domingo, diciembre 10, 2006

Los regalos de la semana


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SE PROMETE UNO leer y escribir respecto a lo que se lee y las cosas se complican sobremanera: no siempre queda libre un momento de reflexión para registrar en breves líneas aquello que uno desea registrar. Y si bien han llegado a mis manos libros de los que he querido dejar un apunte o incluso he llegado a redactar acerca de alguno unas palabras he ido postergando indefinidamente el momento de hacerlo.

Incluso con la facilidad de reproducir su aspecto, solamente y decir "hey, mira éste", esos pequeños momentos escapan sin explicación en incontables ocasiones. Sin embargo, esta vez doy largas a varias urgencias para reconocer el talento de Heinning Mankell, quien después de un largo ciclo dedicado a los actos de su investigador Kurt Wallander y un par de secuelas a cargo de su hija, abandona las depresivas oficinas policiales para referirse en El cerebro de Kennedy a una arquéloga que una tarde de otoño encuentra muerto a su hijo en su departamento de Estocolmo.

Si bien ella recibe el informe de la autopsia y le garantizan que lo más probable es que su hijo se envenenó con barbitúricos, no lo cree. No puede aceptar esa muerte. A partir de ello, la historia y la trama se complican. Su lógica, sus corazonadas y el deseo de averiguar cómo fueron los últimos días de su hijo la llevan hasta hipótesis complejas la obligan a reconstruir tanto su propia historia familiar, como la de su exmarido Aron, y a conocer a las mujeres que amaron a Henrik Cantor, su hijo.

Así, la historia de Louise se convierte en una novela de búsqueda, de profundidad sicológica, de contrastes entre lo que se conocía de las personas y lo que se descubre a partir de sus diversas maneras de ser ante los demás y ante sí mismos en el eje del tiempo, diacrónica, sincrónicamente; aunado a descubrimientos estremecedores acerca de la vida, de la enfermedad, de la presencia del europeo en África. Y un juicio acerca de nosotros mismos.

La trama implica que Louise se convierta en una viajera compulsiva, en una entrevistadora atenta, que renuncie a su mundo de la Argólida y se hunda en las tinieblas del dolor, la explotación y la muerte de las costas africanas. Y el conocimiento de mujeres magníficas como Lucinda, Blanca, Nazrin, en diversas latitudes del mundo. A la vez, El cerebro de Kennedy se construye sobre la base de los malabarismos del poder económico de las empresas de investigación y los experimentos en humanos, insinuando hipótesis que jamás han sido desechadas y llevándolas al extremo de lo evidente a través de una lúcida visión narrativa, descarnada, terrible.

Este libro es un viaje al abismo, al horror, a la impotencia de los seres humanos para enfrentarse a las empresas trasnacionales. Y un homenaje delicado hacia las mujeres de la tierra. Es también un documento respecto a las variantes y pérdidas del amor.

Mankell, al cerrar la historia aclara que escribió con profunda cólera el libro. Ciertos diálogos y el escepticismo ante la teoría del sucidio del hijo de Luise confirman su aserto. El colofón del libro avisa que fue concluido en 2005. Su aparición en librerías de México ha sido este mes.



Por otra parte, el regalo de Navidad para los maestros de la Escuela de escritores de SOGEM fue Parva natura de Eduardo Casar. El poemario de Casar tiene muchas virtudes, entre otras su claridad y su mirada donde descubre secretos mundos --o inéditos-- en los objetos, las relaciones y los momentos de la cotidianidad.

La primicia en La piel de Judas, la nueva colección de Plan C editores, fue recibida con emoción en la comida de fin de año. De hecho, fue una amable presentación --aún fuera de comercio-- del volumen.


domingo, julio 23, 2006

Nudelstejer conversa con Isaac Bashevis Singer





UN AUTOR SORPRENDE por abrirnos los ojos ante una visión del mundo de otra manera inalcanzable. Ideas o sensaciones apenas intuidas se revelan con claridad ante nosotros y comprendemos que leer no es sólo una manera de pasar el tiempo, sino de obtener una experiencia de otra forma difícilmente accesible .

A su vez, el proceso de escritura, la manera de representar o imaginar es motivo de interrogantes. Una curiosidad natural nos acecha cuando alguien nos descubre elementos que pasaron inadvertidos ante nuestros ojos. En ocasiones hay quien puede develar esos misterios, acercarnos mucho más a una historia, a una certeza que nos estuvo vedada. Leer con los ojos de otro a un autor que no es patrimonio común se vuelve una experiencia fascinante.

A lo largo de los años, Sergio Nudelstejer ha hecho de su lectura y de su interés por autores como Franz Kafka, Jorge Luis Borges o Elías Canetti una vocación ejemplar. Con cuidado amoroso y una claridad de exposición magistrales, Nudelstejer revela la riqueza de cada obra de los creadores que le son entrañables. No sólo los lee, los entrevista, estudia, los sigue a lo largo de su vida, tanto en sus textos como en sus acciones y documentos: cartas, diarios, conferencias. Su investigación es exhaustiva, minuciosa.

Sin embargo, no es una preocupación académica la que motiva esta labor, ya que no busca una disertación ante un público frío y especializado. Sergio Nudelstejer no es un anatomista de la literatura, sino un maestro que allana caminos para quienes no tienen esa vasta experiencia de análisis, de síntesis, de comprensión que él ha desarrollado a lo largo de su vida como estudioso de la alianza autor-texto-lector.

A ello debe agregarse un aspecto que rara vez preocupa a la crítica o al ensayo académico contemporáneos: la relación de un autor con su tradición, con su mundo, con su cultura y con sus principios; no en un lectura moral, sino en una experiencia de verdad. La búsqueda no de una ideología sino de los criterios de verdad y la axiología que un texto, una obra y una existencia proponen.

Tal es el principal mérito de este volumen: Isaac Bashevis Singer, su obra y su leyenda, comprendemos. Este libro, además de ser una invitación a la lectura o relectura de Bashevis Singer es un constante cuestionamiento a su vida y a su obra.

Volumen polémico, sin duda, ya que no es sólo una exposición de hechos literarios, citas y argumentos de las obras de Bashevis, sino la perspectiva de una vida consagrada a la literatura donde los aciertos y momentos desconcertantes de la existencia se ordenan y relacionan con los hechos de la historia para facilitar una comprensión más amplia del trabajo del creador. Y lo peculiar en el estilo e intenciones de Bashevis.

La exposición es redonda. Nudelstejer parte de un Bashevis Singer humano cuya voluntad de escritura se fortalece en el aislamiento, en la dificultad. Esta no es sólo familiar, ante la imagen de un padre fervoroso y practicante, sino también ante el paradigma del éxito como escritor de su hermano. A ello debe agregarse un panorama poco propicio para el arte y la creación: el abandono afectivo que sufrió; la persecución a los judíos que consuma el Holocausto y la necesidad de migrar hacia Estados Unidos.

El crisol de la obra de Bashevis es el sufrimiento, explica Nudelstejer, la memoria precisa del pasado y la tradición. En la tradición, no sólo la cultura, la religión y la conciencia de pertenecer al pueblo judío, sino la conciencia del yidish como lengua particularmente propicia para crear una unidad indisoluble con la narración.

Sin embargo, no son estos los úncos méritos de la obra y el autor que Nudelstejer observa: su recurrencia al folklore, a las antiguas tradiciones judías, su gusto por apariciones de demonios, el constante conformismo de los personajes, el gusto por otras épocas son analizados con detalle. Cuestiones que en conjunto muestran la sabiduría de un narrador de excepción para mostrar el sentido de la fe y la libertad en la aceptación de un orden que ennoblece al hombre a contracorriente de las opiniones frágiles o mundanas de obras o de pensadores que --en algún momento-- despreciaron la naturaleza de la obra de Singer exigiéndole una modernidad que le era indiferente o ajena.

Asimismo, tanto la concepción como el contraste entre las cualidades de las novelas y los relatos de Bashevis son objeto de estudio para Nudelstejer, quien opta por argumentar a favor de la perfección cuentística que logran los protagonistas y las anécdotas de Bashevis Singer. Donde cabe destacar además que la visión de este Premio Nobel respecto a la novela es una de las más sólidas y concisas respecto al procedimiento del narrador como un nuevo descubridor, y la confianza y conocimiento que debe un escritor a sus temas.

Sin embargo, para quien acompaña a Nudelstejer en su análisis, incluso las críticas más estrictas son argumento para volver la atención hacia la obra; ya que Isaac Bashevis Singer, su obra y su leyenda se propone resaltar los elementos que surgen de la tradición judía, y las cualidades que permanecen intocadas de la visión religiosa tradicional a fin de mostrar la riqueza cultural que conserva la obra de este autor siempre apartado de lo ordinario.

Más allá de los numerosos aciertos que hacen de Isaac Bashevis Singer, su obra y su leyenda un estudio ejemplar, cabe resaltar ese común motivo en que autor y crítico son cómplices en la literatura: esa conciencia vigilante de que el mundo actual debe mirar hacia las nítidas manifestaciones en las que se demuestra que el valor del hombre no radica en sustituir un Dios por otros o por ninguno, sino en una aceptación de la fe con limpio corazón.

Nudelstejer, Sergio. Isaac Bashevis Singer, su obra y su leyenda. Plaza y Valdés editores, Prólogo de Bernardo Ruiz, México, 2006.

miércoles, junio 07, 2006

Palabras sobrevivientes de Eduardo Parra Ramírez












Dolores Castro y Eduardo Parra

Recuento de la supervivencia

PARA NADIE ES NOTICIA que la escritura es de los oficios peor pagados del mundo. Tampoco lo es que entre los escritores quienes menos posibilidad tienen de vender su obra sean los poetas. Extraña necedad, en vista de que adicionalmente pocos lectores recurren a ella por costumbre, por pasión, por compulsión. Lo cual contrasta en cambio con las novelas de Agatha Christie o de Henning Mankell o de Paul Auster; o con los relatos de García Márquez o Kurt Vonnegut, cotizados por diarios y revistas en diversos lugares del mundo.

Para ser sinceros, cuando me piden libros prestados, siempre me piden de prosa y muy rara vez —como bibliografía, como consulta— alguno de poesía. Cuando esto ocurre, no es amplio el espectro: Eliot, Sabines o Paz. ¿Por qué nunca Xavier Villaurrutia o Federico Cabrera o Pellicer o Borges o Darío o Villon? Sin embargo me asombro cuando la gente en general afirma gustar de la poesía. Entiendo entonces que han oído algo de Sabines y que les suena algún soneto de Quevedo o algún poema de Acuña o Gutiérrez Nájera; pero ahí párale de contar.

Estos hechos contrastan con un fenómeno: los encuentros de poesía en la república siempre cuentan con un numeroso auditorio. Se conoce a los poetas, se preguntan por sus libros y hay quienes llegan a firmar algún autógrafo en libros cuyo origen directo es una librería de viejo. Lectores jóvenes, generalmente. Porque es sabido que en las librerías de nuevo es propiamente inexistente un buen acervo poético.

Pero ¡ay! del poeta que se atreva a ofrecer un libro a una editorial o a una revista. No será agradecido su gesto. Ay, también, del poeta que no te regale su libro ¿por qué hay que pagar por leer poesía?, parece —oh, paradoja— el sentir del gremio. . .

Sin embargo, pese a estas certezas y contradicciones, el fervor de los escritores por la poesía sigue siendo desconcertante: hay nuevos poetas, paulatinamente aparecen algunos volúmenes o colecciones de poesía e incluso en la red las bitácoras personales abundan con poemas originales o pirateados a los autores.




En la foto, Eduardo Parra Ramírez con Guillermo Vega Zaragoza

La Escuela de escritores de la SOGEM a lo largo de los años ha preparado a diversos guionistas relevantes, a dramaturgos, a cuentistas, ensayistas y novelistas que con frecuencia logran premios o distinciones importantes: becas, residencias, etc., no obstante se cuentan con los dedos de una mano los poetas que egresan de sus aulas. Y la situación es semejante en las escuelas de los estados. Más bien, creo, los poetas se hacen solos o en talleres.



En tal medida ha sido grato conocer a Eduardo Parra Ramírez, quien además de mostrar un estilo y una capacidad narrativa notorias, logró la publicación de un libro de poemas, Palabras sobrevivientes, amplia muestra de su vocación como poeta.

El volumen no tenía más de una semana de publicado cuando me lo dio hace un par de meses. Lo puse junto con otros libros que llevaba, le agradecí el regalo y un par de noches después lo tomé —no con la pasión de quien toma una revista para caballeros, sino con el higiénico cuidado con que una dama de sociedad hurga en un pañuelo ajeno en busca de alguna inicial o seña que dé traza de su dueño.

Sorpresa. Una sucesión de historias de amor o una historia de desamor, un registro minucioso de una pasión extrema y doliente fue mi descubrimiento: ya no una pasión joven y desbordada, sino un deseo y una furia donde el encuentro y el ejercicio de un ansioso encontrarse de los cuerpos se vuelven un desbordamiento constante entre hombre y mujer, a veces en poemas trabajados en prosa; otras, como versos libres de perfecta factura.

Se lee, por ejemplo, en "Los amantes":

«He visto a los amantes entrar en un hotel. Los amantes son espejos que lloran el vacío. Viven a su manera, desafiando a las palabras inútiles mientras sus soledades cicatrizan. Los amantes se sueñan, se pueblan de sus propios recuerdos y ese delirio los sepulta en asombro».

Un ritmo distinto se nota al momento de construir los versos: Parra Ramírez juega con formas rítmicas del verso clásico que combina con habilidad métrica en sus asonancias o su consonancia para alcanzar diversos tonos y sonoridades:

El otro es uno,
Lugar del nacimiento del veneno,
El otro es un idioma inoportuno
Más comprendido cuanto más ajeno.
Yo soy el otro
Que de la carretera al cautiverio
Contó su historia y se quedó sin rostro.

O bien, construye a base de aliteraciones himnos de ira y rebeldía ante la sumisión del amor:

Somos las cosas que nos atestiguan:
Las botellas vacías,
Los anteojos, tu pantalón tirado,
La portada de un libro interminable,
El espejo con su azogue empañado.
Tu desnudez naufraga
En el agua de un tumbo coreográfico
Y en esta oscuridad se vuelve barro.
Trazo en tu piel la primitiva música,
La canción del sudor, el son de la epidermis,
Tu cuerpo se resuelve en un espasmo,
Cocodrilo de furia genital,
Relámpagopantano,
Sacudiendo el estruendo en la ceguera,
Desarraigando su dolor de árbol.
No habrá un segundo de tu piel que olvide,
No habrá una gota de duda que te beba.
Si nuestra sed del litoral al pairo,
Espacios incurables,
Veneno, bruma, ausencia, asesinato.
Eres este demonio irreversible
Que yace delirando a mi costado.

Mas no toda la concepción del volumen está construida en torno al amor o la pasión. Palabras sobrevivientes está dividido —por medio de subtítulos— en tres partes, donde se yuxtaponen con acierto los temas que marcan la trayectoria de Parra Ramírez.

Para este lector los fundamentales son aquellos que se apartan del tono erótico o del amor furioso —intitulada 'La fiebre y la quietud'. Prefiero aquellos que se refieren a partes diversas de la vida, de la vocación, de los lazos de familia, a la aceptación de la propia historia, donde una ejecución cuidada de cada verso seduce por la profunda claridad con que el poeta vislumbra tanto los círculos del cielo como las habitaciones infernales de esta tierra.

En tal sentido, cabe resaltar la profundidad grave de los poemas de la segunda parte: 'Asombros del cotidiano espejo' donde —en poemas como "Autocrítica", "Mi padre es un planeta", "Los muertos. Sueño de Tlaltelolco" "Elvira" y "Un hombre tiene rabia"—, Parra Ramírez transmite intensamente las sensaciones que propicia la vida al desgastarse, al sucederse de los hombres y las generaciones con una voz madura y una lucidez justa.

Dolores Castro, quien ha escrito una introducción para el libro, destaca la belleza e intensidad de esta parte del poemario particularmente. En Parra la influencia de Borges y de Paz en especial son relevantes: hay una benéfica influencia de ellos y una transformación: el poeta de Palabras sobrevivientes tiene sus propios caminos, su íntimo imaginario donde la presencia de la selva tropical deja marcas indelebles: los poemas alrededor de Eugenia —su arquetipo femenino— lo confirman.

De Borges, Parra Ramírez comparte el estremecimiento de los espejos y de los laberintos, como se subraya en el lenguaje de la última parte del volumen —la que da título al libro—; de Paz, la pasión por reflexionar en torno a la palabra y el lenguaje, junto con el gusto por las reiteraciones, además de diversos giros del verso.

Mas a diferencia de ellos, los poemas de Eduardo Parra llevan la marca de este milenio: esta constante duda sobre el abismo vácuo de cada momento, la interrogación del propio yo en un mundo que se ignora a sí mismo hasta anularse. Donde sólo en el amor en la muerte o la pérdida se vislumbra la pasión por la vida. Ello queda claramente establecido en "La verdad", uno de los poemas de más altura del libro, trabajado como un silogismo estrófico.

Apasionado y doloroso, las Palabras sobrevivientes de Parra podrían resumirse en una intuición que seguramente desarrollará a lo largo de su trabajo poético. Esa marca está precisamente en 'Itinerario':

Endemoniarse, otrarse, ser un libro
escrito en el idioma de la muerte.
Ser un libro que se escribe a sí mismo
y que se lee a sí mismo, interminable.
Morir y no morir.

Afirma Parra Ramírez con la certeza de quien enfrenta la vida. Con el valor de quien es capaz de apostar todavía con pasión soberana por la belleza del verso, por el trabajo minucioso de cada ritmo y estrofa, con la necesidad de la poesía que permite al creador mostrar que vale la pena la libertad rebelde de la iluminación, para ir a lo largo de la existencia, como diría Rimbaud: "feliz como con una mujer".

Bienvenido para la poesía, Eduardo Parra Ramírez.

Parra Ramírez, Eduardo.
Palabras sobrevivientes
Prólogo de Dolores Castro.
Ediciones EON, México, 2006, 108 pp.
ISBN 968-5353-73-5





Guillermo Vega Zaragoza, Dolores Castro, Eduardo Parra y Saúl Ibargoyen
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jueves, marzo 30, 2006

Miguel Ángel Muñoz interroga el lenguaje

El origen de la niebla

Silvia Eugenia, Bernardo y Miguel Ángel Muñoz en el
Encuentro de Escritores del Mundo Latino, Morelia, Mich., 2005.

EN LA VIDA suceden encuentros privilegiados y determinantes, quizá no necesariamente con la frecuencia que uno desearía. O quizá son frecuentes, mas sólo durante ciertas épocas de cada edad sabemos apreciarlos. Algo semejante sucede con los libros, me decía a veces; sin embargo, con el tiempo he aprendido que por regla general un libro nos cae en las manos en el momento adecuado.

Quizá ese sea uno de los motivos por los que la poesía propicia un interés particular para quienes tienen la oportunidad de acercarse a este género. La poesía es una revelación inmediata y su fuerza de seducción es creciente en quienes buscan la intensidad y precisión de lo que acontece en el corazón del hombre. El poeta mismo tiene conciencia de ese hecho cuando descubre que en ocasiones le es difícil capturar esa intensidad, esa precisión en diversos momentos.

Con frecuencia soy testigo de ello: durante más de diez años he trabajado con autores jóvenes y sorprende cómo les es complicado diferenciar el alto instante o la revelación de partes menos logradas de su trabajo. Y en contraste, cómo los poetas experimentados, cómo los lectores adictos a la poesía descubren con facilidad envidiable esas palabras, esas tonalidades --siempre diversas--, esa piedra angular donde un poema es la muestra precisa, concreta de lo que es la poesía.

Más allá de mitos y leyendas, se descubre que un poeta nace y se hace, que escasos poetas tienen esa excepcional cualidad que todo lector descubre en Rimbaud, por ejemplo, o en Lope de Vega. Y por ello pareciera mejor afirmar que un poeta se hace más a golpes de silencio que por sobreabundancia de palabras, ritmos y acentos. Xavier Villaurrutia lo decía con acierto: conviene desconfiar de la obra voluminosa. La antología de Tablada respalda su afirmación.

Mauricio Brehm, uno de los grandes lectores de poesía que he conocido, afirmaba que "la poesía es vida en luz hecha vida", frase en extremo oscura pero útil para un lector de catorce años; definición --entre las numerosas que se han formulado al respecto-- que me basta. Con ella se percibe el esfuerzo que esconde la labor poética: alquimia del verbo que, como el trabajo de quienes buscaron la gran Obra, comprende una labor del espíritu donde la paciencia, la constante repetición del proceso conduce al óptimo resultado --donde la estructura íntima de la naturaleza se transforma en contacto con las mínimas partículas que la componen.

El origen de la niebla de Miguel Ángel Muñoz, volumen de 42 poemas publicado hace un par de meses por el Fondo editorial tierra adentro de Conaculta, ilustra la percepción de este camino. Al autor lo conocí hace una docena de años, recién egresado de la Escuela de escritores de la SOGEM. Nacido en 1972, no tendría más de veinte años por aquel entonces y era editor de un revista de creación: Tinta seca, que ha evolucionado al parejo de su director. En ella leí sus primeros poemas.

Lecturas plurales y experiencias difíciles y favorables se han sumado en el tiempo junto con las enseñanzas de los grandes creadores de nuestro tiempo que han sido entrevistados por Muñoz. Miguel Ángel no ha echado en saco roto el amplio mosaico de reflexiones de las que ha sido testigo y se preocupa por experimentarlas y ponerlas en práctica en su trabajo poético. Esto da como resultado un volumen decantado durante años en donde ha reunido bajo el pretexto de algunas obras plásticas los poemas reunidos en El origen de la niebla.

No es una reunión ni una yuxtaposición casual El origen de la niebla. Sobre todo porque la mayor parte del trabajo creador de Muñoz son una serie de volúmenes y ensayos sobre la pintura y las artes visuales donde ha aguzado los sentidos y buscado la fundamentación de cada estética. No se ha quedado ahí, y a partir de ese conocimiento su búsqueda poética se ha ido definiendo. Sus afinidades están principalmente en la poesía francesa del siglo pasado, en la inglesa y en la mexicana.

Tanto José Luis Cuevas como Marco Antonio Campos encuentran en el trabajo de M. A. Muñoz una decantación de la propuesta de Octavio Paz en la visión de la plástica como en la preocupación por el lenguaje del arte, de la creación y los ejes y dimensiones de sus respectivos ámbitos. Mas ello sólo es un antecedente propicio para investigar más a fondo el camino y los territorios explorados por el poeta de El origen de la niebla.


Muñoz prefiere el riesgo del poema breve sobre el de largo aliento, la imagen y el asedio de la abstracción para describir sus ámbitos. Más que la circunstancia vital, domina en el libro la experiencia de una contemplación de un lenguaje que debe transmitirse por medio de otro con diferentes recursos, ya que su objetivo es distinto.

Una obra plástica captura la experiencia visual de un momento de la eternidad o una imagen concreta que aspira a ella, entre otras posibles. Sin embargo, el poema debe partir de este primer resultado hacia una experiencia verbal, donde otra pasión domina: la constante interrogación sobre el lenguaje, la imagen, el símbolo y el signo incluidos en una ráfaga de luz y en la brevedad estricta del verso.

Dice en "Inscripción":

Lenguaje,

signo espiral y secreto

oscilante, pendular, inmóvil.


Figura,

hunde sombras

como imagen incierta


Como toda percepción, ésta es inmediata. Tal es la condicionante de su concisión. La poesía de Muñoz define, captura. Para reducir el verso a expresiones mínimas, se apoya en en el uso del asíndeton, la silepsis y del zeugma, lo que produce unidades mínimas, sintéticas: un efecto de ideograma en la expresión poética, esa condición característica del verso japonés o chino cuando se lee en español:

Muro de signos,

como línea herida

bajo sombras,

estrella: piedra; voz

sin voz, contracción de ecos.

"V. Diez apuntes para Ràfols-Casamada"


En contraste, Muñoz apela a otros recursos cuando requiere definir por ausencia o por presencia algunas entidades. El origen de la niebla leído como una interrogación del lenguaje se adentra por las partes mínimas, pone al microscopio cada uno de los elementos e imagina --incluso-- pinturas posibles o imposibles que afinen la percepción de cada uno de sus elementos. Un bello ejemplo de esta intuición llevada al papel lo encontramos en "Espacio en blanco", donde el uso de la anáfora da al poema un ritmo peculiar durante la última estrofa.

El cuadro es transparente es la nada,

es espacio abierto es el olvido:

entre ambos se asomó el silencio.


Nadie imagina ni observa,

no asombra, se percibe.


No hay niebla.

No existen relámpagos.

No deseo encontrarlos.

Ni silencios ni palabras.

No hay sentidos opuestos.


Y si bien la luz y el contraluz, la perspectiva, la sombra, la profundidad, el trazo, la secreta geometría, la proporción y la oscuridad son con el color o su ausencia partes fundamentales para el espectador de un cuadro, llama la atención el título del libro. Describe con propiedad la fuente del lenguaje, si nos atenemos a su palabra:

Afirma en "Lenguaje":

Quieto, el lenguaje,

incierto, ocupa

un espacio oscuro.


Con una palabra

sella el eco.


Asimismo, todo fragmento es 'su cementerio'. 'El lenguaje comienza en el silencio', 'cada signo es intocable/ sensación y percepción' ("Navegaciones"); 'abolición de la realidad'; 'signo espiral y secreto'. En contraste, la arquitectura es el 'símbolo del lenguaje', 'espiga de la voz'.

En una instalación exclama: 'la luz se hace niebla:/ silencio y vacío: cristal de sueños imaginarios'.

Para conseguir la epifanía:

Sólo un signo

proyecta naufragios

sin muros permanentes.

La niebla descifra sombras.


Opuesto al signo, el garabato: 'Nada significa'.

Así, a partir de "Imágenes", el libro cobra un nuevo aliento, donde la creciente calidad de la poesía de Miguel Ángel Muñoz despojada de la niebla inicial, la estética de las definiciones conmueve profundamente. "Paisaje nocturno", "Diez apuntes...", "Describo un dibujo II" son algunos de los poemas que muestran con mayor claridad su fuerza creativa.

El poema sin título de la página 59 expresa con claridad la sensación que El origen de la niebla deja en el lector:

Me arropo en el espejo

y no encuentro respuesta,

y ese rostro describe mi nombre,

se encierra en un laberinto.


Y dentro del sueño mi aventura es secreto,

y mi lengua es una escalera

que mezcla palabras

ahogadas en el reflejo del cristal.


Estas breves páginas no agotan los diversos rostros de la poesía de Miguel Ángel Muñoz, desean sencillamente resaltar algunas de sus inquietudes y cualidades como poeta. Cada lector puede con él sumarse en su travesía, ante un trabajo que se vislumbra creciente, en una diversa madurez, en una decidida búsqueda de perfección, de belleza. Deseo a quien lo descubra comparta la sensación de que ha tenido un encuentro privilegiado en su vida, un libro que ha llegado en el momento preciso hasta sus manos.


Muñoz, Miguel Ángel. El origen de la niebla. Fondo editorial Tierra adentro. Conaculta -DGP, México, 2005, 80 pp. FETA 292. ISBN 970-35-0812-x

domingo, marzo 26, 2006

Oda al San Lorenzo


La reciente traducción al español de Gatiene Lapointe, uno del los poetas considerado entre los puntales de la moderna poesía del Quebec es un acontecimiento que no debe pasar inadvertido ya que permite comprender la visión de un mundo francófono cuya cultura se nutre de un territorio imtelectual y sensible totalmente diverso al que la poesía francesa delimita.

Lapointe (Sainte-Justine-de-Bellechasse, 1931- Trois-Rivières, 1983) no es sólo un poeta de su patria. Es un poeta de la tradición y de la tierra. Una tradición y una tierra que bordean las márgenes del río San Lorenzo, el principal eje del territorio de Quebec, crisol de una nación cuyo contacto con la naturaleza contrasta en actitud y percepción con las formas de vida norteamericana, inglesa y francesa por sus diversas sensibilidad y actitud ante la vida.

Gatiene Lapointe traduce con claridad tal sensibilidad y actitud. Su poesía se despoja de perfiles individuales, y a través de constantes imágenes muestra su visión del mundo en iluminaciones y epifanías sucesivas, donde la identificación con su orbe nos liga con una desacostumbrada belleza. A lo largo de cada poema, esta percepción del mundo se afina y distingue --en ocasiones-- en un solo verso; otras en una terceta o a veces en estrofas de unos cuantos versos.

Cada poeta define la poesía; algunos optan por el predominio del ritmo, otros por la arquitectura del verso y la forma, otros por el flujo de sensaciones. En Lapointe, la presencia de la naturaleza y la conciencia del hombre ante su relación con las cosas construye la poesía dentro del flujo de esas aguas majestuosas que identifican a su nación. Así, la Oda al San Lorenzo está construido con tres piezas fundamentales: "Pertenezco a la tierra", "El caballero de la nieve" y la propia "Oda al san Lorenzo", un excepcional libro de un viaje.


No hay --de inicio-- una certidumbre en la naturaleza del viaje, descubrimos durante "La primera mañana", con que inicia "Pertenezco a la tierra":

¿Por qué derrota aprenderé a vivir?
¿Por qué improbable certeza he de morirme?

He visto el nacimiento de la aurora
He vuelto los ojos hacia la tierra
El sufrimiento del hombre oscurece mi rostro
Borro los pasos del envejecimiento y el sufrir

Regreso al mundo ordinario y bello

Encuentro nuevamente las más familiares palabras
Despierto de un soplo cada infancia
Alumbro un faro al pie de cada sendero
Sueño para recordarme
Y el puro movimiento levanta mis dos brazos

¿Continuaré el canto de mis muertos?

Río que se desliza sobre mi pecho
Un árbol de carne concluye mi frase

Volveré a encontrarme en un país muy joven
De un día entero la luz mi mano dispone
Cada uno tendrá su sitio en mi mesa
El trigo brilla sobre mis torpes dientes
La miel fluye en haces por mi memoria
De mi corazón rebosa un temblor de tierra
[. . .]

Esta mañana durará por ser la primera

Ante esta visión comprendemos una de las preocupaciones esenciales del poeta de Oda al san Lorenzo: ocuparse de un lugar y de un tiempo por cumplir y por satisfacer con plenitud la vida; idea que desarrollará inicialmente en "El tiempo de la tierra", donde las imágenes tienen un brillo enigmático: «La primavera se ha ocultado en sus pólenes / Como el sol en su sombra». «El día nuevo guarda en secreto sus armas». O bien: «Seguiremos el valle austero y profundísimo» o versos que semejan reflexiones de un maestro zen: «El sol nace en la sombra de un pájaro», «Sólo conozco el canto más simple de la tierra», «Entraba llorando en la casa de los vivos», cuya acumulación logra el efecto poético de una verdad percibida como a "través de un vidrio oscuro".

En tal medida la poesía de Lapointe no es una poesía que se devele en una primera lectura o en la contemplación del poema, sino en su reflexión, en su relectura, en el inteligente entramado de cada verso y de cada poema. Por ello considero que muchas de las claves de Oda al san Lorenzo se encuentran en "De la tierra a la primera rama", donde cada afirmación, cada situación descrita por el poeta ilumina el sendero de su búsqueda:

Rechacé toda fabulación
Miro de cerca los seres y las cosas
Nombro la más frágil brizna de hierba
Surge todo un prado en mi corazón


Este poema debe considerarse como una declaración de existencia, una comprensión cabal del ser poético que habita en el creador, en el hombre: «Hago frente al más alto sol / Auguro y construyo dentro de lo efímero». . . Para concluir con una estrofa donde se revela la totalidad del quehacer poético:

No pido tiempo
No pido sino amar


Tras esta elevación, el poeta de lleno dedica su contemplación al desciframiento de aquellos elementos que "Entre cielo y tierra" descubren sus sentidos. Parte de una circunstancia dialéctica: la opsición que marca el epígrafe de M. J. Durry que inicia esta serie, esta docena de poemas.

Cada uno de ellos tiene el valor de una epifanía, la riqueza de un epigrama, la sutileza de un haikú. En la medida que las manufacturas o los procesos materiales son evitados por el poeta, observamos un mundo inédito, casi paradisiaco, sin el efecto de las transformaciones humanas. Sin embargo esto no evita laceraciones: es un mundo que debe transformarse, los señalamientos son precisos:

Tomo en mi mano el corazón del mundo
Miro mi soledad
Nada tiene valor si no es dado
Nada vive si no es compartido

Es el mundo un gran amor que se busca


Efectivamente, no se trata de un paraíso sino de acercarse a él, de allegarse a la perfección, tantas veces mero ideal. Lapointe lo sabe bien: «El mundo es una gran herida/ incomprensible». Afirma. Y sólo entonces busca descifrar ese misterio; cuestionamiento que formula en la serie de poemas de "Sol cotidiano", donde su visión cobra consciencia de su propia grandeza en el enfrentamiento con sus adversarios, en la brasa cabal del amor, en la apuesta de estar vivo.

"De una orilla a la otra", implica un cambio de intensidad, el cambio de estación, el paso de una a otra edad y la aceptación de las sucesivas transformaciones que el poeta encuentra a lo largo de su vida: «Me enluto por cada muerto / Y cada nacimiento me ilumina». Ha dejado la tierra, ha bajado del cielo, surca las aguas en busca de la otra ribera en busca de una constante transformación.

"Los relojes de arena del tiempo" se ahonda en el registro de la transformación humana: esa constante necesidad de ser, de rehacerse, de inventarse nuevamente sobre el tiempo, saber tomar de las cosas del mundo aquello que necesitamos para verdaderamente «construir sobre esta tierra».

Escribo cada palabra sobre la tierra
Tomo consejo de todos los vientos
Tomo calor de todos los fuegos
Veo el mar en un manatial
Y en mi corazón late aquel de cada bestia


"Los relojes de arena del tiempo" es, sin embargo, el poema donde hay una aceptación de la finitud: «Paisaje vocablo desnudo del cuerpo/ Es por tanto cierto que mi corazón es mortal». De modo que la transición es natural para hablar sobre la muerte. "Pertenezco a la tierra" es el gran poema de Lapointe acerca del tema: «He repetido siete veces la palabra oscura de Dios» es el leit motiv que enfrenta al hombre con su destino final. Como de paso, la muerte había sido nombrada a lo largo del poema, pero sobre todo la noción del tiempo, de su presencia, no nos había permitido avistar el momento final.

He tomado tierra en mis dos manos
Cerré mis ojos con tierra

Avisa el poeta en "Dios o el hombre" y asume su mortalidad. Después, el mundo volverá a ser.

"Presencia en el mundo" es un canto a la vida en la conciencia de la muerte, un canto que se entona en las regiones de Perséfone y de Hades: «Cada muerte de hombre agranda mi tumba / Escucho el lamento de las aves que han matado?».

Mas el poeta es rebelde por naturaleza, no tiene ahí por qué abandonarse a los brazos de la nada. Esa es su fuerza. De modo que "Pertenezco a la tierra" concluye con grandeza su advertencia:

Aboliré la muerte y viviré a cualquier precio.

"Pertenezco a la tierra" es el gran canto de la vida, una existencia que continúa --naturalmente-- en una tierra donde el invierno es la más larga de sus costumbres; tal privilegio pertenece a "El caballero de la nieve", donde el pasado, la infancia, el amor y el sueño se integran en el flujo de esa gran conciencia del ser, del universo y de la belleza que es la "Oda al San Lorenzo", ese poema final, de largo aliento donde el misticismo panteísta --que no religiosidad-- de Laiponte se apodera de la creación, y alcanza a enunciar la visión de la totalidad con plenitud y resignación antes de diluirse en el final crepúsculo.

Pocos libros de poesía tienen esta riqueza. Hoy la tenemos en nuestras manos gracias a la traducción de Marco Antonio Campos y a la infatigable labor editorial de la UNAM con la colaboración de Écrits de Forges, editorial quebequense fundada por el propio Gatien Lapointe. Ojalá los lectores de nuestra lengua puedan considerar entre sus lecturas canónicas la ?Oda al San Lorenzo? siempre.



Lapointe, Gatiene. Oda al san Lorenzo. Trad. de Marco Antonio Campos. Epílogo de Bernard Pozier traducido por Laura González Durán. UNAM- Écrits des Forges, México, 2005 (Poemas y ensayos) 177 pp. ISBN UNAM 970-32-2592-6. ISBN Écrits des Forges 2-89046-917-4


martes, marzo 21, 2006

Sancho Polo II. El desenlace.


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LA GRAN CIENCIA, junto con El cuarto poder y Moneda falsa son las novelas que continúan las andanzas por la vida de Juanito Quiñones iniciadas en La bola. Emilio Rabasa, su autor, procuró una mayor unidad en estas obras, donde La bola viene a ser un un prólogo para esta trilogía.

La gran ciencia se ocupa de la vida de Quiñones en la capital del estado, donde consigue un empleo como escribano del secretario particular del gobernador Viqueiras, Miguel, de quienes aprenderá la gran ciencia de la política. No una política al modo aristotélico, sino una versión nacional, en el arte del trastupije, el arreglo subterráneo, la conspiración y el juego de intereses.

No son ellos sus únicos tutores. En la casa de huéspedes donde se aloja conoce a Pepe Rojo, eterno estudiante de derecho, alter ego ideal de Rabasa o de Sancho Polo, con quien iniciará una larga amistad. Proviniciano y sin malicia, Quiñones carece de perspicacia. Es incapaz de comprender la maledicencia y dobles o triples juegos que, en aras de beneficios y prebendas, cada uno de los personajes con quienes se relaciona establece en el juego de las ambiciones sociales y políticas que detallan la anécdota.

Por su lado, Mateo Cabezudo ha llegado a la cabecera del estado y ha ascendido en la jerarquía militar y política. Convertido en diputado intriga junto con el gobernador y con su rival Pérez Gavilán para sacar ventajas de la siempre inestable política nacional al borde de un descalabro. Miguel no se queda atrás. A su vez, Miguel ha conocido a Remedios y está enamorado de ella.

Ajena a esas circunstancias, Remedios sólo tiene ojos para Juanito Quiñones, quien inseguro y acomplejado, trata a toda costa --y sin medir consecuencias-- tener el campo libre para lograr mantener a Remedios cerca de su corazón. Desconfiado e ingenuo, Quiñones tarda demasiado en comprender que la esposa del gobernador está de su lado porque le interesa que su hija Candelaria case con Miguel.

Cegado por los celos, Quiñones se convierte en el títere de cada uno de estos personajes y complica las situaciones justificándose en su delirio y pasión amorosa, al punto de que debe huir de la capital ayudado por Rojo llevándose en el alma la amargura de su imposible relación con Remedios, su sed de venganza contra los impedimentos que le ha puesto Cabezudo y el intento de asesinato de Miguel junto con su desprecio por la política a la mexicana.

Cualquier lector sensato pensaría que Juanito madurará con las experiencias vividas y aprovechará su natural inteligencia y capacidad de aprendizaje para ordenar su vida. Sin embargo, su mala situación económica, su ansia por Remedios, y su constante desprecio por todo aquello que no refleja las costumbres de San Martín de las Piedras --donde en la debida y menor proporción había visto que el mundo de ambiciones y conveniencias era semejante--, ofusca su capacidad de análisis. Juan incluso llega a afirmar que depende de la presencia de Remedios para ser un buen hombre, aunque conserva algunos pruritos.

Entre ellos está el deseo de sobresalir para ser valorado por Remedios, lo que lo inclina a cierta fatuidad y ansia de ser notado. Su mayor virtud es la honradez; sin embargo, no se ha convertido en un asesino solamente porque su torpeza lo ha impedido. Poco a poco en El cuarto poder descubrimos estas debilidades del alma de Quiñones.

El cuarto poder y Moneda falsa ocurren en la Ciudad de México. Juan ha llegado a una ciudad donde debe sobrevivir a base de préstamos y empeños. Se encuentra con dos viejos conocidos: Sabás Carrasco, su paisano de San Martín, convertido en gacetillero de un periódico, y con Pepe Rojo, que insiste en continuar sus estudios y en mantener una deferente distancia con el destello de oropel de la capital del país y su gente. Sabás convence a ambos de vender la pluma por un salario de cinco pesos en un diario gobiernista que se transformará, en poco tiempo en uno antigobiernista El Cuarto Poder.

Para Juan el periódico es su tabla de salvación: hacerse periodista le puede dar la fama que el necesita para llegar hasta la inalcanzable Remedios. Felicia, la joven sirvienta que él ha colocado con los Llamas --antiguos amigos de su padre en el terruño-- viven ahora en la capital, lo que lo mantiene al tanto del inminente arribo y residencia del diputado federal y general Mateo Cabezudo.

Mas Quiñones no para en celos y en vanidad. Le bastan un par de elogios para sentir que su pluma ha alcanzado la fama. Y si bien, lee y estudia en su afán de escribir correcta y ejemplarmente, su prosa sólo muestra una amargura y una hiel en constante aumento y grandilocuencia. Su reconocimiento llega, mas a la par de su capacidad de escándalo, desprecio y creciente amarillismo. Por cuestiones políticas y económica, El Cuarto poder, debe reconvertirse nuevamente en periódico gobiernista; aunque es tal el prestigio de Juan que a trasmano, Albores --el dueño del diario-- le ofrece patrocinar El Censor, que logrará un gran éxito gracias a la violencia verbal de Quiñones y un asociado: Claveque.

En tanto, el ascenso político de Cabezón --apoyado por un cabildero llamado Bueso-- es vertiginoso. El ahora General ha alcanzado el mayor grado y apunta para Ministro de la Guerra. Ha gastado una fortuna promoviéndose en la prensa, en sociedad, en las relaciones políticas. Y si bien en ocasiones Juan avista a Remedios o mantiene noticia de ella por Felicia, la cree inalcanzable porque es ahora una dama de coche, joyas, vestidos e invitaciones de sociedad. En secreta venganza Juanito enamora a una vecina de la casa de huéspedes, Jacinta Barbadillo, a quien incluso llega a prometer matrimonio.

El cuarto poder finaliza con una escena donde Felicia consigue que Remedios se entreviste con Juan, y caiga éste en la cuenta de que su pasión por la Barbadillo es insana. Pero una siguiente entrevista es interrumpida por Jacinta. Ella relata sus amoríos con Quiñones. Remedios desfallece. Y Juan sabe que la ha perdido.

Será Pepe Rojo, al inicio de Moneda Falsa, quien le pida cordura a Quiñones, lo cual es difícil cuando este se deja llevar tan fácilmente por la cólera y la adulación en la que vive envuelto. Ha logrado que la circulación de El Censor vaya en constante aumento. El abandono de Remedios lo ha hundido en una total misantropía y en una pérdida casi absoluta de sus principios. Vive para odiar, para lamentarse del infortunio amoroso en su interior y para dejarse perder en ocasiones por el alcohol, el baile y los escarceos con fáciles conquistas. Poco tiene que ver este personaje con el soñador de La bola.

Rabasa da una lección cuyas enseñanzas permanecen: la opinión pública, así como los tres poderes establecen su propia dialéctica: gobierno y desgobierno. Una falla en el equilibrio de este juego rompe el orden social. Los gacetilleros tienen que venderse: callar o escribir. Los políticos establecer acuerdos: como mantenerese a resguardo del tiroteo de los gacetilleros: robar para ser chantajeados. El pueblo gusta del circo, de otro modo organiza una rebatinga donde el juego se organiza. El engranaje debe funcionar a la perfección. Es un juego de apuestas piramidales.

Puede haber en la tetralogía de Rabasa cierta ingenuidad técnica; hay --ciertamente-- huecos en la estructura conforme a la exigencia de un moderno lector. La anécdota es impecable pese a ciertas repeticiones de las circunstancias: retos, juergas, tránsitos nocturnos; escenas meramente costumbristas para una ambientación débil; atmósferas donde el cliché --sea de emociones o de descripciones-- debilita la tensión narrativa; cierto abuso de escenas de encuentros y desencuentros algunas teatrales, otras afortunadas. Más la historia de Juan es una muestra de una situación endémica de las enfermedades de la República: son los audaces y sisn principios los que aprovechándose del fácil olvido, del egocentrismo de cada una de las ovejas de la borregada medran.

Juan y su periódico son útiles hasta un momento límite: cuando la franca disputa que tiene en las páginas de El Censor con Cabezón llevan al joven enamorado a su propia pérdida: Cabezón ha gastado su fortuna pagando su publicidad para el puesto que anhela y desmintiendo las historias que Quiñones publica contra él o manipulando a Claveque y comprándolo. Los antagonistas quedan anulados en este duelo de vanidades: el poder y la fama, ambición de cada uno de ellos, les son ajenos.

En perspectiva hay una pérdida adicional para Juan: Cabezón ha pedido la mano de Felicia y ella ha aceptado. En el colmo de la autocompasión, y como cima de su vocación autodestructiva Quiñones promete robarse a Jacinta. Durante los preparativos comprende que tanto Claveque como otros de sus colegas lo han traicionado: se han vendido y manipulan la verdad. Pero en su obcecación está dispuesto a enlodarse por completo. La noche del rapto de Jacinta, Felicia lo detiene a voces: Remedios agoniza. Quiñones recapacita y abandona a la Barbadillo por ir a despedir el alma de Remedios.

Los últimos capítulos de Moneda falsa son un homenaje a la redención por el amor. Pocos de los personajes la merecían. Sin embargo, lo mejor de ellos mismos sale a flote durante la agonía de Remedios y el final desenlace. Rabasa resuelve con pulcritud la obra.

Para la mirada soberbia de un lector del siglo XXI la historia puede parecer un libro inocente o prescindible. Para quien deseé comprender muchas motivaciones de nuestro caracter y comportamiento, los cuatro volúmenes de esta obra seguirán siendo un documento valioso, perdurable y lleno de matices abiertos a numerosas reflexiones.





jueves, marzo 16, 2006

Jaime Augusto Shelley. Patria prometida / Patrie promise

Por dentro y por fuera. Apostillas a un prólogo o un epílogo fuera de tiempo


¿DóNDE LA INTERIORIDAD, dónde la música, dónde el camino de un poeta abandona la placidez de los valles y las planicies para ascender a la cúspide de las montañas? ¿Dónde queda solo y se muestra tal cual es? ¿Cómo saberlo? ¿Cuál es el camino?

Como la música, la poesía implica un acercamiento progresivo, reiterado al lenguaje de cada poeta. Una primera aproximación no basta.

Apenas muestra. Difícilmente se percibe la naturaleza de su revelación.

Pronto se cumplirán diez años de mi primera lectura de Patria prometida de Jaime Augusto Shelley donde, tras un silencio de años, hacía una jornada por ciudades y gente. Percepciones de aliento bíblico que miraban el mundo en su intensidad sorprendente, en sus vórtices fatales: nodos donde la humanidad apuesta por lo mejor de sí misma y por su destrucción. Bitácora de tiempos de cambio, cuyos más puros instantes pueden resumirse en un par de versos al momento de encontrar un remanso:

y he llegado en paz
a donde no iba.

Aquella visión que mucho recuerda la del Moisés que agoniza en la contemplación del destino pactado con Jehová para su pueblo, apareció en la colección Margen de poesía de la UAM, y meses después tuvo una edición de la Dirección General de Publicaciones de Conaculta donde nuevos poemas agregaban otra dimensión al libro. La reciente aparición (2005) del volumen, ahora en edición bilingüe, español-francés, publicado en coedición entre la UNAM y Écrits des Forges permite una nueva lectura de la obra, cuya estructura y concepción, tanto en la arquitectura del verso como en la intención de la poesía son excepcionales.

Shelley en Manzanillo, Col. 1er encuentro Trois Riviéres - MéxicoBreves han sido mis comentarios a "Por dentro y por fuera", esa serie de 12 poemas donde J.A. Shelley da respuestas a preguntas como las que motivan esta reflexión. Previas lecturas de esta parte de Patria prometida y el ordenamiento del libro parecieran confirmar la intención de Shelley por no perder de vista en la existencia, en la vida el papel del hombre, tanto como un ser de sensibilidad e inteligencia, así como un sujeto responsable ante la polis.

Sin embargo, en la relectura de estos doce poemas, al observar con mayor detalle la construcción de los poemas de numeración romana (I-X) se nota una distinta concepción de la serie, que contrasta con la versificación y estructura que plantea el poema más largo del conjunto: "Bolívar", para terminar con "Falta una palabra".

El poeta de "Por dentro y por fuera" complementa al de la parte inicial, el de "Desnudo con guitarra", en su naturaleza: este es el hombre rebelde, el héroe trágico, de ejemplar voluntad e intención, que debe enfrentar su circunstancia:

Sangre en un cuaderno,
su otra edad mordiendo signos.
La hora ha llegado.
Comienza loca cacería
de ubres celestiales.
Y en el cielo,
algo que se venía barruntando:
da a luz a su creatura el miedo.
("Desdía")

Podrá vencer o ser derrotado por el fatal acontecimiento, pero jamás permanecerá impasible ante él y sus consecuencias. Y para conocer, para detallar la geografía de sus combates emprende un largo camino por las ciudades en la búsqueda de su ideal, la patria prometida, mas su comprensión cabal de los hechos será casi al término de su viaje, cuando la respuesta a su pregunta la formule en su diálogo con Bolívar:

Inútil por ello un canto que deplore tu muerte.
Algo de ti, vertiginoso,
ceñirá la espada y clamará, de nuevo,
campana vibrante, de lado a lado [ . . . ]

Esta suerte de eterno retorno, donde al final "Falta una palabra" responde a un ciclo natural. El ciclo abre y cierra para recomenzar a la manera de la manera de la naturaleza en un canto que recuerda el tránsito de las cosas del mundo en un tono dulce, antiguo, como si el diálogo se refiriera a aquel pie de Garcilaso: "Salid sin duelo, lágrimas, corriendo"donde "El pirú", ese árbol de hojas y frutos magros y presencia inmensa, triste, es imagen de la infancia y del principio:

El pirú florecía por todas partes.
Árbol de siempre, árbol de pobres,
sustento diario de pájaros que ya murieron
o andan por las calles, mendigando.

Mas el hombre, el poeta sabe que su tiempo es único. "Luz, más luz", murmura en baja voz cuando percibe que se aproxima la hora; nunca su obra está completa, y hay tanto por hacer. "Silencio vibrante", "Verbo sonoro", clama.

Falta, en el desorden,
una palabra.
Falta una voz, y otra; y otra más,
en el valle de la muerte,
en la estación de los sofocos
rezumados por el fuego y la sombra.

"Venimos al mundo llorando, de él partimos llorando", afirma Shakespeare, y esa comprensión, ese conocimiento o estafeta son su sabiduría y experiencia, precisamente. El hombre enunciado por Shelley aspira más a la justicia que a la felicidad, cuando contempla su interior descubrimos que "ceniza en andrajos aterida" es su conciencia cuando sola se percibe. Poco dulce es la humanidad y su esperanza:

Algo ha de suceder
o dejar de,
con una misma, aterradora imprecisión.

Y si bien el pensamiento puede alcanzar una casi instantánea simultaneidad de su ser pleno, esta visión tanto de lo acontececido como del momento o del que sucederá no permiten mayor certeza que una constante cadena de ultrajes.

Creen algunos sin igual
el pasado
porque su pureza
se ha perdido y el futuro
no propone segura recompensa
por ácidos agravios.

Lo sabe así el hombre rebelde, de modo que formula su único credo:

somos,
allí donde no hay
número, orden ni regla inexorable,
augurio.

Restallar de espíritu,
libertad.

En tanto algunos buscan la seguridad, el olvido amoroso, el goce de los bienes terrenales, el poeta marca su distancia de las distracciones del mundo, las que obnubilan la mente, las que corrompen el mundo. "Descarquiño sueños", asegura, y penetra por opuestas vías a su quehacer en la tierra. Se sabe incomprendido incluso por quien --marmórea-- contempla su hacer:

Si muevo un brazo o una pierna
en dirección al futuro,
con sobresalto, desde tu dulce rostro
calcáreo, en el repullo desasosegado,
torvo, del día, dices: no.

Mas el amor verdadero, "el que monta el alma", como afirmó Rimbaud, es parte de su naturaleza y destino. Lo vive y acepta pese a las diferencias individuales, porque las decisiones son personales. El amor tiene su propio tiempo y presencia, en un espacio ajeno al de las cosas. No es un obstáculo, sino una marca, referencia para la visión del poeta. No se trata, comprendemos, de un juego narcísico de identidades, sino una distinción de las conciencias, de los asumidos destinos. Pero que no castre, que no frene, ni detenga. El amor, como lo muestra Shelley, no es pasión-impulso, sino conciencia.

Echarse en el césped,
propiciar que el rumor no cese
ni por un instante;
que cuanto es, crezca;
haga, también de nosotros, algo diverso
en otredad.

Porque hay una enseñanza a través del amor. Unirse, fundirse, no es una dilución en el caos, sino el orden del conocimiento, una espiral hacia la comprensión de las cosas rumbo a un acontecer más armonioso.

Queda tan poco,
que si pudieras, en un vivo esfuerzo
ser, nada más por un instante, amorosa,
algo sobrevendría

El poeta sabe que la esperanza quedó hace mucho atrapada en la caja de Pandora, y sabe que en tal medida están las provincias de su heredad. A Prometeo toca devolver el fuego. Al demiurgo, al creador, despertar todos los días la energía de los hombres en el afán de vencer todo aquello que nos hace siervos o esclavos. Shelley así lo asume y así lo expresa. Con la imagen del árbol que evocó al principio. Con la enunciación de la palabra que falta, la que está por decirse, la que es de todo lector cabal: la de todo hombre que se asume en la plenitud del término.

Shelley, Jaime Augusto. Patria prometida / Patrie promise. Prólogos de Alí Chumacero y Bernardo Ruiz. Trad. Nicole et Émile Martel. UNAM- Écrits des Forges. Québec. 2005, 128 pp. ISBN 2-89046-949-2 / 970-32-2598-5

miércoles, marzo 08, 2006

Time present and time past...




...una madrugada, nuevamente era febrero, después de horas y horas de explicaciones y recuerdos con Marcela, tras beber Sichel y Castillo de Tiebas y dejarnos ir con el calor del vino y los argumentos hasta el deseo, y del deseo hasta la mutua posesión (o entrega) y el placer; después del adiós cariñoso, de buenos amigos que se extrañan y recuerdan; hundido en el cansancio, a través del esmog y la neblina; reconfortado por el recuerdo del goce y las palabras, en la memoria la persistencia de los ojos relucientes de Marcela --en la penumbra-- alrededor del par de velas, la añorada piel que florece entre las manos, los agitados senderos de la respiración confundida, la marea de los cuerpos, los otros límites, tranquilos, sin tiempo, como la intuición de la eternidad, y el amanecer, me permitieron la visión triunfal, única, del portaaviones majestuoso e implacable, con su casco dorado por el sol, con su figura orgullosa, solitaria, vigilando la ciudad: El Hotel de México, vacío.

Detuve el auto y me senté en una banca del parque de Nueva York y Alabama para contemplar la revelación de aquella estructura fantasmal, abandonada y perfecta, que rebasaba los sueños de su creador con una belleza ajena a la de millones de testigos de esa humana fábrica. Imaginé un hombre durmiendo cada noche en una habitación distinta, sin agotarlas en el plazo de dos años; imaginé los horrores nocturnos de sus vigilantes y el silencio de sus pasillos y los ecos en el cubo de los elevadores a las tres de la mañana, cuando las ratas y las alimañas más ocultas juegan en sus más secretos ductos. No pude agotar las combinaciones de las cerraduras de las puertas ni vislumbrar la historia que detallará los acontecimientos sórdidos y luminosos que habrán de cumplirse en esa caja de sorpresas. ¿Cuál y cuál virtud y vicio ocurrirán a un tiempo, en cuartos contiguos, entre el piso de un nivel y otro?

Fragmento de Los caminos del Hotel. B. Ruiz, circa 1985.

Ah, imprevisibles las vueltas de la rueda del tiempo.

Conforme los años pasan



Hace 21 años tuve mi primera computadora. La frase más común a la hora de comenzar a escribir un programa era "Hello, world", como si el mundo estuviera conectado a una pantalla.

Hace diez, doce años cuando alguien se conectaba no tenía idea de lo que era estar en línea. ¿Cómo sé que estoy en Internet?, preguntaban quienes no tenían idea de lo que era un protocolo de comunicación.

Hoy con toda la parafernalia existente pareciera que la gente sólo quiere decir una cosa: "¡Mira, mamá, estoy en Internet!".

viernes, marzo 03, 2006

Historia corsaria


Como miembro de la SOGEM, la Sociedad General de Escritores de México, parte de mi labor como miembro del Consejo Directivo está la defensa de los derechos de autor. SOGEM atiende mensualmente decenas de quejas de autores cuyos derechos no son reconocidos, o a quienes se les plagia. Son usuales las quejas contra las editoriales, en particular las que metódicamente fingen un desconocimiento de la ley que nos protege. Selector, Ediciones Castillo o Editorial Coyoacán sistemáticamente acostumbran infringir este derecho.

El diario La Crónica de México tiene fama de no pagar a sus colaboradores, varios escritores me han comentado que dejaron de escribir ahí porque "les hacían el favor de publicarlos".

Y bien, que La Crónica postule su derecho a la esclavitud es una cosa, pero que no dé el crédito adecuado a los autores describe sin adjetivos su naturaleza.

Su edición de hoy me permite poner un ejemplo visible: sin dar crédito a esta página utilizan una de sus fotografías, la de Vicente Quirarte a punto de pedir una cerveza en el Rioja. Ahora cada vez que publiquen un texto respecto al combate de la piratería, los imaginaré gritando: "Al ladrón, al ladrón".

miércoles, marzo 01, 2006

Verdades de la Red


Acostumbro leer diversas bitácoras electrónicas. La mayoría son para mentir: en todas está una promesa, un principio: seré asiduo, escribiré con regularidad. Quizá la pasión por sus obras completas sea una verdad. Sin embargo, casi todo proyecto donde la regularidad se conserve no es usual. Quizá la gente se aburre de sí misma.

Por otro lado: abundan quienes piensan que escribir les quitará su tedio. También mienten. Y quienes tras tres o cuatro visitas a su espacio han repetido hasta el cansancio que nada les gusta, atrae o satisface. Y los simpáticos, que coleccionan humoradas propias o ajenas. En contraste, los fotógrafos tienen una continuidad y permanencia que no tienen quienes pretenden llevar un diario o una crónica por escrito de su vida.

miércoles, enero 18, 2006

Sancho Polo

EMILIO Rabasa (Ocosutla, Chis., 1856, Chiapas - México, D.F., 1930), firmó en 1887 bajo el seudónimo de Sancho Polo una novela que ocupó originalmente cuatro volúmenes: La bola a la que complementan La gran ciencia, El cuarto poder y Moneda falsa. Emanuel Carballo lo califica de autor ocasional en el prólogo que hace a La guerra de tres años, a la que consigna como su obra maestra.

"A 150 años de distancia del nacimiento del autor de esta tetralogía, sorprende su novedad y frescura: hace tiempo que no leía autores mexicanos del XIX y me lo reclamo, la propaganda de que nuestras letras gozan cabalmente de perfecta salud a veces nos distrae en extremo de lo mejor de nuestro pasado.

A la vez, he hecho un recuento entre mis conocidos acerca de quién lo ha leído o recuerda y pocos son --incluso de mis colegas de la Escuela de Letras quienes saben hoy de su existencia. Sin embargo, su nombre era repesentativo del realismo mexicano, con virtudes semejantes a las de Pérez Galdós en el temario de literatura mexicana durante la preparatoria donde al menos se bosquejaba el argumento de La bola. Y todavía durante los 70 estaba en el catálogo de Porrúa una edición corregida de la reedición original de 1948.

Rabasa es un hábil narrador y deja en el lector contemporáneo una certeza: este país no ha cambiado pese a todas las frases de cambio que se tejen alrededor de él. Tanto la vida de la capital del país como la de sus poblados está vista a través de los ojos de su joven portagonista, quien atestigua el camaleonismo de los políticos de su época, el constante sucederse de situaciones que rebasan toda legalidad y la aceptación de facto de cada acto de poder con la complacencia del pueblo y el lamento eventual de la opinión pública.

Ahora como entonces los juegos a trasmano, los discursos donde aparecen las palabras conciencia, pueblo, libertad, justicia, fuerza de la razón, democracia continúan siendo la materia prima de circunstancias donde algunos hombres tratan de actuar con rectitud y en pro del bien común, aunque pronto comprenden que "... el cabello, la vista y la vergüenza se pierden con la edad" entre nuestros conciudadanos.

La obra posee adicionalmente un fino sentido del humor, en ocasiones, al tono de la obra. "Nuestro pueblo está cansado, esto no puede durar", se afirma en una conversación de terratenientes. Y el protagonista se responde: 'sí siempre parece cansado, y siempre creemos que esto no va a durar'.

La peripecia del amor filial y el amor de la pareja se contraponen a la ambición y a la violencia que se manejan durante la bola, movimiento al que se define al final del tomo como el intento de revolución que hacen los ignorantes y castigo inevitable de los pueblos atrasados. Cuando en cambio una revolución es vista como hija del pgrogreso del mundo "y ley ineludible de la humanidad".

Diversos caracteres surgen en esta obra trazados con claridad: el padre Marujo, Mateo Cabezudo, el meloso Cañas siempre metamórfico y predecesor indiscutible del gatopardismo a la mexicana. Y aprovecha los arquetipos de la madre viuda y la bella huérfana amada (Remedios) para que su historia social sobresalga sobre los motivos del individuo. Juan Quiñones, su joven protagonista, cumplirá el rito de paso del joven maduro que se despoja del adolescente hasta el hombre que ha enfrentado por sus convicciones a la sociedad.

Rabasa ha sido alumno del Dumas de Los tres mosqueteros y registra en su obra con orgullo quienes han sido los autores que le han dejado huella. Y asombra que haya intuido claramente lo que hoy se afirma como novedad dentro de la globalización: no hay países ricos o pobres; hay sociedades hábiles, ingeniosas, listas, inteligentes o inventivas. En estas últimas está la posibilidad de llegar más lejos en la historia del mundo de hoy.

En un mes es sencillo terminar la lectura de Rabasa, lo que hará de ese mes un periodo inolvidable para quien decida descubrirlo.