de Gonzalo Soltero
PREMIO NACIONAL DE NOVELA JORGE IBARGÜENGOITIA 2003
QUIENES HAN CONTEMPLADO el ojo de Dios inscrito en un triángulo, pocas veces lo relacionan con el fuego de la zarza que revela a Moisés la existencia divina.
Y en la clase de química nadie se opone a la explicación magistral que va describiendo que el azufre, que se escribe con 'z', proviene de la etimología del término latino sulphur, que se abrevia S, de donde deriva asimismo la palabra sulfurarse, circunstancia que manifiestada respecto a una persona, la sitúa entre la extrema ira y el borde de la violencia.
Continúa la clase de química, esta vez orgánica, donde se expone que los hidrocarburos contienen mucha energía, misma que se extrae de ellos a través de la combustión, generalmente por fuego.
Llama la atención que al fuego, como a Dios, se le represente como un triangulito, explica el profesor de química, y agrega: en la medida que esta ciencia se organiza con base en el trabajo de los antiguos alquimistas, que representaban de esta manera al fuego, la costumbre se conserva hasta nuestros días.
Pocos como los alquimistas, a su vez, para mantener vivas dos tradiciones: la pitagórica ?por una parte? y las reflexiones de Hermes Trimegisto. Los alquimistas profundizaron, como lo hicieron los cabalistas también, en el orden de la creación y su equilibrio; así como en la importancia de la triada y el número tres (pensemos en los lados del triángulo y en sus tres ángulos, y en otros tantos complementarios), como uno de los números perfectos de la creación (tal y como son los otros dos primos: el cinco, base del pentáculo, el pentagrama protector; y el siete, número mágico y perfecto por antonomasia; además de la unidad, el uno).
El Dante, en la Vita nuova, reflexiona también con respecto a otros asuntos numéricos: con toda claridad nos previene contra el seis, el número de la imperfección --afirma-- porque no alcanza la perfección del siete. Así, el número de la bestia, del Anticristo, tiene en su nombre el 666, una triada de seises: la imperfección tres veces reiterada.
Y bien, si el mundo moderno carece de la pericia para comprender estas antiguas cuestiones, ello no es impedimento para que ocurran en él acontecimientos que señalan el final de los tiempos. Lo cual --asimismo-- es la base de la que debe partirse para su posible explicación.
Hace tiempo, comentando con Rubén Bonifaz Nuño algunos de sus textos, discutíamos que Fuego de pobres, uno de sus más hermosos e intensos poemarios, tiene una mayor aceptación entre los lectores debido a su claridad exotérica; es decir, por su expresión de la realidad sensible dentro de un orden natural y cotidiano. Cuando, en contraste, La flama en el espejo es más bien un libro hermético, tanto como El canto a un dios mineral de Jorge Cuesta, precisamente por su estrecho contacto con las antiguas tradiciones que el neoclacisismo y el enciclopedismo buscaron enterrar.
A ningún lector atento extraña, después de la lectura de El perjurio de la nieve de Adolfo Bioy Casares o de su Historia prodigiosa, que haya una reiterada búsqueda a través de la literatura contemporánea de otros conocimientos a través de símbolos en apariencia olvidados.
Bioy buscó mostrar la presencia de una serie de de dioses griegos o romanos que intervienen aún en el destino de los hombres, quienes ?ciegos de vanidad? creen actuar con libre albedrío, a diferencia de los personajes de la Iliada o la Odisea, quienes reconocen la interacción divina en la vida humana y en los actos de los héroes.
Búsqueda semejante emprendió Carlos Chimal con Lengua de pájaros, novela que se refiere directamente al modo secreto entre los alquimistas de comunicar sus conocimientos en relación con la búsqueda de la piedra filosofal, y su gnosis.
No extraña por ello que Gonzalo Soltero, con análogos fundamentos, ubique en nuestro tiempo y circunstancias una historia de tradición milenaria: la caída de una ciudad, el término de una civilización. Nuestra ciudad. Nuestra civilización. Y que en particular, la voz narrativa de su volumen, incorpórea y omnisciente, relate bajo la imagen del fuego o del número de la bestia (la bestia misma) la final hecatombe de un mundo que no es ya la divina Tenochtitlan.
Aquel que tiene los ojos de fuego, esa voz que narra, cumple a la perfección con su intento: demostrar que tras una fase evolutiva una especie puede dominar a una especie débil, la nuestra.
En Sus ojos son fuego, una triada de biólogos y fisiólogos: Adrian Ustoria, Malula Maldonado y Héctor Carrillo se enfrentan respecto a la aplicación del método científico en una investigación. En ella, una triada de monos bonobobos: Vicenta, Simión y Alex son sacrificados en aras de la búsqueda de estímulos en sus comportamientos sexuales y de agresión a través de la inducción de una serie de agentes diversos en sus centros nerviosos e hipotalámico.
Los lectores descubrirán con azoro, junto con los observadores de la investigación, que los estimulantes son capaces de vencer la fuerza del instinto de reproducción --instinto que en circunstancias normales rebasa la importancia y prioridad del de supervivencia. Es decir, la violencia y la agresión pueden llegar entre los mismos individuos a rebasar, contra natura, el impulso de perpetuación.
Una tercera triada actúa en función de sus propios intereses: los sindicalizados del instituto: Herlinada, Filemón y Fran, que asuzan los miedos sociales a través de los diversos medios y recursos a su alcance.
Por su parte, el fuego tiene un instrumento: Miguelito, catalizador de la circunstancia. Como inspirado en un eco bíblico de la frase evangélica que afirma: "Mi nombre es legión", Miguelito es una rata de fuerza y proporciones inusuales.
A su vez, al ir descifrando estas circunstancias, el lector de Sus ojos son fuego tiene presente una frase frecuente de los diarios: la universidad es el laboratorio del país. Y quien ha leído los diarios vespertinos de los años recientes recuerda y descubre un hecho apuntado con frecuencia: las ratas de la ciudad no sólo se han multiplicado, han aumentado su tamaño hasta alcanzar proporciones aterradoras.
Los nocturnos caminantes solitarios saben que la ciudad sólo posee unos cuantos fantasmas; pero en cambio abunda en sombras fugitivas, acechantes, no sólo en alcantarillas o en esquinas, sino en bardas, tuberías, escaleras y azoteas.
La triada de sindicalistas, rodeada de animales e instrumentos bajo su responsabilidad y control, conoce su poder por encima de las restantes triadas, y lo ejerce de modo lúcido para pervertir el orden acostumbrado de las cosas.
Los acontecimientos se narran en tres capítulos, que comprenden los tres días que bastan para dar cuenta de que la hipótesis de Adrián Ustoria llegaba más lejos de lo intuido o imaginado. Así, comprendemos: su destino está sellado. Extraños dioses jugaron con él y con nosotros.
Ustoria, en carne propia ha ido padeciendo golpes, asaltos, agrsiones. Nadie se salva en la Ciudad de México: atisbamos el fatal desenlace cuando tres asesinatos rituales se cumplen. El número de la bestia habrá alcanzado la perfección que necesita. Se abrirán entonces las puertas del abismo y se desatará su cólera. Con ello el resto de los hechos se cumplen con perfección en un mundo donde la creciente ola de agresión y violencia refuerzan el horror que nos corresponde vivir.
Con estos elementos, Gonzalo Soltero ha logrado una novela estremecedora, tensa, brillante que se dispara de principio a fin en una noche iluminada por sombras, que se inserta de manera lúcida en la historia de la literatura mexicana de este nuevo milenio.
Y en la clase de química nadie se opone a la explicación magistral que va describiendo que el azufre, que se escribe con 'z', proviene de la etimología del término latino sulphur, que se abrevia S, de donde deriva asimismo la palabra sulfurarse, circunstancia que manifiestada respecto a una persona, la sitúa entre la extrema ira y el borde de la violencia.
Continúa la clase de química, esta vez orgánica, donde se expone que los hidrocarburos contienen mucha energía, misma que se extrae de ellos a través de la combustión, generalmente por fuego.
Llama la atención que al fuego, como a Dios, se le represente como un triangulito, explica el profesor de química, y agrega: en la medida que esta ciencia se organiza con base en el trabajo de los antiguos alquimistas, que representaban de esta manera al fuego, la costumbre se conserva hasta nuestros días.
Pocos como los alquimistas, a su vez, para mantener vivas dos tradiciones: la pitagórica ?por una parte? y las reflexiones de Hermes Trimegisto. Los alquimistas profundizaron, como lo hicieron los cabalistas también, en el orden de la creación y su equilibrio; así como en la importancia de la triada y el número tres (pensemos en los lados del triángulo y en sus tres ángulos, y en otros tantos complementarios), como uno de los números perfectos de la creación (tal y como son los otros dos primos: el cinco, base del pentáculo, el pentagrama protector; y el siete, número mágico y perfecto por antonomasia; además de la unidad, el uno).
El Dante, en la Vita nuova, reflexiona también con respecto a otros asuntos numéricos: con toda claridad nos previene contra el seis, el número de la imperfección --afirma-- porque no alcanza la perfección del siete. Así, el número de la bestia, del Anticristo, tiene en su nombre el 666, una triada de seises: la imperfección tres veces reiterada.
Y bien, si el mundo moderno carece de la pericia para comprender estas antiguas cuestiones, ello no es impedimento para que ocurran en él acontecimientos que señalan el final de los tiempos. Lo cual --asimismo-- es la base de la que debe partirse para su posible explicación.
Hace tiempo, comentando con Rubén Bonifaz Nuño algunos de sus textos, discutíamos que Fuego de pobres, uno de sus más hermosos e intensos poemarios, tiene una mayor aceptación entre los lectores debido a su claridad exotérica; es decir, por su expresión de la realidad sensible dentro de un orden natural y cotidiano. Cuando, en contraste, La flama en el espejo es más bien un libro hermético, tanto como El canto a un dios mineral de Jorge Cuesta, precisamente por su estrecho contacto con las antiguas tradiciones que el neoclacisismo y el enciclopedismo buscaron enterrar.
A ningún lector atento extraña, después de la lectura de El perjurio de la nieve de Adolfo Bioy Casares o de su Historia prodigiosa, que haya una reiterada búsqueda a través de la literatura contemporánea de otros conocimientos a través de símbolos en apariencia olvidados.
Bioy buscó mostrar la presencia de una serie de de dioses griegos o romanos que intervienen aún en el destino de los hombres, quienes ?ciegos de vanidad? creen actuar con libre albedrío, a diferencia de los personajes de la Iliada o la Odisea, quienes reconocen la interacción divina en la vida humana y en los actos de los héroes.
Búsqueda semejante emprendió Carlos Chimal con Lengua de pájaros, novela que se refiere directamente al modo secreto entre los alquimistas de comunicar sus conocimientos en relación con la búsqueda de la piedra filosofal, y su gnosis.
No extraña por ello que Gonzalo Soltero, con análogos fundamentos, ubique en nuestro tiempo y circunstancias una historia de tradición milenaria: la caída de una ciudad, el término de una civilización. Nuestra ciudad. Nuestra civilización. Y que en particular, la voz narrativa de su volumen, incorpórea y omnisciente, relate bajo la imagen del fuego o del número de la bestia (la bestia misma) la final hecatombe de un mundo que no es ya la divina Tenochtitlan.
Aquel que tiene los ojos de fuego, esa voz que narra, cumple a la perfección con su intento: demostrar que tras una fase evolutiva una especie puede dominar a una especie débil, la nuestra.
En Sus ojos son fuego, una triada de biólogos y fisiólogos: Adrian Ustoria, Malula Maldonado y Héctor Carrillo se enfrentan respecto a la aplicación del método científico en una investigación. En ella, una triada de monos bonobobos: Vicenta, Simión y Alex son sacrificados en aras de la búsqueda de estímulos en sus comportamientos sexuales y de agresión a través de la inducción de una serie de agentes diversos en sus centros nerviosos e hipotalámico.
Los lectores descubrirán con azoro, junto con los observadores de la investigación, que los estimulantes son capaces de vencer la fuerza del instinto de reproducción --instinto que en circunstancias normales rebasa la importancia y prioridad del de supervivencia. Es decir, la violencia y la agresión pueden llegar entre los mismos individuos a rebasar, contra natura, el impulso de perpetuación.
Una tercera triada actúa en función de sus propios intereses: los sindicalizados del instituto: Herlinada, Filemón y Fran, que asuzan los miedos sociales a través de los diversos medios y recursos a su alcance.
Por su parte, el fuego tiene un instrumento: Miguelito, catalizador de la circunstancia. Como inspirado en un eco bíblico de la frase evangélica que afirma: "Mi nombre es legión", Miguelito es una rata de fuerza y proporciones inusuales.
A su vez, al ir descifrando estas circunstancias, el lector de Sus ojos son fuego tiene presente una frase frecuente de los diarios: la universidad es el laboratorio del país. Y quien ha leído los diarios vespertinos de los años recientes recuerda y descubre un hecho apuntado con frecuencia: las ratas de la ciudad no sólo se han multiplicado, han aumentado su tamaño hasta alcanzar proporciones aterradoras.
Los nocturnos caminantes solitarios saben que la ciudad sólo posee unos cuantos fantasmas; pero en cambio abunda en sombras fugitivas, acechantes, no sólo en alcantarillas o en esquinas, sino en bardas, tuberías, escaleras y azoteas.
La triada de sindicalistas, rodeada de animales e instrumentos bajo su responsabilidad y control, conoce su poder por encima de las restantes triadas, y lo ejerce de modo lúcido para pervertir el orden acostumbrado de las cosas.
Los acontecimientos se narran en tres capítulos, que comprenden los tres días que bastan para dar cuenta de que la hipótesis de Adrián Ustoria llegaba más lejos de lo intuido o imaginado. Así, comprendemos: su destino está sellado. Extraños dioses jugaron con él y con nosotros.
Ustoria, en carne propia ha ido padeciendo golpes, asaltos, agrsiones. Nadie se salva en la Ciudad de México: atisbamos el fatal desenlace cuando tres asesinatos rituales se cumplen. El número de la bestia habrá alcanzado la perfección que necesita. Se abrirán entonces las puertas del abismo y se desatará su cólera. Con ello el resto de los hechos se cumplen con perfección en un mundo donde la creciente ola de agresión y violencia refuerzan el horror que nos corresponde vivir.
Con estos elementos, Gonzalo Soltero ha logrado una novela estremecedora, tensa, brillante que se dispara de principio a fin en una noche iluminada por sombras, que se inserta de manera lúcida en la historia de la literatura mexicana de este nuevo milenio.
Soltero, Gonzalo. Sus ojos son fuego. Premio nacional de novela Jorge Ibargüengoitia 2003. Col. Premios nacionales, Ediciones la Rana, IECG. Guanajuato, Gto., 2004. Sin ISBN, 177 pp.
11 comentarios:
Felicidades!
Me da gusto que los vredaderos escritores estén utilizando este recurso de la autopublicación por medio de bitácoras.
Yo, yo soy un pobre diablo que pretende escribir algo que llamo "antiaforismos", y como tal, pues; ¿no hay manera de que se "moche" con un ejemplar de ese su libro premio?
un abrazo
f
Hi people
I do not know what to give for Christmas of the to friends, advise something ....
Hello. Good day
Who listens to what music?
I Love songs Justin Timberlake and Paris Hilton
Excelente informacion sobre Los nuevos alqimistas este tema me gusta mucho es muy interesante y entrenenido gracias por compartirlo con nosotros.
Interesante informacion muy entretenida nunca habia encontrado algo sobre "Los nuevos alqimistas" y me gusto mucho leer sobre eso
Gracias por su blog es muy interesante leer post como estos me entretienen mucho
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