miércoles, enero 19, 2005

La mirada de la inocencia

No le conozco enemigos a Vicente Quirarte más allá de sus propias palabras. Sus laberintos de palabras. Malabarismos que le complican la vida en contraste con sus rasgos más luminosos: su natural bondad, su generosidad, su curiosidad infantil, su amplísima colección de chistes de salón y su amor a la poesía. Dudo a veces de que sea mexicano porque su inteligencia carece de complicaciones. Eso es no tener espíritu nacional --afirmo en mala broma--, porque Vicente es uno de los conocedores duros de nuestra literatura y de nuestra historia.
Pater conscriptii, Quirarte es de los miembros fundadores del club del Golosón, hará unos veinte o más años (cuando tenía más cabellitos en su resplandeciente testa), una cofradía que dejó a un lado cuando aceptó ser uno de los grandes Calaca y autor de múltiples apodos y travesuras inocentes. Comprador compulsivo de plumas caras y finas, tiene la mejor letra del salón de clase de los discípulos de Rubén Bonifaz Nuño, con quien está comiendo en su fotografía del Rioja. De él me gustan su poesía y sus cuentos (que tienen más punch que sus ensayos, donde no afila las Montblanc contra nadie).
El único defecto que lo marca es la duda metódica. Duda incluso de si estará dudando. Lo cual lo vuelve frágil. Pero su amor a Rimbaud y a los vampiros compensan esa costumbre que lo hace dudar respecto al mejor de los consejos en los peores momentos, cuando no puede resolver las situaciones con mente clara. Me explico: es capaz de consultar respecto a la cualidad de una computadora ocho o diez veces, y tras hacer dudar a uno mismo de la bondad del consejo va y hace lo que quiere. Eso está bien en la creación artística, pero no cuando se trata de elegir entre una Vaio una E-Mac o una Toshiba. Porque luego se queja de que tal o cual programa no existen para su chunche.
Es sin embargo de los compañeros de viaje más deliciosos y solidarios. Y no se niega a presentación de libro o frivolidad alguna de la vida literaria, lo que lo hace conocedor de todos los rincones y tugurios de la lumpen literatura nacional. Alabado por moros y cristianos, ha sido el mejor editor de poesía de la última década del siglo XX con su colección El Ala del Tigre. A él, junto con Marco Antonio Campos y Francisco Hernández los leo con gusto y orgullo fraterno.
Le agradezco su lealtad sin fin en los momentos difíciles y que me haya presentado a Sandro Cohen. Lo cual no muchos comprenden, pero lo da un sabor Calaca a la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Zarabanda con perros amarillos" es uno de sus libros de poesía más intensos. Está publicado en una bella colección de poesía en Colibrí, junto a otros poetas de gran valía. Te lo recomiendo con fervor.