Dolores Castro y Eduardo ParraRecuento de la supervivenciaPARA NADIE ES NOTICIA que la escritura es de los oficios peor pagados del mundo. Tampoco lo es que entre los escritores quienes menos posibilidad tienen de vender su obra sean los poetas. Extraña necedad, en vista de que adicionalmente pocos lectores recurren a ella por costumbre, por pasión, por compulsión. Lo cual contrasta en cambio con las novelas de Agatha Christie o de Henning Mankell o de Paul Auster; o con los relatos de García Márquez o Kurt Vonnegut, cotizados por diarios y revistas en diversos lugares del mundo.
Para ser sinceros, cuando me piden libros prestados, siempre me piden de prosa y muy rara vez —como bibliografía, como consulta— alguno de poesía. Cuando esto ocurre, no es amplio el espectro: Eliot, Sabines o Paz. ¿Por qué nunca Xavier Villaurrutia o Federico Cabrera o Pellicer o Borges o Darío o Villon? Sin embargo me asombro cuando la gente en general afirma gustar de la poesía. Entiendo entonces que han oído algo de Sabines y que les suena algún soneto de Quevedo o algún poema de Acuña o Gutiérrez Nájera; pero ahí párale de contar.
Estos hechos contrastan con un fenómeno: los encuentros de poesía en la república siempre cuentan con un numeroso auditorio. Se conoce a los poetas, se preguntan por sus libros y hay quienes llegan a firmar algún autógrafo en libros cuyo origen directo es una librería de viejo. Lectores jóvenes, generalmente. Porque es sabido que en las librerías de nuevo es propiamente inexistente un buen acervo poético.
Pero ¡ay! del poeta que se atreva a ofrecer un libro a una editorial o a una revista. No será agradecido su gesto. Ay, también, del poeta que no te regale su libro ¿por qué hay que pagar por leer poesía?, parece —oh, paradoja— el sentir del gremio. . .
Sin embargo, pese a estas certezas y contradicciones, el fervor de los escritores por la poesía sigue siendo desconcertante: hay nuevos poetas, paulatinamente aparecen algunos volúmenes o colecciones de poesía e incluso en la red las bitácoras personales abundan con poemas originales o pirateados a los autores.
En la foto, Eduardo Parra Ramírez con Guillermo Vega ZaragozaLa Escuela de escritores de la SOGEM a lo largo de los años ha preparado a diversos guionistas relevantes, a dramaturgos, a cuentistas, ensayistas y novelistas que con frecuencia logran premios o distinciones importantes: becas, residencias, etc., no obstante se cuentan con los dedos de una mano los poetas que egresan de sus aulas. Y la situación es semejante en las escuelas de los estados. Más bien, creo, los poetas se hacen solos o en talleres.
En tal medida ha sido grato conocer a Eduardo Parra Ramírez, quien además de mostrar un estilo y una capacidad narrativa notorias, logró la publicación de un libro de poemas, Palabras sobrevivientes, amplia muestra de su vocación como poeta.
El volumen no tenía más de una semana de publicado cuando me lo dio hace un par de meses. Lo puse junto con otros libros que llevaba, le agradecí el regalo y un par de noches después lo tomé —no con la pasión de quien toma una revista para caballeros, sino con el higiénico cuidado con que una dama de sociedad hurga en un pañuelo ajeno en busca de alguna inicial o seña que dé traza de su dueño.
Sorpresa. Una sucesión de historias de amor o una historia de desamor, un registro minucioso de una pasión extrema y doliente fue mi descubrimiento: ya no una pasión joven y desbordada, sino un deseo y una furia donde el encuentro y el ejercicio de un ansioso encontrarse de los cuerpos se vuelven un desbordamiento constante entre hombre y mujer, a veces en poemas trabajados en prosa; otras, como versos libres de perfecta factura.
Se lee, por ejemplo, en "Los amantes":
«He visto a los amantes entrar en un hotel. Los amantes son espejos que lloran el vacío. Viven a su manera, desafiando a las palabras inútiles mientras sus soledades cicatrizan. Los amantes se sueñan, se pueblan de sus propios recuerdos y ese delirio los sepulta en asombro».
Un ritmo distinto se nota al momento de construir los versos: Parra Ramírez juega con formas rítmicas del verso clásico que combina con habilidad métrica en sus asonancias o su consonancia para alcanzar diversos tonos y sonoridades:
El otro es uno,
Lugar del nacimiento del veneno,
El otro es un idioma inoportuno
Más comprendido cuanto más ajeno.
Yo soy el otro
Que de la carretera al cautiverio
Contó su historia y se quedó sin rostro.
O bien, construye a base de aliteraciones himnos de ira y rebeldía ante la sumisión del amor:
Somos las cosas que nos atestiguan:
Las botellas vacías,
Los anteojos, tu pantalón tirado,
La portada de un libro interminable,
El espejo con su azogue empañado.
Tu desnudez naufraga
En el agua de un tumbo coreográfico
Y en esta oscuridad se vuelve barro.
Trazo en tu piel la primitiva música,
La canción del sudor, el son de la epidermis,
Tu cuerpo se resuelve en un espasmo,
Cocodrilo de furia genital,
Relámpagopantano,
Sacudiendo el estruendo en la ceguera,
Desarraigando su dolor de árbol.
No habrá un segundo de tu piel que olvide,
No habrá una gota de duda que te beba.
Si nuestra sed del litoral al pairo,
Espacios incurables,
Veneno, bruma, ausencia, asesinato.
Eres este demonio irreversible
Que yace delirando a mi costado.
Mas no toda la concepción del volumen está construida en torno al amor o la pasión. Palabras sobrevivientes está dividido —por medio de subtítulos— en tres partes, donde se yuxtaponen con acierto los temas que marcan la trayectoria de Parra Ramírez.
Para este lector los fundamentales son aquellos que se apartan del tono erótico o del amor furioso —intitulada 'La fiebre y la quietud'. Prefiero aquellos que se refieren a partes diversas de la vida, de la vocación, de los lazos de familia, a la aceptación de la propia historia, donde una ejecución cuidada de cada verso seduce por la profunda claridad con que el poeta vislumbra tanto los círculos del cielo como las habitaciones infernales de esta tierra.
En tal sentido, cabe resaltar la profundidad grave de los poemas de la segunda parte: 'Asombros del cotidiano espejo' donde —en poemas como "Autocrítica", "Mi padre es un planeta", "Los muertos. Sueño de Tlaltelolco" "Elvira" y "Un hombre tiene rabia"—, Parra Ramírez transmite intensamente las sensaciones que propicia la vida al desgastarse, al sucederse de los hombres y las generaciones con una voz madura y una lucidez justa.
Dolores Castro, quien ha escrito una introducción para el libro, destaca la belleza e intensidad de esta parte del poemario particularmente. En Parra la influencia de Borges y de Paz en especial son relevantes: hay una benéfica influencia de ellos y una transformación: el poeta de Palabras sobrevivientes tiene sus propios caminos, su íntimo imaginario donde la presencia de la selva tropical deja marcas indelebles: los poemas alrededor de Eugenia —su arquetipo femenino— lo confirman.
De Borges, Parra Ramírez comparte el estremecimiento de los espejos y de los laberintos, como se subraya en el lenguaje de la última parte del volumen —la que da título al libro—; de Paz, la pasión por reflexionar en torno a la palabra y el lenguaje, junto con el gusto por las reiteraciones, además de diversos giros del verso.
Mas a diferencia de ellos, los poemas de Eduardo Parra llevan la marca de este milenio: esta constante duda sobre el abismo vácuo de cada momento, la interrogación del propio yo en un mundo que se ignora a sí mismo hasta anularse. Donde sólo en el amor en la muerte o la pérdida se vislumbra la pasión por la vida. Ello queda claramente establecido en "La verdad", uno de los poemas de más altura del libro, trabajado como un silogismo estrófico.
Apasionado y doloroso, las Palabras sobrevivientes de Parra podrían resumirse en una intuición que seguramente desarrollará a lo largo de su trabajo poético. Esa marca está precisamente en 'Itinerario':
Endemoniarse, otrarse, ser un libro
escrito en el idioma de la muerte.
Ser un libro que se escribe a sí mismo
y que se lee a sí mismo, interminable.
Morir y no morir.
Afirma Parra Ramírez con la certeza de quien enfrenta la vida. Con el valor de quien es capaz de apostar todavía con pasión soberana por la belleza del verso, por el trabajo minucioso de cada ritmo y estrofa, con la necesidad de la poesía que permite al creador mostrar que vale la pena la libertad rebelde de la iluminación, para ir a lo largo de la existencia, como diría Rimbaud: "feliz como con una mujer".
Bienvenido para la poesía, Eduardo Parra Ramírez.
Parra Ramírez, Eduardo.
Palabras sobrevivientes
Prólogo de Dolores Castro.
Ediciones EON, México, 2006, 108 pp.
ISBN 968-5353-73-5
Guillermo Vega Zaragoza, Dolores Castro, Eduardo Parra y Saúl Ibargoyen