lunes, febrero 28, 2005

Comencemos con las moscas

Comencemos con las moscas
Moscas, niñas y otros muertos
Antología de cuento joven
Punto de partida, UNAM, México, 2004 (Antologías 1)


Comencemos por orden de aparición; comencemos por las moscas. Desde hace tiempo, las moscas y la literatura tienen una estrecha relación. Será que los muertos son clientes cotidianos en los territorios donde las letras tienen su creciente sede, o bien son una señal o un símbolo que periódicamente cabe introducir en un texto para recordarnos algo que está a punto de caer en el olvido.
Entre nosotros, en México, quienes notoriamente han subrayado la importancia de las moscas en la literatura son Tito Monterroso y Hugo Hiriart. Lo que en Monterroso es uso, en Hiriart se convierte en reflexión. Por ello debemos a Hiriart la paradójica y monumental frase: "De un lado el Apocalipsis de san Juan de Patmos, del otro el Elogio de la mosca de Luciano de Samosata. Entre estos dos extremos está toda la literatura.", frase con la que remonta a la literatura homérica la presencia de este insecto (Cfr. Hiriart, Hugo. Disertación sobre las telarañas, 1980), y de manera profética --como es uso cotidiano en el arte de las letras-- prevé este libro y sus alianzas secretas con el Apocalipsis.
Tal es el acierto de Carmina Estrada --su editora-- al titular Moscas, niñas y otros muertos esta reunión de autores recién avecindados en la república literaria con permiso para matar. Queda sin embargo para los críticos la dedicada tarea de distinguirlos y buscarles secretas afinidades, relaciones y parentescos con algunos otros de los más viejos vecinos; así como propiciar las rencillas que permitan sazonar la difícil relación que existe entre los asentados en las torres de marfil o en paraísos artificiales contra los más afines a las pandillas malditas, goliardas, o simplemente callejeras, entre otras muchas; a fin de comprobar cuál es su capacidad y resistencia.
Situación ésta que mucho halaga al espíritu de quienes gustan del espectáculo, pero circunstancia un tanto lejana aún; ya que por el momento sólo contemplamos, por así decirlo, la punta del iceberg. Para nuestra ventaja podemos leerlos ?escucharlos? sin prejuicio y comenzar a observar cómo han ido afilando sus armas.
Nada más injusto, entonces, que clavar la mirada en los breves trastabilleos que en algún momento de la lectura oculte el bosque. Toda obra primera es una marca a partir de la cual comprobaremos cuál es la evolución de una inteligencia, de una sensibilidad, de un estilo y la del cotidiano oficio por dominar el idioma; de manera que, quien explore las páginas de Moscas, niñas y otros muertos recuerde sencillamente que el proceso de maduración de un escritor depende de factores íntimos e irrepetibles. Lo demás, es no entender.
Seña distintiva de esta antología es el diverso origen de estos escritores en lazados por un tema afín: la muerte. Dependiendo de la edad del lector, la distancia temporal entre ellos (74-82) puede ser vista como una breve cuarteadura o una respetable grieta de edades. En cada uno de ellos es evidente la diversa formación que los precede y el resto de las semejanzas y diferencias son más bien para entretenimiento de las almas afines a la estadística. Sin embargo, encuentro en Buendía, Macedo, Piña Posas y Velázquez Betancourt una notable capacidad de imaginación y una aptitud narrativa, descriptiva poco usual.

¿Pero qué, de qué escriben?
En Maritza Buendía, (Zacatecas, Zac., 1974) destaca la obsesión por el erotismo y el trabajo de un estilo en vías de lo impecable. Su erotismo es resorte de situaciones: más el deseo y el comportamiento alrededor del deseo, que el amor. Buendía trabaja la sugerencia, se permite la descripción alrededor de la breve anécdota y disfruta las epifanías donde todo símbolo roza el dolor.
Esclavo del deseo, el hombre, en cualquiera de sus edades, cae en su propia trampa: es mero objeto para la mujer; no importa si el hombre se considera dueño de la situación, depende realmente de la fascinación que reside por naturaleza en la mujer e incluso sus victorias aparentes de dominación o posesión son muestra de torpeza e incapacidad. Todo acto masculino no hace sino confirmar la tesis de que el hombre es una mosca que se rebela contra la telaraña. Inalcanzable, impoluta, siempre, la mujer. El hombre, en la literatura de Buendía, es sólo un depredador sediento de belleza. La belleza es inalcanzable, por definición; y la mujer es la guardiana del secreto.

Humberto Macedo, (D.F. 1976), por su parte, muestra en _Nictofobia_ y en _El reto_ dos vertientes distintas: una de origen fantástico donde maneja la sugerencia y la atmósfera con particular cuidado. Gusta de hacer partícipe al lector de sus percepciones y no carece de particular cariño por sus personajes. Son seres útiles para la narración. Su mayor capacidad, en estos cuentos, están en la anatomía de la violencia: sea ésta física o del espíritu. Sus textos proponen con facilidad los conflictos humanos; pero sus personajes, solitarios, aislados o en busca de reconocimiento desconocen los caminos para sobrevivir.
No quiero decir con ello que Macedo no sepa dejarnos ver a sus personajes o los desconozca; por el contrario. Los visualizamos en sus limitaciones dolorosas, sean sensibles o inteligentes; pero no pueden escapar a destinos donde todas las vías pudieran estar abiertas, mas no las van a encontrar.
Su estilo es de aguafuerte, vigoroso, descarnado. Por momentos se permite el diálogo, sólo para demostrar que las frases, los comentarios de sus personajes los alejan de los demás: amplían la incomprensión y la distancia entre ellos, como imagen de un mundo donde las personas sobrevivirían más fácilmente en el silencio; entonces, tal vez, pudieran encontrar una salida.

Son inevitables las afinidades y las debilidades para el alma humana. Y de algún modo son regla en la lectura o en la apreciación de cualquier arte o humana fábrica. En tal sentido comparto con
Gerardo Piña, (D.F. 1975), el placer de las paradojas y las digresiones que marca la lectura placentera de Borges o de Arreola, de la filosofía de occidente o el mero juego de las consecuencias de una trama concebida como una partida de ajedrez. En tal sentido, sus relatos muestran una diferencia de tono con el resto de sus compañeros de volumen: _Cuatro minutos_, _El gato de Schrödinger_ y _La erosión de tinta_ propiciarán que sus textos sean vistos o como "muy intelectuales" o divertidísimos y que se le quieran pedir peras al olmo.
Tiene como ventaja su capacidad de exploración de temas y ambientes poco usuales en la literatura mexicana, lo cual diferencia su voz entre las del coro; ya que le gusta correr riesgos por senderos propios de otras literaturas.

No es muy distinto el caso de Abril Posas, (Guadalajara, 1982), quien arriesga una sola historia en este volumen. historia de cuyo desarrollo fui afortunado testigo: _Napalm_ es un relato que puede ocurrir en cualquier lugar, en cualquier momento o está sucediendo ahora en diversos sitios. Sus aciertos, más allá del desarrollo del tema, los encuentro en la sucesión de atmósferas y en la progresiva incorporación de personajes y de situaciones; donde más que recurrir a una narrativa tradicional, Posas conjuga y evoca en un continuo espacio-tiempo presencias y sensaciones propias de otras percepciones. La simultaneidad del hecho durante la lectura de la historia propicia un mantenido horror que breves imágenes o insinuaciones acentúan con la anestesiada lucidez con que alguien podría contemplar su propia autopsia.

Las narraciones de Diego Velázquez Betancourt cierran el volumen. Velázquez Betancourt afirma haber nacido en Puebla, en 1978, su humor y su obra, sin embargo, parecieran más bien los de un defeño contemporáneo en virtud del tono y empatía que muestra ante las catástrofes megaurbanas. Un toque ligeramente gótico nimba de elegancia su estilo, donde la ironía sugerida o evidente marcan el ritmo de la narración. Sus lectores aplaudirán su capacidad para dar una vuelta de tuerca a situaciones y temas propios del lugar común para llevarlos con perfección dramática o cinematográfica a un desenlace preciso. _Los espejos_ es un ejemplo de ello.
_Las moscas_ es el relato que debió cerrar el ordenamiento de sus textos; precisamente porque era inevitable escapar del tema, del protagonista y de su desmedida autoestima y de la implacable interferencia de sus peculiares vecinos y compañeros de trabajo.

En contraste, _Hombre muerto_ y su peculiar resignación es una historia que desborda hallazgos temáticos y literarios, e incluso se aparta ejemplarmente del tono y recursos que los autores mexicanos más destacados de la ficción en México habían logrado. Ya antologado, seguirá siendo texto favorito de futuras antologías.

En síntesis, se descubre, lo que podría ser materia prima, se descubre al final del viaje, es un reconfortante volumen de cuentos muy bien contados. Los jóvenes narradores han cumplido con responsabilidad y acierto sobresaliente su labor.
No se reconocerá de inmediato, pero es cuestión de dar tiempo al tiempo.

¿Camina uno entre muertos y entre fosas tras la lectura de Moscas, niñas y otros muertos? No lo siento así. Un joven escritor, un joven creador, contempla la muerte con la fascinación de los inmortales. Ciertamente cada uno de ellos o alguien de su generación ya ha estado frente a la muerte y la ha visto a los ojos. Mas la contemplan con fuerza y gallardía. Buscan dominarla. No la rehuyen ni le temen. Y de íntima manera tienen razón: no hay más satisfacción en la escritura que la escritura misma, cuya única promesa es sentarse a la mesa de los que vencen a la edad, a la incomprensión, al olvido y al tiempo. Atisban con seguridad su incipiente grandeza. Por ello, apuestan fuerte. No los perdamos de vista. Felicidades.

1 comentario:

Anónimo dijo...

mmm muy interesante ¿me deja su e-mail caballero?