sábado, noviembre 08, 2008

Así en la tierra como en tu cuerpo


ENTRE LOS FENÓMENOS CONTEMPORÁNEOS que atañen a la creación literaria se encuentra una íntima revaloración social de la poesía; lo que no necesariamente comporta un arte ejemplar, sino expresa —más bien— una urgencia de reconocimiento de parte de sus hacedores ante una forma prestigiosa de comunicación.

En este sentido, hay una sobreoferta continua de textos, cuya escasa calidad salta a la vista: estas producciones, surgidas más del afán de reconocimiento que de una reflexión cuyo objetivo sea transmitir una sensación, un hallazgo vital, un proceso afectivo de cualquier orden o una circunstancia peculiar, se distinguen por su escasa coherencia, su débil originalidad y su inmediatez —versificaciones, cuando lo son, producto de una frustración o una carencia—; y es más sencillo definirlas como prosa en columnas que enumerar sus defectos: sintácticos, rítmicos, lógicos, lingüísticos, retóricos o semánticos.

Surgidos de un arrebato afectivo, buscan sólo dejar constancia de la aspiración de una grandeza que les es ajena. En ese sentido, su objetivo final se diluye a causa de la propia ineficacia que las nimba. No transmiten ni la idea ni la emoción a la que aspiran; imitan pálidamente algún modelo mal asimilado y lo reproducen con debilidad; o bien, a raíz de que surgen de una incierta penumbra no alcanzan a tener la fuerza para iluminar el sendero por el que desean conducir su argumento, respecto al cual no se alcanza revelación alguna.

Tanto a concursos como a revistas o editoriales, llegan un amplísimo número de estos materiales. Paralelamente, en muchos espacios, en reuniones específicas se leen y aplauden “poesías” de estas características. La cortesía desplaza a la crítica y difícilmente en estas circunstancias, pocos autores podrán afinar su trabajo.

Por otro lado, en los territorios de la creación profesional actualmente contemplamos una gran variedad de propuestas, corrientes o teorías poéticas. Bien puede diferenciarse en ellas un tono generacional, una liga más o menos estrecha con determinada forma de pensamiento o con un canon, que hace de la poesía contemporánea un coro vasto y polifónico, donde por momentos alguna voz se escucha con mayor claridad, afirma su dictum, y permite el surgimiento de nuevas voces alternas o contrapuntos reveladores.

Las técnicas y procedimientos varían con cada poeta y es el gusto o la sana complicidad inter pares la que agrega a estas maneras de ver el mundo su fuerza y ejemplaridad.

No es nuevo —por ello— decir que la poesía debe aprenderse a gozar con paciencia, por contraste y comparación; en ocasiones por su contenido; en ocasiones por su forma; también por su capacidad evocativa o por su estricta reformulación de lo clásico. E, igualmente, en otros sentidos: por su originalidad, por su inteligente polisemia, por su deslumbrante impenetrabilidad; además de la pluralidad de sus recursos. Sean estos ya formular una experiencia de vida, rozar un límite, dar la vuelta a una visión del mundo y pulverizarlas, lograr una total sencillez o bien concentrarse en un retador hermetismo.

La gran poesía ignora la popularidad, pero no la rechaza; la mejor poesía convence tras varias lecturas o de golpe; una poesía magnífica es inaprehensible y sutil, o directa y contundente. En ello la poesía es parte del gran sentimiento personal o colectivo; o abre espacio para nuevos matices de la sensibilidad y de la intuición.

La poesía no requiere explicación: por sí misma comunica. Carece de reglas, y construye las propias. De ahí que sea difícil comprender cómo alguien es un poeta, aunque no es complejo en ocasiones aproximarse al otro aspecto a la persona que es el poeta.

A través de este largo preámbulo deseo aproximar a los lectores al poemario Así en la tierra como en tu cuerpo de Luis Ramaggio (Campeche, 1973) quien publica en la colección Versodestierro, 53 poemas que son presente y evocación: la memoria y la presencia de una mujer. Tema omnipresente en la poesía, lo que por ello facilita su comprensión. Mas el reto viene a ser lograr un nuevo giro para las circunstancias que rodean el deseo y el amor: el cuerpo y el placer; los cielos y abismos de la belleza.

El autor con su libro no ha pretendido hacer un canto general; decide acerca del eje de sus creaciones a la manera del Dante que evoca a su Beatrice, o como el desconocido artista de la Venus de Willendorf, o el Catulo que ansía a Lesbia, y no a ninguna otra; con ello, Rammagio refiere sus poemas de Así en la tierra como en tu cuerpo, a Tatiana.

Ella no es una isla, ni un ser aislado. Es una alianza con el poeta que se confirma poema por poema: oportunidad de diálogo y monólogo, de esperanza y encuentros.

Ramaggio decidió armar su obra en tres partes a través de una poesía axiomática, donde la brevedad define la intensidad.

Así de fugaces testimonia los momentos más altos de la vida, así quiso capturarlos y enunciarlos su autor en el volumen. Ello permite un cargado erotismo que evoluciona y se muestra verso por verso.

En Así en la tierra como en tu cuerpo el erotismo implica tanto descubrimiento como reflexión. ¿Dónde el yo y el tú? ¿Cómo la ausencia y la presencia? Bien, solos a veces están los cuerpos, sin embargo la perspectiva del diálogo amoroso ofrece espacios amplísimos, de proporción ‘sideral’ para los mutuos descubrimientos. Presente, es la circunstancia de la relación. Preocuparse por la eternidad, fatuo.

La comprensión de estos acuerdos permite la continua renovación del encuentro amatorio, cuyas perspectivas son plurales, breves evocaciones y arquitectura inmensa del cuerpo de la mujer que se delinea en cada poema.

Como amor profano, desde la primera parte del libro, define el poeta este vínculo con la amada, y en tal medida hay una veneración intensa hacia su compañera de naufragios (es decir, más que un viaje el amor es un fluir a la deriva), su cómplice de espejos: “deseo tu deseo”, le dice.

¿Cuál es la magia y el secreto en una relación de este orden? Sólo el poeta puede responderlo, tal es la enunciación de ‘A saber’:

Es complejo

Mirarte como a un cielo.

La puerta se abre sola

en un ayer.

Cada que el cielo de ayer

se abre…

¿Mirarte como a una puerta?

Tentador.

Como mirar un cielo

Sin embargo, el equilibrio de la relación amorosa se da con justicia equitativa:

Como cielos blancos

A la mitad de un tú

Entre un tú

Y

un otro

Yo.

Estas premisas son el punto de partida para la travesía, esa jornada por el mundo en torno a sucesivos descubrimientos y asombros donde se alternan los registros de diversos hechos: los internos, del conocimiento y la experiencia (“Siempre hablo de tu cuerpo / como al mío”), y la crónica amorosa , donde a veces se interpola la concepción de un poema como reflejo de estados del amor o la aproximación hacia ellos.

Una segunda parte del libro es una / varias / todas las experiencias conjugadas de este recorrido. Un caleidoscopio amoroso que marca cada uno de los momentos más significantes de la exploración de esta conjunción de mundos. A partir de versos pareados asonantes, Ramaggio concatena diversas epifanías del encuentro amatorio. Todas ellas tienen un sentido: distinguir diferentes formas de la perfección.

La tercera parte de Así en la tierra como en tu cuerpo viene a ser la de la comprensión de lo vivido y lo registrado en un contrapunto que evoca una situación simultánea: la naturaleza del poema (‘conciso, sin tiempo, diligente’); el sentido y sinsentido de la palabra y del silencio ante la comprensión de la otredad, a la que a fin de cuentas descubre, se disecta entre cuerpo y nombre; o bien cuando la consciencia de lo vivido puede resumirse con la simple asunción de que, verdaderamente, el tú es ‘otro yo’.


En tal medida, Así en la tierra como en tu cuerpo es un libro que en su brevedad ofrece al lector una visión contrastante, personal e intensa de experiencias profundas; donde el conocimiento de matices pocas veces mencionados en torno al ars amandi, el arte de amar, ofrece la perspectiva de la permanencia de una relación, que busca la continuidad, si no la eternidad; mas aspira a ella, por su intensidad y belleza, a través de un sostenido anhelo de perfección.



sábado, octubre 25, 2008

Toc, toc


Pasos de ornitorrinco

Una breve visita a James Hadley Chase

HACE UN PAR DE AÑOS, un grupo de escritores fue invitado por el Instituto Nacional de Ciencias Penales, INACIPE, para ofrecer un seminario relativo a la novela negra. Más que promover la lectura, el curso tenía como motivo leer y comentar una serie de cuentos y novelas donde diversos crímenes son vistos desde el lado de la ficción.

El objetivo, mostrar que la literatura puede ser una herramienta para que los estudiantes de esas especialidades tuvieran la oportunidad de fortalecer su currícula, cuyo fin es “realizar investigaciones de alto nivel y procurar enseñanza superior en el área de las ciencias penales”.

Llamaba la atención que los estudiantes dedicados a la investigación criminal no tuvieran, en su mayoría, conocimiento de los autores canónicos respecto al tema, ni de mexicanos, ni del exterior. Propiamente, Rafael Bernal, Vicente Leñero o Paco Ignacio Taibo II no estaban entre sus conocimientos generales, y Jim Thompson o Dashiell Hammett podían para ellos presentarse como corredores de fondo o como médicos prominentes, daba lo mismo.

En asuntos criminales en México, lo han repetido procuradores y exprocuradores, la mayor parte de la investigación en torno a los casos que se presentan, la solución —de ocurrir — se debe a informantes más que a otro tipo de trabajo de los ministerios públicos. Hay, es cierto, especialistas en todas las ramas, y me pregunto qué papel representan en su labor la intuición y la imaginación.

Asunto aparte es la sicología criminal, de la que poco podemos apreciar en la nota roja de los diarios, donde se usa la frase hecha de: “al notar que actuaban con nerviosismo, procedieron a investigar y…”, que se registra en la descripción de algunas capturas o enfrentamientos in fraganti.

Descreo, por otro lado, de las series televisivas que propician la seguridad de las capturas de criminales en menos de 24 horas, que mucho ayudan a pensar que podemos controlar el temor de que la cohesión social y cultural se nos escapó de las manos hace tiempo y que vivimos en un mundo con pronta solución a sus problemas.

En James Hadley Chase, uno de los grandes autores del género negro, encuentro arquetipos que bien describen parte de la realidad contra la que nos enfrentamos. Vale recordar, digamos, la conversación entre los mafiosos Johnny Bianda y Joe Massino en Toc, toc, ¿quién es? (1973) del propio Chase: “¿Has leído alguna vez un libro?, Johnny?”. “No”. “Yo tampoco. ¿Quién quiere leer un libro?”, para sentirme como en casa.

J. Hadley Chase, cabe recordar, publicó en 1939 una novela estremecedora, El secuestro de Miss Blandish, cuya fuerza poco o nada le pide al Truman Capote de A sangre fría. La versión de Joaquín Urrieta mereció tanto ser de los grandes éxitos de EMECÉ, en su momento, como la reedición que hizo editorial Anagrama.

Ni la historia ni la trama son simples, ilustran con claridad un precepto del análisis lógico: hay cuestiones que pueden resolverse sin salir de la caja; otras, sólo obtienen respuesta pensando desde afuera de la caja.

El viejo aforismo “nada humano me es ajeno”, no significa, necesariamente, que mis procesos de pensamiento, delimitados por mi forma de ser, permitan que comprenda los modos de proceder de otra persona. Por ello, Poe recomendaba ponerse en el pensamiento del otro y adelantar sus jugadas.

Adoptando estos principios al secuestro de Miss Blandish, puede comprenderse con claridad por qué la policía y el FBI no pudieron resolver en meses el secuestro de la notable heredera. Es entonces cuando el viejo Blandish decide contratar a Dave Fenner, antiguo reportero, quien define su oficio de investigador privado como “estar atento a lo que sucede. Ya que nunca sé si tendré que utilizar los datos que recojo”.

Fenner será quien pueda seguirle los pasos a Slim Grissom, uno de los grandes perfiles sicóticos de la novela criminal, y resolver los entretelones del caso. Este enfrentamiento hace de la novela una historia vertiginosa, amarga y memorable. Ya que la mente previsora de Fenner no es capaz de abarcar la visión de todo espíritu humano con la dimensión con que James Hadley Chase logra hacerlo.

Septiembre, 2008

Colaboración mensual en el Financiero



Pasos de ornitorrinco *

No sólo leer; escuchar, también.


ME GUSTA ESCUCHAR UN TEXTO. Algunas veces se puede oír leído por sus autores: ese es el placer al cierre de una presentación o, sencillamente en una grabación o lectura en voz alta. El oído se educa para escuchar el ritmo de una frase, de un verso. Muchos errores inadvertidos de la escritura, también, se delatan al leerse para un público.

El ejercicio requiere adiestramiento: en ocasiones es difícil seguir un texto cuando solamente se le escucha. Por el contrario, es muy cómodo seguir a una obra si se tiene una copia del trabajo.

Desde que surgió el Ipod me llamó la atención su tecnología. Es una computadora pensada para reproducir sonido (aunque hay quien la usa como un respaldo cualquiera de información). Pero sólo hace un año me convencí de su utilidad: el ruido en la oficina —descubrí— puede amortiguarse con el reproductor.

Asimismo, encontré un programa gratuito (Audacity) capaz de trasladar muchas grabaciones al formato que utiliza el Ipod. Poco a poco he traducido viejos cassettes a mp3: muchos de ellos son lecturas y conferencias de autores.

En Internet, hay también, a través de Gutenberg.org llegué a Librivox.org, un amplio acervo de grabaciones de libros que concuerdan con las versiones de Gutenberg. Ambos sitios regalan sus productos. Sin mucho esfuerzo he aprendido a leer y escuchar textos que están en español, o en inglés, o en francés, además de que tienen materiales en otras lenguas. Ignoro si mi pésima pronunciación ha mejorado, pero mi comprensión se ha incrementado notoriamente junto con el gusto por este proceso. Siempre da gusto tener acceso a hallazgos poco usuales.

Uno de ellos es una versión en inglés de H. Rider Haggard, el conocido autor de Ella y Las minas del rey Salomón: Heart of the World, que puede traducirse como El corazón del mundo, una novela de aventuras con diversos perfiles. La liberó Librivox hace unos meses: la grabación es magnífica y la lectura del intérprete (anónimo), de aplauso.

La novela sucede en el México del siglo XIX, cuando un inglés (Jones) llega a explorar la selva maya, donde conoce a un hacendado, don Ignacio, el último descendiente de Cuauhtémoc. Este lo recibe con respeto y aprecio. Al paso de las semanas se hacen grandes amigos. Entonces, don Ignacio le confiará su historia.

Asistimos a la biografía del último emperador azteca. “El corazón del mundo” es un antiguo talismán —heredado secretamente, de generación en generación, entre los príncipes mexicanos. Su posesión le confiere a don Ignacio el gobierno de todos los indios de México. Y la posibilidad de tener acceso a los grandes tesoros escondidos de Moctezuma.

Eso no es todo, la joya de Ignacio sólo corresponde a la mitad del secreto. Su parte es la de la luz. Y desde hace siglos está perdida su contraparte, la que corresponde a la noche. Ambas, deben unirse en la ciudad del Corazón, que guarda incontables riquezas.

Esto sólo podrá lograrlo Ignacio a través de una serie de pruebas, fracasos y aventuras. En su búsqueda, el Señor del Corazón del Mundo conocerá a Strickland, un gentilhombre inglés que será su compañero inseparable a lo largo de la historia.

Por ello, leer y/o escuchar El corazón del mundo es una experiencia deleitosa. Haggard demuestra su usual talento narrativo a lo largo de todo el volumen. Adicionalmente, para quien conoce México, el libro le ofrece un país imaginado, es cierto; pero de referencias verosímiles en sus atmósferas y ambientes: con una magia y misterios que nos son conocidos, pero pocas veces capturados desde miradas ajenas a nuestros modos de ser.

Sin éxito he buscado traducciones al castellano de Heart of the World, lo que no debe ser impedimento para conocer el libro, si se tiene el placer de la aventura. Será una experiencia que se agregue a la gesta de Strickland y de Ignacio.

Agosto, 2008

*



* El ornitorrinco es el mamífero más alejado evolutivamente del hombre.


miércoles, julio 23, 2008

Lo que hay de nuestras almas en las animalías

Rafael Toriz en tierras bárbaras



Perversiones de un joven ensayista



¿QUIÉN ES RAFAEL TORIZ?, se preguntarán todavía muchos escritores y lectores. Lo sé únicamente por azares del destino: llegó como becario de la Fundación para las Letras Mexicanas hace 5 años, donde se dedicó al aprendizaje de los recursos para escribir ensayo con especial talento.

Yo lo miraba de ladito, allá en el Niza, por aquello de que hablaba un poco en semántica, y otro tanto con una cascada de citas. Lo cual no está nada mal en un escritor de 20 años —porque nadie lo dudaba en Liverpool 16: Rafael Toriz (Jalapa, Ver., 1983) nació para ser escritor.

No nos equivocamos. RT ha trabajado Animalia[1], un libro fascinante, poético e inteligente: excelente prosa. No es, cabe aclarar, un libro de ensayo, sino una obra de creación a partir de la tradición de los grandes bestiarios de la antigüedad.

Pudiera ser que una definición de un literato veinteañero provinciano con esas cartas de presentación dé escalofrío, y piense uno en una versión veintiún secular de nuestros críticos más mamilas. Pero, Toriz estaba vivo y ávido de seguir viviendo. Bastaba verlo. Y ha cumplido hasta ahora. Sin descuidar la cotidianidad y la existencia, el amor y el desamor, el descubrimiento de países y ciudades, la amistad y algunas penurias y estrecheces, RT ha seguido leyendo y escribiendo: tiene el fuego —o llamémoslo el demonio— de la creación.

Mas para escribir no basta la necesaria pasión, ni el deseo. Tampoco es útil el solo talento. Toda gran fábrica literaria se distingue por el cuidado sutil de su diseño, y su invisible arquitectura y equilibrio. Incluso, es imprescindible aprender a calibrar la adecuada distancia de la intensa luz del cometa de la imaginación. Y, al término, concretar el trabajo con un lenguaje sin asperezas, sin violentos ascensos, caídas o curvas pronunciadas: regodeos inútiles o afanes de lucimiento más propios de la soberbia que de una sensibilidad que se exprese a través del propio texto sin el menor aspaviento.

Tentaciones y riesgos ante los cuales, pueden incurrir tanto autores incipientes como experimentados. De esa materia están constituidas, actualmente, numerosas artesanías literarias que el mercado pretende subastar como obras consagradas.

Cabe agregar que, incluso, para nuestra común desgracia, esto sucede con la venia y complacencia de los críticos.

En contraposición, puede corroborarse que Animalia no ha traicionado ni el criterio crítico, ni la exigencia estética de Toriz. El autor se ha aplicado todo el rigor de su formación para afinar y dar su aprobación a sus textos.

Animalia, a la manera de los textos breves de Torri, de Arreola, de Monterroso o de Hiriart busca una perfección afín a la enunciada por sus ilustres predecesores. Mas sus rasgos distintivos surgen de ese amplio remolino que la desconstrucción y la posmodernidad otorgan a los vástagos de los mundos fractales contemporáneos.

No extrañan por ello referencias como las que encontramos como declaración inicial en “El cocodrilo”: ‘Aquí en estas letras y sitiado en mi epidermis, declaro que no es de roca mi textura…” —por ejemplo. O bien: ‘Es imposible descubrir su engaño porque la oropéndola, en lo profundo de su nido, sólo canta para ti’. (De “La oropéndola”). Expresiones que sin duda provocarán profundos placeres a los apasionados de la intertextualidad.

No nos detengamos, más allá de tales guiños pícaros, hay una dedicada y amorosa lectura y asimilación del género. Como Plinio el Viejo en su Historia Natural, Toriz ubica la geografía habitada por sus criaturas; cuida el término etimológico que ubica universalmente a cada ejemplar referido. Asimismo, como sucede en el Fisiólogo, se destacan tanto la caracterología de cada una de las bestias citadas, junto con sus peculiaridades tanto biológicas como los atributos que el mito o el folklore agregan a las animalías.

La elección de dejar clara la filia, orden y género del volumen es parte de la claridad con que se concibe la obra. En su mayoría, el catálogo de Toriz se refiere a una zoología mexicana. Coincide con el Borges del Libro de los seres imaginarios únicamente con la “Anfisbena”, aunque las relaciones de entrambos son complementarias. Sospecho un homenaje a Borges con la descripción del “Raknarok” y con “La metáfora”.

Hay otros reconocimientos cómplices en el volumen. López de Gómara y José Durand pueden sentirse satisfechos con “El manatí”; Horacio Quiroga con “El pinocóptero”.

La mera enunciación de nombres y recursos técnicos no sería suficiente para dar una buena opinión acerca de Animalia. ¿Qué agrega el volumen a la larga lista de tratados zoológicos previos?

La pregunta se contesta al recurrir a cada parte y al conjunto: la facilidad con la que el lector acepta la propuesta narrativa de Toriz. La justa brevedad de cada texto propone un diverso deslumbramiento. Cada bestia evoca una diferente emoción, una distinta sensación. En tal sentido, la prosa de Toriz está cargada de una tensión poética. Misma que se aprovecha en función del ritmo de sus frases y la certeza de propiciar una nueva percepción de un animal que parece familiar, aunque no sea necesariamente parte de nuestro entorno cotidiano.

Afirma Rafael Toriz: ‘Antiguo como las tinieblas y prófugo de su conciencia, el celacanto es el animal más solo y olvidado que ha existido. Burlador de todas las eras y enemigo de la muerte…’. Y nos convence.

O dice: ‘Junto con las ballenas grises y algunas tortugas dispersas, el elefante es quien resguarda la memoria de la Tierra. Su papel dentro del reino ha sido testimoniar el paso de los seres en su acontecer por el planeta…’

Y sospecho que la lectura de Shakespeare propicia visiones como las que hablan de la libélula: ‘El único lugar donde mora la libélula en en los ojos de los nobles y los puros y los magos’ […] para concluir que [las libélulas] ‘viven enamoradas de las ninfas y en su reino de cristal van al cielo y se hacen lluvia’.

En un mundo dominado por la violencia como manifestación extrema de la ambición de poder; en un vasto territorio donde los términos sufrimiento y muerte parecen ser la solución única para el dolor, la pobreza y el hambre, la lectura de textos como Animalia de Rafael Toriz son más que un breve oasis una negación del fatalismo y de la desesperanza. Expresan con plenitud la lucha —deseémosla más vasta y permanente— contra el diario desánimo que las planas de los diarios, los medios y la intolerancia buscan imponer como regla para nuestra existencia.

En tal sentido, Animalia es un libro que perfila un distinto humanismo, el de aquellos que desean aún ser y permanecer gozando de la vida y de la inteligencia.

Por ello celebro la aparición de este libro. La mejor manera de congratularnos con Rafael Toriz, escritor, y el brillante y atinado ilustrador del volumen, Edgar Cano, es contándonos entre sus lectores.

*



[1] La edición estuvo a cargo de la Universidad de Guanajuato. Cabe felicitar a esa casa de estudios por el tino de patrocinar una publicación de alta calidad editorial.

Toriz, Rafael y Edgar Cano. Animalia. Universidad de Guanajuato, 2008, 90 pp. (Biblioteca universitaria). Ilust. isbn 978-968-864-496-6

lunes, julio 21, 2008

Las perversiones de un joven ensayista


Miércoles 23 de julio de 2008, 19 hs.
Entrada libre
¿QUIÉN ES RAFAEL TORIZ?, se preguntarán todavía muchos escritores y lectores. Lo sé únicamente por azares del destino: llegó como becario de la Fundación de Literatura Mexicana hace 5 años, donde se dedicó al ensayo con especial talento. Yo lo miraba de ladito por aquello de que hablaba un poco en semántica, otro tanto con una cascada de citas. Lo cual no estaba nada mal en un escritor de 20 años. Porque nadie lo dudaba en Liverpool 16: Rafael Toriz nació para ser escritor.

Pudiera ser que una definición de un literato veinteañero provinciano (Jalapa, Ver., 1983) con esas cartas de presentación dé escalofrío, y piense uno en una versión veintiúnsecular de nuestros críticos más mamilas. Pero, Toriz estaba vivo y ávido de seguir viviendo. Bastaba verlo. Y ha cumplido. Sin descuidar la cotidianidad y la existencia, el amor y el desamor, el descubrimiento de países y ciudades, la amistad y algunas penurias y estrecheces, RT ha seguido leyendo y escribiendo.

Ahora presenta Animalia, un libro fascinante, poético e inteligente: excelente prosa. La edición (2008) estuvo a cargo de la Universidad de Guanajuato. Y hay que felicitarla por el tino de patrocinar una publicación con esta calidad para el escritor y para el ilustrador --brillante y atinado-- Edgar Cano.

Y, bien, seguiré comentando acerca de Animalia el próximo miércoles en la Sala Adamo Boari del Palacio de las Bellas Artes.


sábado, julio 12, 2008

Del tiempo y sus calendarios




CADA LECTURA de La máquina del tiempo (1895) de H.G. Wells remueve en la memoria la paradoja de que para un determinado espectador todo tiempo es simultáneo. En cambio, la propuesta de Proust en su En busca del tiempo perdido (1913 – 1927) pareciera afirmar que el espectador es la máquina del tiempo, y que en él los tiempos son simultáneos.

En el Ulises (1933), la situación es distinta: todo el tiempo confluye en un día, en una misma ciudad —Dublín—, en una trinidad literaria: Bloom, Molly y Stephen; un canto a una fecha significativa y amorosa a la que se ha dado en llamar Bloom’s Day.

No obstante, ese 16 de junio de 1904, que celebra el encuentro de James Joyce con Nora Barnacle, la madre de sus hijos es —en el fondo— la crónica del desconcierto e inmovilidad del mundo previa a la Gran Guerra. Las razones son extraliterarias.

Magia semejante se vislumbra en el Carlos Fuentes de Aura (1962), donde se propicia la regeneración del tiempo, su circularidad, en un relato donde la existencia se sublima en un rito estremecedor. Hay también una novela de Ignacio Solares menos comentada: Casas de encantamiento (1987), donde el protagonista es capaz de internarse —sólo— en ciertos pasados de la ciudad de México, un tanto afín al Bioy Casares de El perjurio de la nieve o de Historia Prodigiosa (1944).

De hecho, todo tiempo de un texto literario crea un tiempo propio, con reglas estrictas en su formulación, de modo que no necesariamente se inserta en un tiempo lineal cronológico y mesurable, aunque busque emularlo. (Hay quien afirma que Joyce tenía esa intención en las 24 horas que supone el Ulises en su lectura). Tristram Shandy de Laurence Sterne, en contraste sorprendente, tarda más en nacer que en contar su vida. Los griegos significaban su relación con el tiempo al referirse a Cronos, devorador de su progenie, sólo vencido por Zeus, su hijo.

Por otra parte, mucho se ha abundando sobre la necesidad humana de medir y conocer el tiempo. Ciencia y filosofía han dedicado numerosos empeños en el intento por atrapar el tejido del tiempo. Ciertamente, la naturaleza del tiempo cronológico tiene el mismo misterio y fascinación que los tiempos internos de la literatura y el mito. Basta con pensar en las consecuencias de un viaje espacial para internarse en un mundo de paradojas que la teoría einsteniana plantea.

Sin embargo, en nuestra cotidianidad, tiempos y calendarios también han proliferado. Se admite que todo individuo tiene un determinado reloj —ritmo— biológico, que marca ciclos únicos para cada uno de nosotros. Adicionalmente, la sociedad sobrepone calendarios y periodos a los estacionales. Desde los hacendarios, los cívicos, los políticos, los electorales, los deportivos, los culturales, los culinarios, etc.; hasta los laborales, educativos, familiares, médicos, religiosos y los íntimos habitamos una serie de ciclos adicionales a los que mal que bien llegamos en su mayoría a adaptarnos. Incluso, en el colmo del refinamiento, hay un calendario de lo que no podemos hacer.

¿Cuántos calendarios hay en una persona? ¿A qué necesidad responden? ¿Cómo se gestan, gastan o consolidan? Y, finalmente, ¿cómo es capaz cada persona de manejarlos? El tema me parece fascinante. Supone una serie de interrogantes múltiples, que considero pocas veces se hacen explícitas en nuestro trato con los demás. Muchas circunstancias tendrían perfiles menos complejos de hacer un análisis en ese sentido.

Cabría agregar a este recuento los calendarios aparentemente fútiles: ¿cada cuando ir al peluquero?, por ejemplo. ¿Cuándo debe uno comprar ropa? ¿Cuándo fue la última vez que se aceitó el cerrojo de la puerta o se revisó la instalación de gas? Incluso, se descubre, para ciertas situaciones el intempestivo fin de la vida de un objeto llega a ser una catástrofe: ¿Cuánto dura un disco duro, unas balatas, un clutch? Tiempos, periodos, calendarios.

A su vez, hay fechas que se olvidan o se compactan. A los 20 o 25 años puede uno acordarse de un primer beso, del día en que uno compró el anillo de compromiso o cuándo se recibió. 30 años después, difícilmente importa alguno de esos acontecimientos: más preocupa el vencimiento del seguro del coche o el pago puntual del teléfono o la luz que el calendario Werther.

Con esto puede comprenderse que haya escalas de valores absolutamente incompatibles en función de las prácticas y metodologías calendáricas, incluso entre personas afines o entre consanguíneos. Elías Canetti en Los emplazados dibuja muy bien a una sociedad donde cada individuo lleva al cuello una cadena con la cápsula donde se señala su fecha de muerte: una sociedad perfectamente neurótica y disfuncional.

La nuestra, en cambio, debe su disfuncionalidad y su neurosis a la postergación perpetua, como lo corrobora el calendario del Mañana al Ratito o Después, fundamentado en una serie de aplicaciones del principio de incertidumbre de Heisenberg con variantes regionales más o menos laxas.

Asimismo, la planeación de actividades a futuro se basa en la paradoja del gato de Schroëdinger y en algunos comportamientos semejantes al de las partículas subatómicas. Tal es la agenda del Puéque, que entre la gente cultivada se conoce como Chance.

Mucho del desconcierto social contemporáneo, incluso, tiene como base un calendario del Imaginario Colectivo, que dependiendo del grado de información y conocimiento de cada persona alcanza un refinamiento diverso para señalar el fin de todo calendario. Así, para quienes tienen preferencia por las culturas de la India, tienen como final del calendario el 2012. Fecha semejante proponen algunos mexicanistas. Los atentos a los ciclos de la historia marcan la conflagración nacional, ya por costumbre, para el 2010. Aquellos afines a las propuestas de Hollywood tienen preferencias plurales, que si no es una fatídica, como un asteroide, será un volcán o una glaciación o una serie de estallidos de ojivas en varios submarinos nucleares: circunstancias que pueden —a su vez— ocurrir una, varias o ninguna. Para el caso.

Por mi parte, prefiero mis perversiones. La lectura de Jorge Ibargüengoitia y de Stanislav Lem a temprana edad me permite mirar el tiempo y las cronologías con otra visión. Leer los diarios con el juicio de quien vive el día me parece una actitud contraria del todo al espíritu del Carpe diem. Es la mejor manera de inspirarse para escoger la línea y el tren del metro que segará nuestra vida.

Como alternativa, he encontrado más saludable la lectura de la Historia como si se tratara de un diario o una crónica reciente, sin las presiones propias de la época en que los hechos ocurrieron. Me parece divertido pensar, digamos, que Carlomagno emperador esta noche hará travesuras con una chica de la que todo sabemos —y lo que no, lo imaginamos. Mas Carlomagno aún no se ha decidido. Pero lo hará.

O repetir con el Kurt Vonnegut de Timequake (1998) una década completa, a partir de un bucle temporal que produce una falla del continuum. Orbe, mundo donde se hace imposible cambiar nada, como si todos fuéramos las imágenes vacías de un reproductor de videos durante una época.

Puedo también ver con claridad el discurso que pergeña en su cabeza Santa Anna mientras cabalga durante dos semanas hacia la frontera mexicana para pelear contra Samuel Houston.

Disfruto con malsana complicidad, igualmente, la estrategia que calcula Flavio Josefo para decir: “aquí no pasó nada, y háganle como quieran” a quienes lo interroguen respecto a los sobrevivientes y los desaparecidos durante la caída de Jerusalén. Vaya grillo. Vaya estrategia para relatar —él— la historia, me admiro.

A la inversa, leo con ojos de un futuro siglo la incertidumbre y temores de de los momentos presentes. “Este boceto tiene influencias del siglo X romano”, me comenta mi mala conciencia. “Los conspiradores de los que habla Riva Palacio en el Libro rojo tenían más ingenio o tanto como éstos”, valdría apuntar al margen. Dénles capacitación.

De todos modos, como de costumbre, las muchedumbres se incendian como los campos petroleros de Kwait en la guerra madre de todas las batallas. De todos modos, los apocalipsis y los miedos se suceden en los espíritus con profecías fatales y con horrores disfrazados de jinetes vengativos. De todos modos, el mundo, la calle, la azotea de la casa o del edificio de departamento quién sabe si aguanten un temblor del 8 nuevamente. De todos modos, las cosas cambian.