Pasos de ornitorrinco
Una breve visita a James Hadley Chase
HACE UN PAR DE AÑOS, un grupo de escritores fue invitado por el Instituto Nacional de Ciencias Penales, INACIPE, para ofrecer un seminario relativo a la novela negra. Más que promover la lectura, el curso tenía como motivo leer y comentar una serie de cuentos y novelas donde diversos crímenes son vistos desde el lado de la ficción.
El objetivo, mostrar que la literatura puede ser una herramienta para que los estudiantes de esas especialidades tuvieran la oportunidad de fortalecer su currícula, cuyo fin es “realizar investigaciones de alto nivel y procurar enseñanza superior en el área de las ciencias penales”.
Llamaba la atención que los estudiantes dedicados a la investigación criminal no tuvieran, en su mayoría, conocimiento de los autores canónicos respecto al tema, ni de mexicanos, ni del exterior. Propiamente, Rafael Bernal, Vicente Leñero o Paco Ignacio Taibo II no estaban entre sus conocimientos generales, y Jim Thompson o Dashiell Hammett podían para ellos presentarse como corredores de fondo o como médicos prominentes, daba lo mismo.
En asuntos criminales en México, lo han repetido procuradores y exprocuradores, la mayor parte de la investigación en torno a los casos que se presentan, la solución —de ocurrir — se debe a informantes más que a otro tipo de trabajo de los ministerios públicos. Hay, es cierto, especialistas en todas las ramas, y me pregunto qué papel representan en su labor la intuición y la imaginación.
Asunto aparte es la sicología criminal, de la que poco podemos apreciar en la nota roja de los diarios, donde se usa la frase hecha de: “al notar que actuaban con nerviosismo, procedieron a investigar y…”, que se registra en la descripción de algunas capturas o enfrentamientos in fraganti.
Descreo, por otro lado, de las series televisivas que propician la seguridad de las capturas de criminales en menos de 24 horas, que mucho ayudan a pensar que podemos controlar el temor de que la cohesión social y cultural se nos escapó de las manos hace tiempo y que vivimos en un mundo con pronta solución a sus problemas.
En James Hadley Chase, uno de los grandes autores del género negro, encuentro arquetipos que bien describen parte de la realidad contra la que nos enfrentamos. Vale recordar, digamos, la conversación entre los mafiosos Johnny Bianda y Joe Massino en Toc, toc, ¿quién es? (1973) del propio Chase: “¿Has leído alguna vez un libro?, Johnny?”. “No”. “Yo tampoco. ¿Quién quiere leer un libro?”, para sentirme como en casa.
J. Hadley Chase, cabe recordar, publicó en 1939 una novela estremecedora, El secuestro de Miss Blandish, cuya fuerza poco o nada le pide al Truman Capote de A sangre fría. La versión de Joaquín Urrieta mereció tanto ser de los grandes éxitos de EMECÉ, en su momento, como la reedición que hizo editorial Anagrama.
Ni la historia ni la trama son simples, ilustran con claridad un precepto del análisis lógico: hay cuestiones que pueden resolverse sin salir de la caja; otras, sólo obtienen respuesta pensando desde afuera de la caja.
El viejo aforismo “nada humano me es ajeno”, no significa, necesariamente, que mis procesos de pensamiento, delimitados por mi forma de ser, permitan que comprenda los modos de proceder de otra persona. Por ello, Poe recomendaba ponerse en el pensamiento del otro y adelantar sus jugadas.
Adoptando estos principios al secuestro de Miss Blandish, puede comprenderse con claridad por qué la policía y el FBI no pudieron resolver en meses el secuestro de la notable heredera. Es entonces cuando el viejo Blandish decide contratar a Dave Fenner, antiguo reportero, quien define su oficio de investigador privado como “estar atento a lo que sucede. Ya que nunca sé si tendré que utilizar los datos que recojo”.
Fenner será quien pueda seguirle los pasos a Slim Grissom, uno de los grandes perfiles sicóticos de la novela criminal, y resolver los entretelones del caso. Este enfrentamiento hace de la novela una historia vertiginosa, amarga y memorable. Ya que la mente previsora de Fenner no es capaz de abarcar la visión de todo espíritu humano con la dimensión con que James Hadley Chase logra hacerlo.
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