Llama la atención que al fuego, como a Dios, se le represente como un triangulito, explica el profesor de química, y agrega: en la medida que esta ciencia se organiza con base en el trabajo de los antiguos alquimistas, que representaban de esta manera al fuego, la costumbre se conserva hasta nuestros días.

Pocos como los alquimistas, a su vez, para mantener vivas dos tradiciones: la pitagórica ?por una parte? y las reflexiones de Hermes Trimegisto. Los alquimistas profundizaron, como lo hicieron los cabalistas también, en el orden de la creación y su equilibrio; así como en la importancia de la triada y el número tres (pensemos en los lados del triángulo y en sus tres ángulos, y en otros tantos complementarios), como uno de los números perfectos de la creación (tal y como son los otros dos primos: el cinco, base del pentáculo, el pentagrama protector; y el siete, número mágico y perfecto por antonomasia; además de la unidad, el uno).

El Dante, en la
Vita nuova, reflexiona también con respecto a otros asuntos numéricos: con toda claridad nos previene contra el seis, el número de la imperfección --afirma-- porque no alcanza la perfección del siete. Así, el número de la bestia, del Anticristo, tiene en su nombre el 666, una triada de seises: la imperfección tres veces reiterada.

Y bien, si el mundo moderno carece de la pericia para comprender estas antiguas cuestiones, ello no es impedimento para que ocurran en él acontecimientos que señalan el final de los tiempos. Lo cual --asimismo-- es la base de la que debe partirse para su posible explicación.

Hace tiempo, comentando con Rubén Bonifaz Nuño algunos de sus textos, discutíamos que
Fuego de pobres, uno de sus más hermosos e intensos poemarios, tiene una mayor aceptación entre los lectores debido a su claridad exotérica; es decir, por su expresión de la realidad sensible dentro de un orden natural y cotidiano. Cuando, en contraste, La flama en el espejo es más bien un libro hermético, tanto como El canto a un dios mineral de Jorge Cuesta, precisamente por su estrecho contacto con las antiguas tradiciones que el neoclacisismo y el enciclopedismo buscaron enterrar.

A ningún lector atento extraña, después de la lectura de
El perjurio de la nieve de Adolfo Bioy Casares o de su Historia prodigiosa, que haya una reiterada búsqueda a través de la literatura contemporánea de otros conocimientos a través de símbolos en apariencia olvidados.

Bioy buscó mostrar la presencia de una serie de de dioses griegos o romanos que intervienen aún en el destino de los hombres, quienes ?ciegos de vanidad? creen actuar con libre albedrío, a diferencia de los personajes de la
Iliada o la Odisea, quienes reconocen la interacción divina en la vida humana y en los actos de los héroes.

Búsqueda semejante emprendió Carlos Chimal con
Lengua de pájaros, novela que se refiere directamente al modo secreto entre los alquimistas de comunicar sus conocimientos en relación con la búsqueda de la piedra filosofal, y su gnosis.

No extraña por ello que Gonzalo Soltero, con análogos fundamentos, ubique en nuestro tiempo y circunstancias una historia de tradición milenaria: la caída de una ciudad, el término de una civilización. Nuestra ciudad. Nuestra civilización. Y que en particular, la voz narrativa de su volumen, incorpórea y omnisciente, relate bajo la imagen del fuego o del número de la bestia (la bestia misma) la final hecatombe de un mundo que no es ya la divina Tenochtitlan.

Aquel que tiene los ojos de fuego, esa voz que narra, cumple a la perfección con su intento: demostrar que tras una fase evolutiva una especie puede dominar a una especie débil, la nuestra.

En Sus ojos son fuego, una triada de biólogos y fisiólogos: Adrian Ustoria, Malula Maldonado y Héctor Carrillo se enfrentan respecto a la aplicación del método científico en una investigación. En ella, una triada de monos bonobobos: Vicenta, Simión y Alex son sacrificados en aras de la búsqueda de estímulos en sus comportamientos sexuales y de agresión a través de la inducción de una serie de agentes diversos en sus centros nerviosos e hipotalámico.

Los lectores descubrirán con azoro, junto con los observadores de la investigación, que los estimulantes son capaces de vencer la fuerza del instinto de reproducción --instinto que en circunstancias normales rebasa la importancia y prioridad del de supervivencia. Es decir, la violencia y la agresión pueden llegar entre los mismos individuos a rebasar, contra natura, el impulso de perpetuación.

Una tercera triada actúa en función de sus propios intereses: los sindicalizados del instituto: Herlinada, Filemón y Fran, que asuzan los miedos sociales a través de los diversos medios y recursos a su alcance.

Por su parte, el fuego tiene un instrumento: Miguelito, catalizador de la circunstancia. Como inspirado en un eco bíblico de la frase evangélica que afirma: "Mi nombre es legión", Miguelito es una rata de fuerza y proporciones inusuales.

A su vez, al ir descifrando estas circunstancias, el lector de
Sus ojos son fuego tiene presente una frase frecuente de los diarios: la universidad es el laboratorio del país. Y quien ha leído los diarios vespertinos de los años recientes recuerda y descubre un hecho apuntado con frecuencia: las ratas de la ciudad no sólo se han multiplicado, han aumentado su tamaño hasta alcanzar proporciones aterradoras.

Los nocturnos caminantes solitarios saben que la ciudad sólo posee unos cuantos fantasmas; pero en cambio abunda en sombras fugitivas, acechantes, no sólo en alcantarillas o en esquinas, sino en bardas, tuberías, escaleras y azoteas.

La triada de sindicalistas, rodeada de animales e instrumentos bajo su responsabilidad y control, conoce su poder por encima de las restantes triadas, y lo ejerce de modo lúcido para pervertir el orden acostumbrado de las cosas.

Los acontecimientos se narran en tres capítulos, que comprenden los tres días que bastan para dar cuenta de que la hipótesis de Adrián Ustoria llegaba más lejos de lo intuido o imaginado. Así, comprendemos: su destino está sellado. Extraños dioses jugaron con él y con nosotros.

Ustoria, en carne propia ha ido padeciendo golpes, asaltos, agrsiones. Nadie se salva en la Ciudad de México: atisbamos el fatal desenlace cuando tres asesinatos rituales se cumplen. El número de la bestia habrá alcanzado la perfección que necesita. Se abrirán entonces las puertas del abismo y se desatará su cólera. Con ello el resto de los hechos se cumplen con perfección en un mundo donde la creciente ola de agresión y violencia refuerzan el horror que nos corresponde vivir.

Con estos elementos, Gonzalo Soltero ha logrado una novela estremecedora, tensa, brillante que se dispara de principio a fin en una noche iluminada por sombras, que se inserta de manera lúcida en la historia de la literatura mexicana de este nuevo milenio.



Soltero, Gonzalo. Sus ojos son fuego. Premio nacional de novela Jorge Ibargüengoitia 2003. Col. Premios nacionales, Ediciones la Rana, IECG. Guanajuato, Gto., 2004. Sin ISBN, 177 pp.

martes, octubre 05, 2004

La notable escritura de Augusto Monterroso y su heterónimo Eduardo Torres



¿CÓMO SE HACE UN ESCRITOR? ¿Qué hacen los escritores? Su naturaleza camaleónica qué aires respira, cuáles son sus maneras de vivir, sus ritos de paso, sus modos de reproducirse y de no morir? Éstas y análogas preguntas se responden --o sus respuestas se insinúan-- en Lo demás es silencio, de Augusto Monterroso (1921-2003) cuya primera edición de cuatro mil ejemplares apareció en octubre 7 de 1978, esto es hace 26 años.

Antes de este libro, Monterroso había escrito y publicado, en 1959, Obras completas (y otros cuentos); además de La oveja negra y otras fábulas, 1969, volumen que en breve tiempo tuvo un amplio número de lectores. Sin embargo, para Tito --a quien nadie se dirigía como Augusto, lo que hubiera sido una antinomia flagrante--, la fama y el boato no eran cuestiones capitales sino el placer inmenso de acercar palabra por palabra su obra a una perfección aprendida en los clásicos universales; asunto que hoy en día a pocos autores y lectores interesa.

En reciprocidad, la aceptación y reconocimiento, curiosamente, no le abrieron la puerta del círculo de premios y galardones del establishment literario de México; mas era obvio para los lectores de entonces que Monterroso era uno de los autores medulares del 'boom' latinoamericano; como lo registraba José Donoso en 1972, entre las páginas de su Historia personal del boom, biografía de una generación que se publicó al mismo tiempo propiamente que Movimiento Perpetuo, volumen donde Monterroso confirmó su dominio del ensayo literario.

Cuando Michel de Montaigne decidió escribir el amplio opúsculo o serie de reflexiones que hacen de él un autor perdurable, puso como principio para el género esa recapitulación de la propia experiencia en contraste con los hechos y dichos del mundo. Contados autores han aprendido con tanto gusto la lección. Monterroso manifiesta en su escritura que una parte del orbe, incluso la que es vista como trágica a veces, tiene su contraparte humorística, y la mejor manera de mostrarlo es a partir de esta aparente contradicción. Tito ubica la vida como el punto de equilibrio de la constante oposición entre la lectura y el oficio de escribir, y para ilustrar el asunto cede la palabra a su heterónimo Eduardo Torres, a quien había comenzado a tratar y a descubrir a fines de los 50.

De varias maneras Torres ya tenía cierta influencia en la vida de Monterroso para este libro. Algunos de los pensamientos del sanblaseño se habían deslizado como epígrafes entre los textos de Movimiento perpetuo:
'Poeta, no regales tu libro; destrúyelo tu mismo.',
muy citado entonces por los narradores y comunicadores --aunque actualmente es poco recordado ante las escasas ediciones del género. En cambio, se ha revalorado ante la crítica política de los tiempos que corren el inolvidable aforismo cirquense de ET: 'los enanos tienen una especie de sexto sentido que les permite reconocerse a primera vista'.

Asimismo, gracias a Monterroso sabemos que Torres no excedía el 1.60 mts., de estatura, y que --en muchos sentidos-- las enseñanzas del polígrafo de San Blas incidieron en nuestro autor. De hecho, el ensayo 'Humorismo' de Movimiento perpetuo es una disertación que se dirime a través de dos argumentos: el de Monterroso-Clausewitz: 'El humorismo es el realismo llevado a sus últimas consecuencias'; y el de su maestro Eduardo Torres, quien define a los hombres como los animales más estúpidos y ridículos de la creación, capaces de perder el espíritu cuando optan por la guerra.

Esta proximidad entre Torres y Monterroso se hace evidente a la muerte del maestro ET. El agradecido discípulo y amigo reúne y transcribe con afecto filial textos dispersos del sanblaseño y las opiniones de gente afín a ET, un testimonio donde se recupera la peculiar personalidad --descubrimos-- de un hombre de letras.

En su momento, hubo quien quiso ver en Lo demás es silencio una novela biográfica y una antología, ya que había razones para ello con base en la estructuración del texto y en la unidad estilística que logró Monterroso en el libro. Asimismo, no faltaron voces que argumentaran que --al modo de Boswell, Platón, Hitchcock o Gironella pintando Las meninas--, Monterroso --autor de los menos aficionados a referirse a sí mismo-- finalmente había caído en la tentación de aparecer como testigo de su propia obra. Las relaciones de Luciano Zamora y la firmada 'un amigo' fueron objeto de diversos análisis lexicográficos y estilísticos a la manera de cada teoría postulada ad hoc, e incluso dieron materia para entrevistas o artículos que Marco Antonio Campos o Wilfrido H. Corral tuvieron a bien compilar en diferentes épocas.

Para los discípulos de los talleres de Monterroso en el INBA, cuya metodología y circunstancia ha descrito con acierto Juan Villoro, es evidente que Tito gustaba de hacer literaria la vida y tomar de la vida y de la literatura el material para la literatura. Cuenta uno de los becarios de aquel taller que un periodista acudió a entrevistar al escritor en la Capilla Alfonsina, a fin de hacer alguna nota respecto a su vertiente didáctica, lo cual no interesaba mayormente a Monterroso. Periodista y alumnos por igual disfrutaron del ir y venir de las preguntas y respuestas. Ya a solas, el tutor interrogó a los discípulos:

--¿Se fijaron cómo lo entrevisté?

Quizá esta anécdota ilustra en el juego de espejos que muestra con claridad la distancia de Monterroso respecto a la vida literaria en 'Te conozco, mascarita' de Movimiento perpetuo:

El humor y la timidez generalmente se dan juntos. Tú no eres una excepción. El humor es una máscara y la timidez otra. No dejes que te quiten las dos al mismo tiempo.


Texto donde Monterroso, a la manera de Marcial, manifestó una de las características esenciales de su modo de ser. Libro catártico, Movimiento perpetuo es el volumen más representativo de la intimidad de Monterroso persona, quien dirime la diferencia entre una serie de cuestiones fundamentales para comprender su lectura. Seriedad y humorismo, excentricidad y seriedad, la escritura y el amor, las moscas, la lectura, las separaciones, riqueza o pobreza, el cinismo y el escepticismo, política e ideologías. La estatura y los complejos de los demás. Eternidad, muerte e infinito. La vergüenza y la incomprensión, la amplitud o la sabia brevedad se vuelven temas donde la lucidez gobierna cada frase con una claridad deslumbrante que la fascinación del lector.

De manera que, cuando se lee la frase de Cicerón:'Niño, espanta las moscas', que es colofón de Movimiento perpetuo, el lector descubre que tras el descenso al infierno, Monterroso ha exorcizado a sus demonios.

Monterroso, puede entonces emular las mareas: ser el biógrafo de Torres, su discípulo, y ver la astilla y la viga en el escritor admirado para asumirse como un autor desconocido --desde entonces hasta Los buscadores de oro (1993)-- 'o, tal vez con más exactitud, un autor ignorado'.

Ésas y las siguientes líneas de Los buscadores... muestran con claridad el eterno pánico escénico de Monterroso en un autorretrato doloroso, que contrasta con el Monterroso atento, serio y perspicaz, de maneras sencillas e intervenciones discretas, agradables que fue siempre, presto a aconsejar a sus discípulos: 'aprendan a hablar en público' con el mismo placer que transmitía el consejo de los romanos: 'deja descansar el libro'; o, 'nadie como Samuel Pepys ('¿paips?, ¿pypis?', cómo caramba se pronunciará...) y sus diarios para descubrirnos el placer que es escribir sin preocuparse que un texto vaya a ser publicado'.

Ah, la retórica, la antigua retórica, la de Quintiliano, no es otra la que utilizó y enseñó Monterroso: y con un matiz que todo guatemalteco reconoce como característica nacional: dicho, mostrado con una dulzura de miniaturista.

Es imposible hacerse de una idea directa de Eduardo Torres, descubrimos tras la lectura de Lo demás es silencio; donde con una sabiduría rayana en la travesura, el compilador y exégeta de Torres ha seguido a consciencia el consejo de Jorge Luis Borges para elaborar su estructura 'a partir de una broma que Wilde atribuye a Carlyle':

?Una biografía de Miguel Ángel que omitiera toda mención de las obras de Miguel Ángel [...] No es inconcebible una historia de los sueños de un hombre; otra, de los órganos de su cuerpo; otra, de las falacias cometidas por él; otra, de todos los momentos en que se imaginó las pirámides; otra, de su comercio con la noche y con las auroras. [...] La broma de Carlyle predecía nuestra literatura contemporánea...?
Sobre el 'Vathek' de William Beckforth, de Otras inquisiciones

Efectivamente, podemos ver las actitudes en público de Torres, cuando se le pide sea candidato a un puesto de elección. Nos enteramos, por su hermano, de sus orígenes y sus afectos filiales, además de su infatigable interés por los libros. Podemos saber de sus horarios y su relación con el mozo IBM --Monterroso dixit-- que hace de asistente o secretario particular, o bien asistimos a la intimidad de Eduardo a través de los ojos de su esposa con todo y sus pudores pueblerinos de mujer de intelectual. O, incluso, son amplios sus fragmentos, a la manera de los de Safo, a los que tenemos acceso; y cuantiosa la compilación de aforismos hecha por Carrasquilla; mas todo ello no deja ver con claridad el talento de Torres. De modo que al final percibimos que estamos ante la historia de cualquier escritor latinoamericano, pero no estamos más seguros ni de la bibliografía ni de la personalidad de Torres que antes. Se ha captado el espíritu universal e individual de Torres con la misma perfección del silogismo 'Todo hombre es mortal. Sócrates es hombre. Luego entonces, Sócrates es mortal.'

Mas en esa indefinición se ha capturado con golpe maestro la precisión: los observables y amplificables o reductibles defectos y cualidades de todo autor o intelectual aparecen ahí, en la distraída mirada de los que rodean al Maestro, quienes 'hábilmente perfilados' carecen de la perspicacia y la precisión de un Balzac para observar un personaje, y prescindir de sí mismos.

Augusto Monterroso era consciente de que la literatura tomaba por asalto. Afirmaba que la buena literatura refiere a obras previas, tácita o explícitamente. Sabía que la mejor literatura es específica: en la secreta alianza de forma y fondo podía compararse al escritor con el tirador que escoge el arma y el proyectil adecuados para cada tiempo, clima, lugar y blanco. Y se dedicó a demostrarlo. Callada, discretamente se convirtió de un escritor para escritores en un escritor para lectores, y a diferencia de los prestidigitadores que jamás deben explicar sus trucos, Monterroso exhibió y explicó con detalle el uso y manejo de cada una de sus armas. Logró dar una apariencia de naturalidad a cada uno de los géneros que reformó e, igualmente, consiguió que lo más difícil se lea con facilidad, como si la vida o la literatura fueran fáciles.

Con osadía, tiempo después, escribió y publicó paulatinamente lo que sería el gran contraste con Lo demás es silencio: las páginas del diario de un escritor que permite conozcamos su vida e intimidad --sin pudores gazmoños de señora provinciana--: La letra E (1986).

Dispuesto a no repetirse, se apartó del humor en busca de la altura épica en un libro esencial: La palabra mágica (1983), ensayos concebidos en un tono de logopea poundiana donde el tránsito de la lectura de 'Llorar a orillas del río Mapocho' hasta 'Los libros tienen su propia suerte' resume --más que cualquier perfil crítico o biográfico-- los esfuerzos del escritor, de sus trabajos y sus días, y resuelve de una vez por todas cualesquier pregunta respecto al porqué de una vocación frente al destino.

Ésas son, en breve perfil, las obras del maestro al que recuerdo agradecido. De él me quedé con el cariño por El Quijote, la curiosidad por Samuel Pepys, el interés por la Anatomía de la melancolía de Burton, una larga lista de obras por leer, el sapiente consejo de que los textos deben dejarse descansar, y revisarse y revisarse; y muchas muestras de constancia, inteligencia, sencillez y grandeza tanto en la literatura como en la vida.
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lunes, octubre 04, 2004

domingo, octubre 03, 2004

Acerca de Mónica Lavín

Uno no sabe

EN UNA ÉPOCA en que escribir pareciera más una forma de dividirse que de diferenciarse, Mónica Lavín opta por descubrir --no la intimidad o abismos de la llamada literatura de género--, sino los espacios ya íntimos, ya sociales del interior del hombre. Atraviesa al otro lado del espejo y mira desde otros ojos la organización y estructura de las cosas del mundo o de su gente.


Lejos de los credos de la superación personal y la autoayuda; completamente ajena de la queja y de la conmiseración, Lavín se distingue en la literatura que se escribe en el México de hoy por enfrentar, al modo de los antiguos principios aristotélicos respecto al hombre, las acciones y los pensamientos con lo dicho y lo deseado. De esta manera Mónica Lavín nos lleva a intentar averiguar con ella quiénes son los otros y a aprender de ellos qué somos nosotros.


Uno no sabe es la compilación de relatos que nos muestra ahora una pregunta siempre planteada: ¿cómo saber qué queremos?, ¿cómo averiguar que estamos en lo cierto?, variantes sabias de la interrogante perenne: '¿por qué yo, ahora?'.


A lo largo de veinte años, Mónica Lavín ha enfocado su vida a averiguar qué es la escritura, esa inquietud extraña que plurales lecturas plantean a muchos de nosotros. Se lo preguntó ella y comenzó su jornada con textos íntimos e historias de mujeres nimbadas por añoranzas extremas.


Poco a poco se pobló su universo con cientos de personajes cuyo denominador común mucho tiene que ver con las epifanías a la manera de James Joyce, construidas a través del descubrimiento en un mínimo detalle de las claves de nuestra conducta y comportamiento. En esa medida es fácil comprender el interés que sus historias saben despertar. Lavín no confía en el apotegma de que la gente es lo que es; sino que es quien es, y nos enseña a descubrirlo.


Lo averiguamos a través de un velo donde se nos revela no sólo una anécdota y un conflicto, sino las preocupaciones que, asimismo, a diario ocupan los actos pendientes de nuestras agendas y cotidianidad.


Hay encanto y fascinación, hay una preocupación creciente por el estilo e ignoro por qué los protagonistas masculinos de Lavín sean capaces de vivir en la ignorancia de las magníficas o peculiares mujeres que los rodean y que ellas calle, callen tantas veces lo que en verdad manifiestan sus gestos.


Uno no sabe es un edificio de doce pisos de altura donde, en cada nivel, se desarrolla un drama humano condensado en una vertiginosa serie de imágenes. Cada historia bien pudiera ser una novela, descubrimos al final de cada una de ellas cuando seguimos más allá de las palabras cada pasión o a cada personaje. Ése es el mayor cuestionamiento que se pudiera hacer al libro.


Encuentro en cada uno de los relatos de Uno no sabe una afinada percepción de las preocupaciones de William Golding, tan acostumbrado a permitir la fuerza de la trasgresión en cada protagonista de sus obras. Esta energía del estremecimiento más allá de las buenas costumbres, es el mayor atractivo de estas historias.


No de otra manera pudieron abordarse tantos instantes de nuestra vida de los que hemos querido deshacernos pronto. 'Pero todos estamos al borde del naufragio', parece decir Lavín, y nos redime así, con ese perspicaz guiño cómplice donde enseña lo obvio: 'es que Uno no sabe, por eso'.


Comprendemos entonces el valor de los tabúes y el vértigo de romperlos --como ese muchacho en pos de la mujer otoñal. O bien, lo descubrimos tras el erotismo que nimba la muerte de otro, en la fascinada contemplación de los pies de una mujer o en esas manos que parecieran prometer todo, y jamás la despedida; como se muestra --asimismo-- tras el humo de los cigarrillos en tanto cambian lentamente las hormonas que separan la infancia del vértigo de la adolescencia; y más allá: esas mujeres solitaria en las mesas de los restaurantes de los hoteles, capaces de aceptar el sabor de una última copa. O esos extraños acuerdos donde el mero descubrimiento de una casa ajena y un cuaderno nos convierten en criminales.


Ah. Y el sabor de la carne en nuestras bocas, depredadoras eficientes, cómo a veces nos llenan los ojos de lágrimas. Mientras hay mujeres que son capaces de compartir un hombre y otras de buscar apoderarse de él...


Cuántas historias, Mónica Lavín; y esos hombres solos, en las tiendas comprando regalos para nadie, únicamente para demostrarse cómo florecen hermosas ésas dos hermanas. Hermosas, sí las mujeres, en especial las osadas, aparentemente encubiertas, que suben a los barcos que llevan a todas partes, sean nuevos hoteles u otras soledades. Ah, los sabores y los olores; ah, la arquitectura íntima de ciertos lugares y al final la catedral de Milán, el monumento que nos dice, ruega por ti, ruega por mí, por todos los que no sabemos lo que hacemos, por los que no escribimos, por los que escribimos y los que callamos, ruega por nosotros, Mónica Lavín.



Mónica Lavín nació en México en 1955. Bióloga y escritora. Estudió en la UAM-Xochimilco. Trabajó en el Instituto de Ecología y en las revistas Ciencia y desarrollo y Chispa. Fue jefa del departamento editorial de Difusión Cultural de la UAM, donde fue editora de la revista Casa del tiempo. Sus narraciones aparecen en New Writing from Mexico, Fiction International 25 y Mexican fiction. Es autora de Atrapados en la escuela, Cuentos eróticos mexicanos, La luna de miel según Eva y Todo lo de los niños. Ha recibido el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen por Ruby Tuesday no ha muerto. Es autora de las novelas Tonada de un viejo amor (1996) y La más faulera (1997), Café cortado, etc. Entre otras.



Palacio de Gobierno. Colima.
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Cuestión de tiempo

¿Qué hay en un nombre?

¿AJUSTE DE CUENTAS? ¿Revelación? ¿Suma de críticas y propuestas? ¿Revival del juego de pactos y traiciones Revolucionarios? ¿Ensayo y crónica de un partido? Varias o todas pueden ser las lecturas de PNR, PRM, PRI: esbozo histórico, donde el PRI es el protagonista de los acontecimientos, e incluso, un producto natural del México independiente y sus turbulencias decimonónicas.

Acostumbrados al concepto de la historia escrita por los vencedores, aparece durante el primer cuatrimestre del año electoral 2003 una visión de los vencidos que, dados los nombres de postulantes para integrar el Congreso durante el próximo trienio, bien pudiera ser el anuncio de una apasionada segunda parte.

Fernando de Garay, Mariana Vega y Alberto Márquez se propusieron desarrollar a partir de un primer ensayo, Apuntes para la historia, publicado en 2001, un panorama más amplio de su visión de la evolución de las personas, grupos y partidos que conformaron --finalmente-- al PRI que salió de Los Pinos tras las elecciones de julio de 2000.

De todos los títulos que pudieron darse al amplísimo volumen, se decidió por el más discreto: el bosquejo de las diversas transformaciones de un partido político y los nombres que lo identificaron. "¿Qué hay en un nombre?", pregunta un personaje de Shakespeare, "Aquello a lo que llamamos rosa, con otro nombre, olería igualmente delicioso", se responde.


Sin embargo, con la lectura contrastada de los primeros capítulos con los finales, el lector confirma que algo se fue pudriendo en Dinamarca: inicialmente se conformó un partido que respondía al interés de conservar el poder y la Constitución de 1917 a través de una amplia base popular representada, para bien y para mal, por sus líderes. Y tuvo la habilidad para sortear piedras en el camino --la frase es de Martínez Assad-- y de hacer sus metamorfosis sucesivas desde PNR, PRM, y PRI, hasta el organismo que se debate hoy por su supervivencia.


Para los autores y para los protagonistas, el PRI sigue siendo una institución viva. Para los votantes una posibilidad de mirar hacia atrás o hacia un México distinto. Para este lector, un organismo autofágico que debe depurarse y mudar de costumbres, como aconseja Quevedo al final de la historia de Don Pablos.


Si con el PNR se logró un equilibrio entre partido y pueblo que se fue desgastando cíclicamente, mientras la conservación del poder se mantuvo como una prioridad categórica. Al término de este recuento, se comprende que la habilidad del quehacer político del PRI quedó en manos de cuadros cada vez más escasos, en tanto y la atención y espectativa de la ciudadanía se volvió hacia cualqier parte.


Y si bien, a veces, la estructura histórica del Esbozo abusa de la retrospectiva, el texto contiene tesis sorprendentes, ya que se expone y afirma --desde un libro eminentemente partidista-- la mecánica y funcionamiento --muchas veces soslayada o negada por los propios actores y protagonistas-- de las reglas no escritas de un sistema que operó en México durante la mayor parte del siglo XX.


De este modo se proponen conclusiones tales como la que afirma que Zedillo fue frívolo al renunciar a su capacidad de intervenir en la designación de sucesor en 1999. "No solamente pretendió ignorar un método, o engañar al país, sino desconoció la historia y el sentido del instituto político que lo llevó al ejercicio de gobierno...", afirman los autores. Esos errores se pagan.


El esbozo histórico de De Garay, Márquez Salazar y Vega subraya su interés en la relación entre protagonistas, grupos del poder y programas nacionales con la vida interna partidista, y reconoce al prototipo de gobernante en Cárdenas, como un estadista capaz de rebasar lastres históricos y contemporáneos para llevar al país a un nivel de equilibrio sin precedentes.

No obstante, la principal controversia de éste y sucesivos capítulos pareciera darse con afirmaciones de Luis Javier Garrido, cuando la bibliohemerografía al respecto de los los diversos periodos presidenciales y las reestructuraciones facilitaría en sucesivas ampliaciones de este Esbozo una más equilibrada y plural discusión.


El panorama de la historia moderna del país hasta el periodo de López Mateos permite una lectura en extremo documentada de las circunstancias nacionales y en cierta medida objetiva. A partir del Diazordacismo, la absolución o total condena de los personajes históricos, si bien es cosa juzgada para la sociedad pensante, la posición del PRI ha sido ambigua. Este esbozo admite que el inmovilismo interno del partido y la cerrazón hacia los jóvenes, debilitó irremediablemente la estructura del instituto. Y a su vez, declara responsable a GDO de la masacre del 68 y la ceguera del entonces presidente para distinguir en la actitud de los jóvenes la necesidad de democracia.

Los mayores aciertos del volumen los encuentro en los capítulos donde el contrapunto entre lo testimonial y lo anecdótico hacen el perfil de la lucha interna por lograr una síntesis de las diversas tendencias que caracterizan al PRI, ya que es donde se formula una ideología más viable para un partido en recomposición, realmente, a través de la discusión de los factores del poder y sus intereses.


Propiamente más de la mitad del libro se ocupa de los años de los periodos que van de López Portillo hasta la actualidad. Son los años del derrumbe, ligados al gran cambio de los países y sociedades, la evolución tecnológica y científica acelerada y las debacles económicas y donde la evolución del crimen, el crecimiento del terrorismo y el narcotráfico socavan a todas las naciones. Donde finalmente la aldea global se regionaliza en respuesta al imperialismo unipolar, y donde --en la misma relación-- los líderes pierden su proporción y se convierten en pequeños caciques enfrentados.


En esta dialéctica, no hubo ganadores. Sólo vencidos. El equilibrio fue imposible de mantener. Y el resultado fue de alrededor de 40 millones de perdedores. Siempre postergadas las soluciones, se alcanzó la indefinición total. Durante cada ciclo se vota para buscar respuesta a las promesas de campaña que hizo Miguel de la Madrid. Y al espectador no le cabe duda. Se logró la democracia. Pero ésta es una satisfacción vacía cuando se tiene empeñado el futuro.


La visión de México era la de una tierra de volcanes, hoy, parece una tierra de catástrofes, cambiamos de país sin cambiar de pasaporte. Entre el penelopismo, el gatopardismo y el tributo a Kafka nos acostumbramos a vivir en un país literario. Nos acostumbramos a vivir en un país de pactos y de amarres, no de soluciones ni de responsables. En este país sólo los desposeídos son culpables. Pueblo, partidos y gobierno van cada uno por su lado jugando con la pelota de la corrupción y las deudas. Y este Esbozo muestra las debilidades de la democracia dirigida y la de la democracia mal digerida.


Para concluir: se pensó siempre que era una ventaja el doble discurso donde cada quien escuchaba lo que anhelaba. El balance de los sexenios que van de De la Madrid a Zedillo en nigún caso es favorable. Recuerda la vida de los Césares: recordamos sus errores, no sus grandes obras. Ningún pueblo merece el agravio de sus gobernantes. Y en México hay heridas abiertas todavía que debieran sanarse.



Bien por los autores por este volumen, donde buscan aproximarnos a la verdad. Es conveniente hacer el recuento de los daños.Y hablar mirándonos a los ojos. Pero queda formulada la pregunta: si ya una larga vez se traicionó nuestra confianza, ¿son tan optimistas todavía en que a mediano plazo pudiera restablecerse el vínculo? No puede apostarse ni a la cabal memoria ni al olvido: los mexicanos son un pueblo que no deja de lado una afrenta. Al tiempo.




PNR, PRM, PRI: esbozo histórico
Fernando de Garay, Alberto Márquez Salazar y Mariana Villegas
Fundación Colosio A.C., México, 2003. 414 pp. (Ilust.). Isbn 90-93249-0x


domingo, septiembre 26, 2004

De magna societatis

La gran sociedad es más bien pequeña.
De una conversación
con Eduardo Torres en el Gran León (1973)

sábado, septiembre 25, 2004


Remington
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Digresión De oficii

"Después del la Puebla de la Cazalla, cerca de Osuna, hay que ir despacio a lo largo de unos cuantos kilómetros, porque la carretera está en obras. Queman los bordes de las chapas de los automóviles y los viajeros languidecen, sudoros y aburridos.

"Los campos se resecan a lo lejos salpicados aquí y allá por los pequeños olivos polvorientos y retorcidos y secas encinas. Reverbera el aire ante nuestros ojso quemados al pasar junto a los obreros semidesnudos y negros de alquitrán que apalean gravilla sobre el fuego derretido, con movimientos lentos y agotados, entre nubes de polvo pegajoso y acre.

"--Vaya oficio, chacho --exclama Antonio, volviendo la cabeza al pasar.

"También Vicente se los ha quedado mirando.

"--Hay gente para todo --dice.

"--Y mucha necesidad, también.

"--También, sí."

Quienes hablan así son unos verdugos españoles, rumbo a la primera asamblea de su oficio en la ciudad de Granada. La cita es de Daniel Sueiro, en su volumen Los verdugos españoles. Historia y actualidad del garrote vil. Publicado en Madrid, 1971 por Editorial Alfaguara.

jueves, septiembre 23, 2004


En la Fundación para las Letras Mexicanas
Posted by Hello

martes, septiembre 21, 2004

Joseph Roth

Termino de leer Las ciudades blancas, de Roth, recién publicado en español por Editorial minúscula, recién llegada a México.
La primera parte es extraordinaria, refiere su cansancio del mundo tras la Gran Guerra, donde fue soldado:
Viajé a países extraños, pero eran países enemigos. Jamás había pensado que recorrería de manera tan rápida, despiadada y violenta una parte del mundo, con el objetivo de disparar y no con el deseo de ver. Antes de que empezara a vivir, el mundo entero estaba abierto y a mi disposición. Pero cuando comencé a vivir, el mundo abierto había quedado devastado. Yo mismo lo destruí con mis coetáneos... Lo supimos todo antes de poder vivirlo. Nos disponíamos a vivir y ya nos saludaba la muerte... Sabíamos más que los ancianos; nietos desdichados, sentábamos a los abuelos en nuestras rodillas para contarles historias.


Un tono espléndido. Como siempre. La especialidad de Roth es contar con maestría las cosas. Lo descubrí hace años, recién publicado La leyenda del santo bebedor por Anagrama, a principio de los 80. Luego leí Job. Y a lo largo de los años he ido comprando y leyendo con admiración sus trabajos. Quizá el que mejor ubique su tono es sin duda Hotel Savoy aunqueo otros tienen más fama entre los lectores.