La reciente traducción al español de Gatiene Lapointe, uno del los poetas considerado entre los puntales de la moderna poesía del Quebec es un acontecimiento que no debe pasar inadvertido ya que permite comprender la visión de un mundo francófono cuya cultura se nutre de un territorio imtelectual y sensible totalmente diverso al que la poesía francesa delimita.
Lapointe (Sainte-Justine-de-Bellechasse, 1931- Trois-Rivières, 1983) no es sólo un poeta de su patria. Es un poeta de la tradición y de la tierra. Una tradición y una tierra que bordean las márgenes del río San Lorenzo, el principal eje del territorio de Quebec, crisol de una nación cuyo contacto con la naturaleza contrasta en actitud y percepción con las formas de vida norteamericana, inglesa y francesa por sus diversas sensibilidad y actitud ante la vida.
Gatiene Lapointe traduce con claridad tal sensibilidad y actitud. Su poesía se despoja de perfiles individuales, y a través de constantes imágenes muestra su visión del mundo en iluminaciones y epifanías sucesivas, donde la identificación con su orbe nos liga con una desacostumbrada belleza. A lo largo de cada poema, esta percepción del mundo se afina y distingue --en ocasiones-- en un solo verso; otras en una terceta o a veces en estrofas de unos cuantos versos.
Cada poeta define la poesía; algunos optan por el predominio del ritmo, otros por la arquitectura del verso y la forma, otros por el flujo de sensaciones. En Lapointe, la presencia de la naturaleza y la conciencia del hombre ante su relación con las cosas construye la poesía dentro del flujo de esas aguas majestuosas que identifican a su nación. Así, la Oda al San Lorenzo está construido con tres piezas fundamentales: "Pertenezco a la tierra", "El caballero de la nieve" y la propia "Oda al san Lorenzo", un excepcional libro de un viaje.
No hay --de inicio-- una certidumbre en la naturaleza del viaje, descubrimos durante "La primera mañana", con que inicia "Pertenezco a la tierra":
¿Por qué derrota aprenderé a vivir?
¿Por qué improbable certeza he de morirme?
He visto el nacimiento de la aurora
He vuelto los ojos hacia la tierra
El sufrimiento del hombre oscurece mi rostro
Borro los pasos del envejecimiento y el sufrir
Regreso al mundo ordinario y bello
Encuentro nuevamente las más familiares palabras
Despierto de un soplo cada infancia
Alumbro un faro al pie de cada sendero
Sueño para recordarme
Y el puro movimiento levanta mis dos brazos
¿Continuaré el canto de mis muertos?
Río que se desliza sobre mi pecho
Un árbol de carne concluye mi frase
Volveré a encontrarme en un país muy joven
De un día entero la luz mi mano dispone
Cada uno tendrá su sitio en mi mesa
El trigo brilla sobre mis torpes dientes
La miel fluye en haces por mi memoria
De mi corazón rebosa un temblor de tierra
[. . .]
Esta mañana durará por ser la primera
Ante esta visión comprendemos una de las preocupaciones esenciales del poeta de Oda al san Lorenzo: ocuparse de un lugar y de un tiempo por cumplir y por satisfacer con plenitud la vida; idea que desarrollará inicialmente en "El tiempo de la tierra", donde las imágenes tienen un brillo enigmático: «La primavera se ha ocultado en sus pólenes / Como el sol en su sombra». «El día nuevo guarda en secreto sus armas». O bien: «Seguiremos el valle austero y profundísimo» o versos que semejan reflexiones de un maestro zen: «El sol nace en la sombra de un pájaro», «Sólo conozco el canto más simple de la tierra», «Entraba llorando en la casa de los vivos», cuya acumulación logra el efecto poético de una verdad percibida como a "través de un vidrio oscuro".
En tal medida la poesía de Lapointe no es una poesía que se devele en una primera lectura o en la contemplación del poema, sino en su reflexión, en su relectura, en el inteligente entramado de cada verso y de cada poema. Por ello considero que muchas de las claves de Oda al san Lorenzo se encuentran en "De la tierra a la primera rama", donde cada afirmación, cada situación descrita por el poeta ilumina el sendero de su búsqueda:
Rechacé toda fabulaciónMiro de cerca los seres y las cosas
Nombro la más frágil brizna de hierba
Surge todo un prado en mi corazón
Este poema debe considerarse como una declaración de existencia, una comprensión cabal del ser poético que habita en el creador, en el hombre: «Hago frente al más alto sol / Auguro y construyo dentro de lo efímero». . . Para concluir con una estrofa donde se revela la totalidad del quehacer poético:
No pido tiempo
No pido sino amar
Tras esta elevación, el poeta de lleno dedica su contemplación al desciframiento de aquellos elementos que "Entre cielo y tierra" descubren sus sentidos. Parte de una circunstancia dialéctica: la opsición que marca el epígrafe de M. J. Durry que inicia esta serie, esta docena de poemas.
Cada uno de ellos tiene el valor de una epifanía, la riqueza de un epigrama, la sutileza de un haikú. En la medida que las manufacturas o los procesos materiales son evitados por el poeta, observamos un mundo inédito, casi paradisiaco, sin el efecto de las transformaciones humanas. Sin embargo esto no evita laceraciones: es un mundo que debe transformarse, los señalamientos son precisos:
Tomo en mi mano el corazón del mundoMiro mi soledad
Nada tiene valor si no es dado
Nada vive si no es compartido
Es el mundo un gran amor que se busca
Efectivamente, no se trata de un paraíso sino de acercarse a él, de allegarse a la perfección, tantas veces mero ideal. Lapointe lo sabe bien: «El mundo es una gran herida/ incomprensible». Afirma. Y sólo entonces busca descifrar ese misterio; cuestionamiento que formula en la serie de poemas de "Sol cotidiano", donde su visión cobra consciencia de su propia grandeza en el enfrentamiento con sus adversarios, en la brasa cabal del amor, en la apuesta de estar vivo.
"De una orilla a la otra", implica un cambio de intensidad, el cambio de estación, el paso de una a otra edad y la aceptación de las sucesivas transformaciones que el poeta encuentra a lo largo de su vida: «Me enluto por cada muerto / Y cada nacimiento me ilumina». Ha dejado la tierra, ha bajado del cielo, surca las aguas en busca de la otra ribera en busca de una constante transformación.
"De una orilla a la otra", implica un cambio de intensidad, el cambio de estación, el paso de una a otra edad y la aceptación de las sucesivas transformaciones que el poeta encuentra a lo largo de su vida: «Me enluto por cada muerto / Y cada nacimiento me ilumina». Ha dejado la tierra, ha bajado del cielo, surca las aguas en busca de la otra ribera en busca de una constante transformación.
"Los relojes de arena del tiempo" se ahonda en el registro de la transformación humana: esa constante necesidad de ser, de rehacerse, de inventarse nuevamente sobre el tiempo, saber tomar de las cosas del mundo aquello que necesitamos para verdaderamente «construir sobre esta tierra».
Escribo cada palabra sobre la tierra
Tomo consejo de todos los vientos
Tomo calor de todos los fuegos
Veo el mar en un manatial
Y en mi corazón late aquel de cada bestia
"Los relojes de arena del tiempo" es, sin embargo, el poema donde hay una aceptación de la finitud: «Paisaje vocablo desnudo del cuerpo/ Es por tanto cierto que mi corazón es mortal». De modo que la transición es natural para hablar sobre la muerte. "Pertenezco a la tierra" es el gran poema de Lapointe acerca del tema: «He repetido siete veces la palabra oscura de Dios» es el leit motiv que enfrenta al hombre con su destino final. Como de paso, la muerte había sido nombrada a lo largo del poema, pero sobre todo la noción del tiempo, de su presencia, no nos había permitido avistar el momento final.
He tomado tierra en mis dos manosCerré mis ojos con tierra
Avisa el poeta en "Dios o el hombre" y asume su mortalidad. Después, el mundo volverá a ser.
"Presencia en el mundo" es un canto a la vida en la conciencia de la muerte, un canto que se entona en las regiones de Perséfone y de Hades: «Cada muerte de hombre agranda mi tumba / Escucho el lamento de las aves que han matado?».
"Presencia en el mundo" es un canto a la vida en la conciencia de la muerte, un canto que se entona en las regiones de Perséfone y de Hades: «Cada muerte de hombre agranda mi tumba / Escucho el lamento de las aves que han matado?».
Mas el poeta es rebelde por naturaleza, no tiene ahí por qué abandonarse a los brazos de la nada. Esa es su fuerza. De modo que "Pertenezco a la tierra" concluye con grandeza su advertencia:
Aboliré la muerte y viviré a cualquier precio.
"Pertenezco a la tierra" es el gran canto de la vida, una existencia que continúa --naturalmente-- en una tierra donde el invierno es la más larga de sus costumbres; tal privilegio pertenece a "El caballero de la nieve", donde el pasado, la infancia, el amor y el sueño se integran en el flujo de esa gran conciencia del ser, del universo y de la belleza que es la "Oda al San Lorenzo", ese poema final, de largo aliento donde el misticismo panteísta --que no religiosidad-- de Laiponte se apodera de la creación, y alcanza a enunciar la visión de la totalidad con plenitud y resignación antes de diluirse en el final crepúsculo.
Pocos libros de poesía tienen esta riqueza. Hoy la tenemos en nuestras manos gracias a la traducción de Marco Antonio Campos y a la infatigable labor editorial de la UNAM con la colaboración de Écrits de Forges, editorial quebequense fundada por el propio Gatien Lapointe. Ojalá los lectores de nuestra lengua puedan considerar entre sus lecturas canónicas la ?Oda al San Lorenzo? siempre.
Lapointe, Gatiene. Oda al san Lorenzo. Trad. de Marco Antonio Campos. Epílogo de Bernard Pozier traducido por Laura González Durán. UNAM- Écrits des Forges, México, 2005 (Poemas y ensayos) 177 pp. ISBN UNAM 970-32-2592-6. ISBN Écrits des Forges 2-89046-917-4
No hay comentarios.:
Publicar un comentario