jueves, marzo 16, 2006

Jaime Augusto Shelley. Patria prometida / Patrie promise

Por dentro y por fuera. Apostillas a un prólogo o un epílogo fuera de tiempo


¿DóNDE LA INTERIORIDAD, dónde la música, dónde el camino de un poeta abandona la placidez de los valles y las planicies para ascender a la cúspide de las montañas? ¿Dónde queda solo y se muestra tal cual es? ¿Cómo saberlo? ¿Cuál es el camino?

Como la música, la poesía implica un acercamiento progresivo, reiterado al lenguaje de cada poeta. Una primera aproximación no basta.

Apenas muestra. Difícilmente se percibe la naturaleza de su revelación.

Pronto se cumplirán diez años de mi primera lectura de Patria prometida de Jaime Augusto Shelley donde, tras un silencio de años, hacía una jornada por ciudades y gente. Percepciones de aliento bíblico que miraban el mundo en su intensidad sorprendente, en sus vórtices fatales: nodos donde la humanidad apuesta por lo mejor de sí misma y por su destrucción. Bitácora de tiempos de cambio, cuyos más puros instantes pueden resumirse en un par de versos al momento de encontrar un remanso:

y he llegado en paz
a donde no iba.

Aquella visión que mucho recuerda la del Moisés que agoniza en la contemplación del destino pactado con Jehová para su pueblo, apareció en la colección Margen de poesía de la UAM, y meses después tuvo una edición de la Dirección General de Publicaciones de Conaculta donde nuevos poemas agregaban otra dimensión al libro. La reciente aparición (2005) del volumen, ahora en edición bilingüe, español-francés, publicado en coedición entre la UNAM y Écrits des Forges permite una nueva lectura de la obra, cuya estructura y concepción, tanto en la arquitectura del verso como en la intención de la poesía son excepcionales.

Shelley en Manzanillo, Col. 1er encuentro Trois Riviéres - MéxicoBreves han sido mis comentarios a "Por dentro y por fuera", esa serie de 12 poemas donde J.A. Shelley da respuestas a preguntas como las que motivan esta reflexión. Previas lecturas de esta parte de Patria prometida y el ordenamiento del libro parecieran confirmar la intención de Shelley por no perder de vista en la existencia, en la vida el papel del hombre, tanto como un ser de sensibilidad e inteligencia, así como un sujeto responsable ante la polis.

Sin embargo, en la relectura de estos doce poemas, al observar con mayor detalle la construcción de los poemas de numeración romana (I-X) se nota una distinta concepción de la serie, que contrasta con la versificación y estructura que plantea el poema más largo del conjunto: "Bolívar", para terminar con "Falta una palabra".

El poeta de "Por dentro y por fuera" complementa al de la parte inicial, el de "Desnudo con guitarra", en su naturaleza: este es el hombre rebelde, el héroe trágico, de ejemplar voluntad e intención, que debe enfrentar su circunstancia:

Sangre en un cuaderno,
su otra edad mordiendo signos.
La hora ha llegado.
Comienza loca cacería
de ubres celestiales.
Y en el cielo,
algo que se venía barruntando:
da a luz a su creatura el miedo.
("Desdía")

Podrá vencer o ser derrotado por el fatal acontecimiento, pero jamás permanecerá impasible ante él y sus consecuencias. Y para conocer, para detallar la geografía de sus combates emprende un largo camino por las ciudades en la búsqueda de su ideal, la patria prometida, mas su comprensión cabal de los hechos será casi al término de su viaje, cuando la respuesta a su pregunta la formule en su diálogo con Bolívar:

Inútil por ello un canto que deplore tu muerte.
Algo de ti, vertiginoso,
ceñirá la espada y clamará, de nuevo,
campana vibrante, de lado a lado [ . . . ]

Esta suerte de eterno retorno, donde al final "Falta una palabra" responde a un ciclo natural. El ciclo abre y cierra para recomenzar a la manera de la manera de la naturaleza en un canto que recuerda el tránsito de las cosas del mundo en un tono dulce, antiguo, como si el diálogo se refiriera a aquel pie de Garcilaso: "Salid sin duelo, lágrimas, corriendo"donde "El pirú", ese árbol de hojas y frutos magros y presencia inmensa, triste, es imagen de la infancia y del principio:

El pirú florecía por todas partes.
Árbol de siempre, árbol de pobres,
sustento diario de pájaros que ya murieron
o andan por las calles, mendigando.

Mas el hombre, el poeta sabe que su tiempo es único. "Luz, más luz", murmura en baja voz cuando percibe que se aproxima la hora; nunca su obra está completa, y hay tanto por hacer. "Silencio vibrante", "Verbo sonoro", clama.

Falta, en el desorden,
una palabra.
Falta una voz, y otra; y otra más,
en el valle de la muerte,
en la estación de los sofocos
rezumados por el fuego y la sombra.

"Venimos al mundo llorando, de él partimos llorando", afirma Shakespeare, y esa comprensión, ese conocimiento o estafeta son su sabiduría y experiencia, precisamente. El hombre enunciado por Shelley aspira más a la justicia que a la felicidad, cuando contempla su interior descubrimos que "ceniza en andrajos aterida" es su conciencia cuando sola se percibe. Poco dulce es la humanidad y su esperanza:

Algo ha de suceder
o dejar de,
con una misma, aterradora imprecisión.

Y si bien el pensamiento puede alcanzar una casi instantánea simultaneidad de su ser pleno, esta visión tanto de lo acontececido como del momento o del que sucederá no permiten mayor certeza que una constante cadena de ultrajes.

Creen algunos sin igual
el pasado
porque su pureza
se ha perdido y el futuro
no propone segura recompensa
por ácidos agravios.

Lo sabe así el hombre rebelde, de modo que formula su único credo:

somos,
allí donde no hay
número, orden ni regla inexorable,
augurio.

Restallar de espíritu,
libertad.

En tanto algunos buscan la seguridad, el olvido amoroso, el goce de los bienes terrenales, el poeta marca su distancia de las distracciones del mundo, las que obnubilan la mente, las que corrompen el mundo. "Descarquiño sueños", asegura, y penetra por opuestas vías a su quehacer en la tierra. Se sabe incomprendido incluso por quien --marmórea-- contempla su hacer:

Si muevo un brazo o una pierna
en dirección al futuro,
con sobresalto, desde tu dulce rostro
calcáreo, en el repullo desasosegado,
torvo, del día, dices: no.

Mas el amor verdadero, "el que monta el alma", como afirmó Rimbaud, es parte de su naturaleza y destino. Lo vive y acepta pese a las diferencias individuales, porque las decisiones son personales. El amor tiene su propio tiempo y presencia, en un espacio ajeno al de las cosas. No es un obstáculo, sino una marca, referencia para la visión del poeta. No se trata, comprendemos, de un juego narcísico de identidades, sino una distinción de las conciencias, de los asumidos destinos. Pero que no castre, que no frene, ni detenga. El amor, como lo muestra Shelley, no es pasión-impulso, sino conciencia.

Echarse en el césped,
propiciar que el rumor no cese
ni por un instante;
que cuanto es, crezca;
haga, también de nosotros, algo diverso
en otredad.

Porque hay una enseñanza a través del amor. Unirse, fundirse, no es una dilución en el caos, sino el orden del conocimiento, una espiral hacia la comprensión de las cosas rumbo a un acontecer más armonioso.

Queda tan poco,
que si pudieras, en un vivo esfuerzo
ser, nada más por un instante, amorosa,
algo sobrevendría

El poeta sabe que la esperanza quedó hace mucho atrapada en la caja de Pandora, y sabe que en tal medida están las provincias de su heredad. A Prometeo toca devolver el fuego. Al demiurgo, al creador, despertar todos los días la energía de los hombres en el afán de vencer todo aquello que nos hace siervos o esclavos. Shelley así lo asume y así lo expresa. Con la imagen del árbol que evocó al principio. Con la enunciación de la palabra que falta, la que está por decirse, la que es de todo lector cabal: la de todo hombre que se asume en la plenitud del término.

Shelley, Jaime Augusto. Patria prometida / Patrie promise. Prólogos de Alí Chumacero y Bernardo Ruiz. Trad. Nicole et Émile Martel. UNAM- Écrits des Forges. Québec. 2005, 128 pp. ISBN 2-89046-949-2 / 970-32-2598-5