jueves, marzo 30, 2006

Miguel Ángel Muñoz interroga el lenguaje

El origen de la niebla

Silvia Eugenia, Bernardo y Miguel Ángel Muñoz en el
Encuentro de Escritores del Mundo Latino, Morelia, Mich., 2005.

EN LA VIDA suceden encuentros privilegiados y determinantes, quizá no necesariamente con la frecuencia que uno desearía. O quizá son frecuentes, mas sólo durante ciertas épocas de cada edad sabemos apreciarlos. Algo semejante sucede con los libros, me decía a veces; sin embargo, con el tiempo he aprendido que por regla general un libro nos cae en las manos en el momento adecuado.

Quizá ese sea uno de los motivos por los que la poesía propicia un interés particular para quienes tienen la oportunidad de acercarse a este género. La poesía es una revelación inmediata y su fuerza de seducción es creciente en quienes buscan la intensidad y precisión de lo que acontece en el corazón del hombre. El poeta mismo tiene conciencia de ese hecho cuando descubre que en ocasiones le es difícil capturar esa intensidad, esa precisión en diversos momentos.

Con frecuencia soy testigo de ello: durante más de diez años he trabajado con autores jóvenes y sorprende cómo les es complicado diferenciar el alto instante o la revelación de partes menos logradas de su trabajo. Y en contraste, cómo los poetas experimentados, cómo los lectores adictos a la poesía descubren con facilidad envidiable esas palabras, esas tonalidades --siempre diversas--, esa piedra angular donde un poema es la muestra precisa, concreta de lo que es la poesía.

Más allá de mitos y leyendas, se descubre que un poeta nace y se hace, que escasos poetas tienen esa excepcional cualidad que todo lector descubre en Rimbaud, por ejemplo, o en Lope de Vega. Y por ello pareciera mejor afirmar que un poeta se hace más a golpes de silencio que por sobreabundancia de palabras, ritmos y acentos. Xavier Villaurrutia lo decía con acierto: conviene desconfiar de la obra voluminosa. La antología de Tablada respalda su afirmación.

Mauricio Brehm, uno de los grandes lectores de poesía que he conocido, afirmaba que "la poesía es vida en luz hecha vida", frase en extremo oscura pero útil para un lector de catorce años; definición --entre las numerosas que se han formulado al respecto-- que me basta. Con ella se percibe el esfuerzo que esconde la labor poética: alquimia del verbo que, como el trabajo de quienes buscaron la gran Obra, comprende una labor del espíritu donde la paciencia, la constante repetición del proceso conduce al óptimo resultado --donde la estructura íntima de la naturaleza se transforma en contacto con las mínimas partículas que la componen.

El origen de la niebla de Miguel Ángel Muñoz, volumen de 42 poemas publicado hace un par de meses por el Fondo editorial tierra adentro de Conaculta, ilustra la percepción de este camino. Al autor lo conocí hace una docena de años, recién egresado de la Escuela de escritores de la SOGEM. Nacido en 1972, no tendría más de veinte años por aquel entonces y era editor de un revista de creación: Tinta seca, que ha evolucionado al parejo de su director. En ella leí sus primeros poemas.

Lecturas plurales y experiencias difíciles y favorables se han sumado en el tiempo junto con las enseñanzas de los grandes creadores de nuestro tiempo que han sido entrevistados por Muñoz. Miguel Ángel no ha echado en saco roto el amplio mosaico de reflexiones de las que ha sido testigo y se preocupa por experimentarlas y ponerlas en práctica en su trabajo poético. Esto da como resultado un volumen decantado durante años en donde ha reunido bajo el pretexto de algunas obras plásticas los poemas reunidos en El origen de la niebla.

No es una reunión ni una yuxtaposición casual El origen de la niebla. Sobre todo porque la mayor parte del trabajo creador de Muñoz son una serie de volúmenes y ensayos sobre la pintura y las artes visuales donde ha aguzado los sentidos y buscado la fundamentación de cada estética. No se ha quedado ahí, y a partir de ese conocimiento su búsqueda poética se ha ido definiendo. Sus afinidades están principalmente en la poesía francesa del siglo pasado, en la inglesa y en la mexicana.

Tanto José Luis Cuevas como Marco Antonio Campos encuentran en el trabajo de M. A. Muñoz una decantación de la propuesta de Octavio Paz en la visión de la plástica como en la preocupación por el lenguaje del arte, de la creación y los ejes y dimensiones de sus respectivos ámbitos. Mas ello sólo es un antecedente propicio para investigar más a fondo el camino y los territorios explorados por el poeta de El origen de la niebla.


Muñoz prefiere el riesgo del poema breve sobre el de largo aliento, la imagen y el asedio de la abstracción para describir sus ámbitos. Más que la circunstancia vital, domina en el libro la experiencia de una contemplación de un lenguaje que debe transmitirse por medio de otro con diferentes recursos, ya que su objetivo es distinto.

Una obra plástica captura la experiencia visual de un momento de la eternidad o una imagen concreta que aspira a ella, entre otras posibles. Sin embargo, el poema debe partir de este primer resultado hacia una experiencia verbal, donde otra pasión domina: la constante interrogación sobre el lenguaje, la imagen, el símbolo y el signo incluidos en una ráfaga de luz y en la brevedad estricta del verso.

Dice en "Inscripción":

Lenguaje,

signo espiral y secreto

oscilante, pendular, inmóvil.


Figura,

hunde sombras

como imagen incierta


Como toda percepción, ésta es inmediata. Tal es la condicionante de su concisión. La poesía de Muñoz define, captura. Para reducir el verso a expresiones mínimas, se apoya en en el uso del asíndeton, la silepsis y del zeugma, lo que produce unidades mínimas, sintéticas: un efecto de ideograma en la expresión poética, esa condición característica del verso japonés o chino cuando se lee en español:

Muro de signos,

como línea herida

bajo sombras,

estrella: piedra; voz

sin voz, contracción de ecos.

"V. Diez apuntes para Ràfols-Casamada"


En contraste, Muñoz apela a otros recursos cuando requiere definir por ausencia o por presencia algunas entidades. El origen de la niebla leído como una interrogación del lenguaje se adentra por las partes mínimas, pone al microscopio cada uno de los elementos e imagina --incluso-- pinturas posibles o imposibles que afinen la percepción de cada uno de sus elementos. Un bello ejemplo de esta intuición llevada al papel lo encontramos en "Espacio en blanco", donde el uso de la anáfora da al poema un ritmo peculiar durante la última estrofa.

El cuadro es transparente es la nada,

es espacio abierto es el olvido:

entre ambos se asomó el silencio.


Nadie imagina ni observa,

no asombra, se percibe.


No hay niebla.

No existen relámpagos.

No deseo encontrarlos.

Ni silencios ni palabras.

No hay sentidos opuestos.


Y si bien la luz y el contraluz, la perspectiva, la sombra, la profundidad, el trazo, la secreta geometría, la proporción y la oscuridad son con el color o su ausencia partes fundamentales para el espectador de un cuadro, llama la atención el título del libro. Describe con propiedad la fuente del lenguaje, si nos atenemos a su palabra:

Afirma en "Lenguaje":

Quieto, el lenguaje,

incierto, ocupa

un espacio oscuro.


Con una palabra

sella el eco.


Asimismo, todo fragmento es 'su cementerio'. 'El lenguaje comienza en el silencio', 'cada signo es intocable/ sensación y percepción' ("Navegaciones"); 'abolición de la realidad'; 'signo espiral y secreto'. En contraste, la arquitectura es el 'símbolo del lenguaje', 'espiga de la voz'.

En una instalación exclama: 'la luz se hace niebla:/ silencio y vacío: cristal de sueños imaginarios'.

Para conseguir la epifanía:

Sólo un signo

proyecta naufragios

sin muros permanentes.

La niebla descifra sombras.


Opuesto al signo, el garabato: 'Nada significa'.

Así, a partir de "Imágenes", el libro cobra un nuevo aliento, donde la creciente calidad de la poesía de Miguel Ángel Muñoz despojada de la niebla inicial, la estética de las definiciones conmueve profundamente. "Paisaje nocturno", "Diez apuntes...", "Describo un dibujo II" son algunos de los poemas que muestran con mayor claridad su fuerza creativa.

El poema sin título de la página 59 expresa con claridad la sensación que El origen de la niebla deja en el lector:

Me arropo en el espejo

y no encuentro respuesta,

y ese rostro describe mi nombre,

se encierra en un laberinto.


Y dentro del sueño mi aventura es secreto,

y mi lengua es una escalera

que mezcla palabras

ahogadas en el reflejo del cristal.


Estas breves páginas no agotan los diversos rostros de la poesía de Miguel Ángel Muñoz, desean sencillamente resaltar algunas de sus inquietudes y cualidades como poeta. Cada lector puede con él sumarse en su travesía, ante un trabajo que se vislumbra creciente, en una diversa madurez, en una decidida búsqueda de perfección, de belleza. Deseo a quien lo descubra comparta la sensación de que ha tenido un encuentro privilegiado en su vida, un libro que ha llegado en el momento preciso hasta sus manos.


Muñoz, Miguel Ángel. El origen de la niebla. Fondo editorial Tierra adentro. Conaculta -DGP, México, 2005, 80 pp. FETA 292. ISBN 970-35-0812-x

2 comentarios:

Letisha Carlop dijo...

Sólo andaba paseando, así que le dejo un saludo y de paso otro a Miguel, que estén muy bien...un beso...desde la montaña...

Anónimo dijo...

Keep up the good work
»