lunes, febrero 28, 2005

Cardarelli, Saba, Ungaretti y Quasimodo en nueva traducción

Antología de poetas italianos del siglo XX
UMBERTO SABA, VINCENZO CARDARELLI, GIUSEPPE UNGARETTI, SALVATORE QUASIMODO.
Traducciones de Marco Antonio Campos, epílogo de Stefano Strazzabosco.
UNAM Difusión cultural, México, 2004 (Col. El puente)


Hay un serio problema con los poetas muertos. Traducirlos.

Comentaba Rubén Bonifaz Nuño alguna vez respecto a lo imposible que es para el lector de una traducción de Horacio comprenderlo cuando el traductor ha soslayado la traducción rítmica de sus versos. «Horacio es sobre todo música; quien se la quite, mata al poeta», concluía. Así son de explícitos los comentarios de Bonifaz respecto a la traducción literaria.

Atento alumno de Bonifaz a lo largo de más de veinte años, ha sido Marco Antonio Campos, quien a lo largo de su vida se ha dedicado a traducir con singular tenacidad y oficio a diversos poetas (no sólo italianos; sino franceses y alemanes también). Los ha traducido bien. Sin embargo su perfeccionismo y su amor a la poesía lo han llevado en diversas ocasiones a volver sobre anteriores versiones y revisarlas, reconstruirlas, reintentarlas.

Campos es, en efecto, un traductor generoso: gusta de compartir la poesía que él disfrutó en otras lenguas y, en particular, prefiere difundir a aquéllos escritores de quienes más ha aprendido y respeta; porque, sabemos bien: traducir es la manera óptima de rendir homenaje a autores que reconocemos como universales.

A diferencia de quienes prefieren considerarse los supuestos propietarios de un autor y desdeñan la crítica o el consejo, M.A. Campos investiga a un poeta, coteja, evalúa versiones, comentarios, opiniones y experiencias de otros traductores y lectores. Sus estancias en Francia, Italia, Quebec, o Austria las ha dedicado al estudio del uso de las lenguas, su relación con hábitos y giros propios del lugar y, en la medida de lo posible, un conocimiento directo de las ciudades y sitios relacionados con los poetas que ocupan su atención. Ello, sin embargo, no se manifiesta jamás como erudición, sino en un intento sincero por comprender los mecanismos íntimos de la creación de un autor con base en el mundo que lo rodeó.

Acierto adicional en la labor de MAC es la distancia y el respeto que tiene por la posición política o religiosa de un autor, como pudiera darse, concretamente, en el caso de Ungaretti y su estrecha relación con Mussolini, actitud que Campos desdeña sin que esto afecte la relación estética. En tal sentido, si se considera el volumen del trabajo dedicado a la poesía de Ungaretti en este tomo, se observará que más de la mitad del libro se dedica a la traducción de los trabajos de Ungaretti.


Ya iniciados en la discusión acerca de los autores incluidos en esta selección, cabe referirse a la temática de la compilación hecha por Campos de la obra de Saba, Cardarelli y Quasimodo. Si bien cada uno de ellos es distinto, comparten el dolor de los acontecimientos de la guerra y ser testigos de la devastación de un país y de su gente. En tal medida, son poetas que nos ofrecen sus heridas más profundas con una reiterada enseñanza: la fugacidad de la vida y la certeza de la incomprensión humana.


Vidas devoradas por la injusticia y la jamás aceptada costumbre de la proximidad de la muerte, esta reunión de poetas es un carpe diem y un miserere que se alternan y confunden, ocasionalmente, en una lejana belleza percibida en el paisaje o bien en la imagen o la presencia de una mujer. Su sufrimiento tiene, en contraste, una madurez sublime aprendida o asimilada a partir del más exigente estoicismo, donde esta rebelde resignación ofrece la más depurada intensidad poética.

En el conjunto, comprendemos la riqueza de esta antología: nos encontramos ante una fuente de sabiduría profunda, producto de una meditada selección poética, tras una larga contemplación del sentido de cada poema. Por ello estremece a cada momento.
Por naturaleza, la poesía es un misil transcontinental: el lector de poesía no tiene la prisa del de la narrativa; no la necesita. El impacto poético es propiamente inmediato o a cortísimo plazo. Mas el avance en la lectura de estos poetas es particularmente lento. Tras una breve ráfaga inicial de tres o cuatro versos, el resto de sus poemas tienen otro ritmo, donde la idea necesita de un cambio de verso, para encabalgarse o contrastar las imágenes evocadas, con la excepción del verso de Quasimodo quien rara vez excede un promedio de seis o siete sílabas en sus versos.

Veamos uno o dos ejemplos de la traducción de cada poeta.

Encuentro al azar este poema de Umberto Saba, 1883-1957,(que me hubiera gustado fuera ?Avevo?):
Este año la ida de las golondrinas. . .
Este año la ida de las golondrinas
me oprimirá, en un pensamiento, el pecho.

Los estorninos harán un clamor alto
sobre los árboles, al reunirse
en la avenida Veinte de septiembre.
Al mal prolongado del invierno
sólo tendré aquí de compañeros
ese pensamiento, y en el tejado el pardo gorrión.

En mi soledad las golondrinas
faltarán; y el amor en mis días tardíos.

Comtrastémoslo ahora con Vicenzo Cardarelli (1887-1959):
Cruel adiós
Te conocí cruel en la separación.
Te vi partir
como el soldado que va a la muerte
sin piedad para el que queda.

No me dejaste ninguna esperanza.
No tenías, en aquel punto,
la fuerza para verme.
Después, nada de ti, salvo tu espectro,
asiduo compañero, tu silencio
pavoroso como un pozo sin fondo.
Y me ilusiona
que puedas amarme de nuevo.

Y no hago sino buscarte, no espero
sino tu vuelta,
para verte cambiada, desmemoriada,
con fastidio de mí que me atreveré a hacerte
un amoroso y vano desdén.

De Giuseppe Ungaretti (1888-1970), cito dos:
Eterno
Entre una flor que cortas y otra que das
la inexpresable nada


Despertares
Mariano, 29 de junio de 1916
Cada momento mío
lo he vivido
de nuevo
en una época honda
fuera de mí

Estoy distante con mi memoria
detrás de aquellas vidas perdidas

Me despierto en un baño
de cosas amadas habituales
sorprendido
y endulzado

Con los ojos atentos
recorro las nubes
que se desatan dulcemente
y me acuerdo
de algún amigo
muerto

Pero Dios, ¿qué es?

Y la criatura
aterrada
abre bien los ojos
y acoge
gotas de estrellas
y la llanura muda

Y se siente
recuperado

Este lacerado de Salvatore Quasimodo (1901-1968):
Acaso el corazón
Se hundirá el olor acre de los tilos
en la noche de la lluvia. Será vano
el tiempo de la dicha, su furia, ese
mordisco suyo de rayo que destruye.
Abierta queda apenas la indolencia,
el recuerdo de un gesto, de una sílaba.
pero como un vuelo lento de pájaros
entre vapores de niebla. Y aún esperas,
no sé qué cosa, mi extraviada; acaso
una hora que decida, que reclame
el principio o el fin: la misma suerte.
Aquí, negro, el humo de los incendios
reseca aún la garganta. Si puedes
olvida aquel sabor de azufre,
y el miedo. Las palabras nos cansan,
ascienden desde un agua lapidada;
acaso el corazón nos queda, acaso el corazón. . .

Cada uno de ellos es distinto y original, y magnífico. A cada uno de ellos lo sitúa Campos en su tiempo y lugar en un breve bosquejo biobibliográfico. Como beneficio adicional, al final del volumen se ofrece un ensayo de Stefano Strazzabosco que sitúa tanto a los poetas como a las principales corrientes de la poesía italiana del pasado siglo para quienes no somos especialistas en ella.

De modo que leamos con detenimiento estas más de 450 páginas de poesía, gocemos de la espléndida calidad un libro de tanto en su papel e impresión, como en su formato bilingüe y felicitemos a Marco Antonio Campos por esta labor que nos permite un nuevo acercamiento a estos espléndidos autores.



Hugo Gutierrez Vega, Laura Gonzalez Duran y Marco Antonio Campos en el FCE Posted by Hello

Comencemos con las moscas

Comencemos con las moscas
Moscas, niñas y otros muertos
Antología de cuento joven
Punto de partida, UNAM, México, 2004 (Antologías 1)


Comencemos por orden de aparición; comencemos por las moscas. Desde hace tiempo, las moscas y la literatura tienen una estrecha relación. Será que los muertos son clientes cotidianos en los territorios donde las letras tienen su creciente sede, o bien son una señal o un símbolo que periódicamente cabe introducir en un texto para recordarnos algo que está a punto de caer en el olvido.
Entre nosotros, en México, quienes notoriamente han subrayado la importancia de las moscas en la literatura son Tito Monterroso y Hugo Hiriart. Lo que en Monterroso es uso, en Hiriart se convierte en reflexión. Por ello debemos a Hiriart la paradójica y monumental frase: "De un lado el Apocalipsis de san Juan de Patmos, del otro el Elogio de la mosca de Luciano de Samosata. Entre estos dos extremos está toda la literatura.", frase con la que remonta a la literatura homérica la presencia de este insecto (Cfr. Hiriart, Hugo. Disertación sobre las telarañas, 1980), y de manera profética --como es uso cotidiano en el arte de las letras-- prevé este libro y sus alianzas secretas con el Apocalipsis.
Tal es el acierto de Carmina Estrada --su editora-- al titular Moscas, niñas y otros muertos esta reunión de autores recién avecindados en la república literaria con permiso para matar. Queda sin embargo para los críticos la dedicada tarea de distinguirlos y buscarles secretas afinidades, relaciones y parentescos con algunos otros de los más viejos vecinos; así como propiciar las rencillas que permitan sazonar la difícil relación que existe entre los asentados en las torres de marfil o en paraísos artificiales contra los más afines a las pandillas malditas, goliardas, o simplemente callejeras, entre otras muchas; a fin de comprobar cuál es su capacidad y resistencia.
Situación ésta que mucho halaga al espíritu de quienes gustan del espectáculo, pero circunstancia un tanto lejana aún; ya que por el momento sólo contemplamos, por así decirlo, la punta del iceberg. Para nuestra ventaja podemos leerlos ?escucharlos? sin prejuicio y comenzar a observar cómo han ido afilando sus armas.
Nada más injusto, entonces, que clavar la mirada en los breves trastabilleos que en algún momento de la lectura oculte el bosque. Toda obra primera es una marca a partir de la cual comprobaremos cuál es la evolución de una inteligencia, de una sensibilidad, de un estilo y la del cotidiano oficio por dominar el idioma; de manera que, quien explore las páginas de Moscas, niñas y otros muertos recuerde sencillamente que el proceso de maduración de un escritor depende de factores íntimos e irrepetibles. Lo demás, es no entender.
Seña distintiva de esta antología es el diverso origen de estos escritores en lazados por un tema afín: la muerte. Dependiendo de la edad del lector, la distancia temporal entre ellos (74-82) puede ser vista como una breve cuarteadura o una respetable grieta de edades. En cada uno de ellos es evidente la diversa formación que los precede y el resto de las semejanzas y diferencias son más bien para entretenimiento de las almas afines a la estadística. Sin embargo, encuentro en Buendía, Macedo, Piña Posas y Velázquez Betancourt una notable capacidad de imaginación y una aptitud narrativa, descriptiva poco usual.

¿Pero qué, de qué escriben?
En Maritza Buendía, (Zacatecas, Zac., 1974) destaca la obsesión por el erotismo y el trabajo de un estilo en vías de lo impecable. Su erotismo es resorte de situaciones: más el deseo y el comportamiento alrededor del deseo, que el amor. Buendía trabaja la sugerencia, se permite la descripción alrededor de la breve anécdota y disfruta las epifanías donde todo símbolo roza el dolor.
Esclavo del deseo, el hombre, en cualquiera de sus edades, cae en su propia trampa: es mero objeto para la mujer; no importa si el hombre se considera dueño de la situación, depende realmente de la fascinación que reside por naturaleza en la mujer e incluso sus victorias aparentes de dominación o posesión son muestra de torpeza e incapacidad. Todo acto masculino no hace sino confirmar la tesis de que el hombre es una mosca que se rebela contra la telaraña. Inalcanzable, impoluta, siempre, la mujer. El hombre, en la literatura de Buendía, es sólo un depredador sediento de belleza. La belleza es inalcanzable, por definición; y la mujer es la guardiana del secreto.

Humberto Macedo, (D.F. 1976), por su parte, muestra en _Nictofobia_ y en _El reto_ dos vertientes distintas: una de origen fantástico donde maneja la sugerencia y la atmósfera con particular cuidado. Gusta de hacer partícipe al lector de sus percepciones y no carece de particular cariño por sus personajes. Son seres útiles para la narración. Su mayor capacidad, en estos cuentos, están en la anatomía de la violencia: sea ésta física o del espíritu. Sus textos proponen con facilidad los conflictos humanos; pero sus personajes, solitarios, aislados o en busca de reconocimiento desconocen los caminos para sobrevivir.
No quiero decir con ello que Macedo no sepa dejarnos ver a sus personajes o los desconozca; por el contrario. Los visualizamos en sus limitaciones dolorosas, sean sensibles o inteligentes; pero no pueden escapar a destinos donde todas las vías pudieran estar abiertas, mas no las van a encontrar.
Su estilo es de aguafuerte, vigoroso, descarnado. Por momentos se permite el diálogo, sólo para demostrar que las frases, los comentarios de sus personajes los alejan de los demás: amplían la incomprensión y la distancia entre ellos, como imagen de un mundo donde las personas sobrevivirían más fácilmente en el silencio; entonces, tal vez, pudieran encontrar una salida.

Son inevitables las afinidades y las debilidades para el alma humana. Y de algún modo son regla en la lectura o en la apreciación de cualquier arte o humana fábrica. En tal sentido comparto con
Gerardo Piña, (D.F. 1975), el placer de las paradojas y las digresiones que marca la lectura placentera de Borges o de Arreola, de la filosofía de occidente o el mero juego de las consecuencias de una trama concebida como una partida de ajedrez. En tal sentido, sus relatos muestran una diferencia de tono con el resto de sus compañeros de volumen: _Cuatro minutos_, _El gato de Schrödinger_ y _La erosión de tinta_ propiciarán que sus textos sean vistos o como "muy intelectuales" o divertidísimos y que se le quieran pedir peras al olmo.
Tiene como ventaja su capacidad de exploración de temas y ambientes poco usuales en la literatura mexicana, lo cual diferencia su voz entre las del coro; ya que le gusta correr riesgos por senderos propios de otras literaturas.

No es muy distinto el caso de Abril Posas, (Guadalajara, 1982), quien arriesga una sola historia en este volumen. historia de cuyo desarrollo fui afortunado testigo: _Napalm_ es un relato que puede ocurrir en cualquier lugar, en cualquier momento o está sucediendo ahora en diversos sitios. Sus aciertos, más allá del desarrollo del tema, los encuentro en la sucesión de atmósferas y en la progresiva incorporación de personajes y de situaciones; donde más que recurrir a una narrativa tradicional, Posas conjuga y evoca en un continuo espacio-tiempo presencias y sensaciones propias de otras percepciones. La simultaneidad del hecho durante la lectura de la historia propicia un mantenido horror que breves imágenes o insinuaciones acentúan con la anestesiada lucidez con que alguien podría contemplar su propia autopsia.

Las narraciones de Diego Velázquez Betancourt cierran el volumen. Velázquez Betancourt afirma haber nacido en Puebla, en 1978, su humor y su obra, sin embargo, parecieran más bien los de un defeño contemporáneo en virtud del tono y empatía que muestra ante las catástrofes megaurbanas. Un toque ligeramente gótico nimba de elegancia su estilo, donde la ironía sugerida o evidente marcan el ritmo de la narración. Sus lectores aplaudirán su capacidad para dar una vuelta de tuerca a situaciones y temas propios del lugar común para llevarlos con perfección dramática o cinematográfica a un desenlace preciso. _Los espejos_ es un ejemplo de ello.
_Las moscas_ es el relato que debió cerrar el ordenamiento de sus textos; precisamente porque era inevitable escapar del tema, del protagonista y de su desmedida autoestima y de la implacable interferencia de sus peculiares vecinos y compañeros de trabajo.

En contraste, _Hombre muerto_ y su peculiar resignación es una historia que desborda hallazgos temáticos y literarios, e incluso se aparta ejemplarmente del tono y recursos que los autores mexicanos más destacados de la ficción en México habían logrado. Ya antologado, seguirá siendo texto favorito de futuras antologías.

En síntesis, se descubre, lo que podría ser materia prima, se descubre al final del viaje, es un reconfortante volumen de cuentos muy bien contados. Los jóvenes narradores han cumplido con responsabilidad y acierto sobresaliente su labor.
No se reconocerá de inmediato, pero es cuestión de dar tiempo al tiempo.

¿Camina uno entre muertos y entre fosas tras la lectura de Moscas, niñas y otros muertos? No lo siento así. Un joven escritor, un joven creador, contempla la muerte con la fascinación de los inmortales. Ciertamente cada uno de ellos o alguien de su generación ya ha estado frente a la muerte y la ha visto a los ojos. Mas la contemplan con fuerza y gallardía. Buscan dominarla. No la rehuyen ni le temen. Y de íntima manera tienen razón: no hay más satisfacción en la escritura que la escritura misma, cuya única promesa es sentarse a la mesa de los que vencen a la edad, a la incomprensión, al olvido y al tiempo. Atisban con seguridad su incipiente grandeza. Por ello, apuestan fuerte. No los perdamos de vista. Felicidades.