La notable escritura de Augusto Monterroso y su heterónimo Eduardo Torres
¿CÓMO SE HACE UN ESCRITOR? ¿Qué hacen los escritores? Su naturaleza camaleónica qué aires respira, cuáles son sus maneras de vivir, sus ritos de paso, sus modos de reproducirse y de no morir? Éstas y análogas preguntas se responden --o sus respuestas se insinúan-- en Lo demás es silencio, de Augusto Monterroso (1921-2003) cuya primera edición de cuatro mil ejemplares apareció en octubre 7 de 1978, esto es hace 26 años.
Antes de este libro, Monterroso había escrito y publicado, en 1959, Obras completas (y otros cuentos); además de La oveja negra y otras fábulas, 1969, volumen que en breve tiempo tuvo un amplio número de lectores. Sin embargo, para Tito --a quien nadie se dirigía como Augusto, lo que hubiera sido una antinomia flagrante--, la fama y el boato no eran cuestiones capitales sino el placer inmenso de acercar palabra por palabra su obra a una perfección aprendida en los clásicos universales; asunto que hoy en día a pocos autores y lectores interesa.
En reciprocidad, la aceptación y reconocimiento, curiosamente, no le abrieron la puerta del círculo de premios y galardones del establishment literario de México; mas era obvio para los lectores de entonces que Monterroso era uno de los autores medulares del 'boom' latinoamericano; como lo registraba José Donoso en 1972, entre las páginas de su Historia personal del boom, biografía de una generación que se publicó al mismo tiempo propiamente que Movimiento Perpetuo, volumen donde Monterroso confirmó su dominio del ensayo literario.
Cuando Michel de Montaigne decidió escribir el amplio opúsculo o serie de reflexiones que hacen de él un autor perdurable, puso como principio para el género esa recapitulación de la propia experiencia en contraste con los hechos y dichos del mundo. Contados autores han aprendido con tanto gusto la lección. Monterroso manifiesta en su escritura que una parte del orbe, incluso la que es vista como trágica a veces, tiene su contraparte humorística, y la mejor manera de mostrarlo es a partir de esta aparente contradicción. Tito ubica la vida como el punto de equilibrio de la constante oposición entre la lectura y el oficio de escribir, y para ilustrar el asunto cede la palabra a su heterónimo Eduardo Torres, a quien había comenzado a tratar y a descubrir a fines de los 50.
De varias maneras Torres ya tenía cierta influencia en la vida de Monterroso para este libro. Algunos de los pensamientos del sanblaseño se habían deslizado como epígrafes entre los textos de Movimiento perpetuo:
Asimismo, gracias a Monterroso sabemos que Torres no excedía el 1.60 mts., de estatura, y que --en muchos sentidos-- las enseñanzas del polígrafo de San Blas incidieron en nuestro autor. De hecho, el ensayo 'Humorismo' de Movimiento perpetuo es una disertación que se dirime a través de dos argumentos: el de Monterroso-Clausewitz: 'El humorismo es el realismo llevado a sus últimas consecuencias'; y el de su maestro Eduardo Torres, quien define a los hombres como los animales más estúpidos y ridículos de la creación, capaces de perder el espíritu cuando optan por la guerra.
Esta proximidad entre Torres y Monterroso se hace evidente a la muerte del maestro ET. El agradecido discípulo y amigo reúne y transcribe con afecto filial textos dispersos del sanblaseño y las opiniones de gente afín a ET, un testimonio donde se recupera la peculiar personalidad --descubrimos-- de un hombre de letras.
En su momento, hubo quien quiso ver en Lo demás es silencio una novela biográfica y una antología, ya que había razones para ello con base en la estructuración del texto y en la unidad estilística que logró Monterroso en el libro. Asimismo, no faltaron voces que argumentaran que --al modo de Boswell, Platón, Hitchcock o Gironella pintando Las meninas--, Monterroso --autor de los menos aficionados a referirse a sí mismo-- finalmente había caído en la tentación de aparecer como testigo de su propia obra. Las relaciones de Luciano Zamora y la firmada 'un amigo' fueron objeto de diversos análisis lexicográficos y estilísticos a la manera de cada teoría postulada ad hoc, e incluso dieron materia para entrevistas o artículos que Marco Antonio Campos o Wilfrido H. Corral tuvieron a bien compilar en diferentes épocas.
Para los discípulos de los talleres de Monterroso en el INBA, cuya metodología y circunstancia ha descrito con acierto Juan Villoro, es evidente que Tito gustaba de hacer literaria la vida y tomar de la vida y de la literatura el material para la literatura. Cuenta uno de los becarios de aquel taller que un periodista acudió a entrevistar al escritor en la Capilla Alfonsina, a fin de hacer alguna nota respecto a su vertiente didáctica, lo cual no interesaba mayormente a Monterroso. Periodista y alumnos por igual disfrutaron del ir y venir de las preguntas y respuestas. Ya a solas, el tutor interrogó a los discípulos:
--¿Se fijaron cómo lo entrevisté?
Quizá esta anécdota ilustra en el juego de espejos que muestra con claridad la distancia de Monterroso respecto a la vida literaria en 'Te conozco, mascarita' de Movimiento perpetuo:
Texto donde Monterroso, a la manera de Marcial, manifestó una de las características esenciales de su modo de ser. Libro catártico, Movimiento perpetuo es el volumen más representativo de la intimidad de Monterroso persona, quien dirime la diferencia entre una serie de cuestiones fundamentales para comprender su lectura. Seriedad y humorismo, excentricidad y seriedad, la escritura y el amor, las moscas, la lectura, las separaciones, riqueza o pobreza, el cinismo y el escepticismo, política e ideologías. La estatura y los complejos de los demás. Eternidad, muerte e infinito. La vergüenza y la incomprensión, la amplitud o la sabia brevedad se vuelven temas donde la lucidez gobierna cada frase con una claridad deslumbrante que la fascinación del lector.
De manera que, cuando se lee la frase de Cicerón:'Niño, espanta las moscas', que es colofón de Movimiento perpetuo, el lector descubre que tras el descenso al infierno, Monterroso ha exorcizado a sus demonios.
Monterroso, puede entonces emular las mareas: ser el biógrafo de Torres, su discípulo, y ver la astilla y la viga en el escritor admirado para asumirse como un autor desconocido --desde entonces hasta Los buscadores de oro (1993)-- 'o, tal vez con más exactitud, un autor ignorado'.
Ésas y las siguientes líneas de Los buscadores... muestran con claridad el eterno pánico escénico de Monterroso en un autorretrato doloroso, que contrasta con el Monterroso atento, serio y perspicaz, de maneras sencillas e intervenciones discretas, agradables que fue siempre, presto a aconsejar a sus discípulos: 'aprendan a hablar en público' con el mismo placer que transmitía el consejo de los romanos: 'deja descansar el libro'; o, 'nadie como Samuel Pepys ('¿paips?, ¿pypis?', cómo caramba se pronunciará...) y sus diarios para descubrirnos el placer que es escribir sin preocuparse que un texto vaya a ser publicado'.
Ah, la retórica, la antigua retórica, la de Quintiliano, no es otra la que utilizó y enseñó Monterroso: y con un matiz que todo guatemalteco reconoce como característica nacional: dicho, mostrado con una dulzura de miniaturista.
Es imposible hacerse de una idea directa de Eduardo Torres, descubrimos tras la lectura de Lo demás es silencio; donde con una sabiduría rayana en la travesura, el compilador y exégeta de Torres ha seguido a consciencia el consejo de Jorge Luis Borges para elaborar su estructura 'a partir de una broma que Wilde atribuye a Carlyle':
Efectivamente, podemos ver las actitudes en público de Torres, cuando se le pide sea candidato a un puesto de elección. Nos enteramos, por su hermano, de sus orígenes y sus afectos filiales, además de su infatigable interés por los libros. Podemos saber de sus horarios y su relación con el mozo IBM --Monterroso dixit-- que hace de asistente o secretario particular, o bien asistimos a la intimidad de Eduardo a través de los ojos de su esposa con todo y sus pudores pueblerinos de mujer de intelectual. O, incluso, son amplios sus fragmentos, a la manera de los de Safo, a los que tenemos acceso; y cuantiosa la compilación de aforismos hecha por Carrasquilla; mas todo ello no deja ver con claridad el talento de Torres. De modo que al final percibimos que estamos ante la historia de cualquier escritor latinoamericano, pero no estamos más seguros ni de la bibliografía ni de la personalidad de Torres que antes. Se ha captado el espíritu universal e individual de Torres con la misma perfección del silogismo 'Todo hombre es mortal. Sócrates es hombre. Luego entonces, Sócrates es mortal.'
Mas en esa indefinición se ha capturado con golpe maestro la precisión: los observables y amplificables o reductibles defectos y cualidades de todo autor o intelectual aparecen ahí, en la distraída mirada de los que rodean al Maestro, quienes 'hábilmente perfilados' carecen de la perspicacia y la precisión de un Balzac para observar un personaje, y prescindir de sí mismos.
Augusto Monterroso era consciente de que la literatura tomaba por asalto. Afirmaba que la buena literatura refiere a obras previas, tácita o explícitamente. Sabía que la mejor literatura es específica: en la secreta alianza de forma y fondo podía compararse al escritor con el tirador que escoge el arma y el proyectil adecuados para cada tiempo, clima, lugar y blanco. Y se dedicó a demostrarlo. Callada, discretamente se convirtió de un escritor para escritores en un escritor para lectores, y a diferencia de los prestidigitadores que jamás deben explicar sus trucos, Monterroso exhibió y explicó con detalle el uso y manejo de cada una de sus armas. Logró dar una apariencia de naturalidad a cada uno de los géneros que reformó e, igualmente, consiguió que lo más difícil se lea con facilidad, como si la vida o la literatura fueran fáciles.
Con osadía, tiempo después, escribió y publicó paulatinamente lo que sería el gran contraste con Lo demás es silencio: las páginas del diario de un escritor que permite conozcamos su vida e intimidad --sin pudores gazmoños de señora provinciana--: La letra E (1986).
Dispuesto a no repetirse, se apartó del humor en busca de la altura épica en un libro esencial: La palabra mágica (1983), ensayos concebidos en un tono de logopea poundiana donde el tránsito de la lectura de 'Llorar a orillas del río Mapocho' hasta 'Los libros tienen su propia suerte' resume --más que cualquier perfil crítico o biográfico-- los esfuerzos del escritor, de sus trabajos y sus días, y resuelve de una vez por todas cualesquier pregunta respecto al porqué de una vocación frente al destino.
¿CÓMO SE HACE UN ESCRITOR? ¿Qué hacen los escritores? Su naturaleza camaleónica qué aires respira, cuáles son sus maneras de vivir, sus ritos de paso, sus modos de reproducirse y de no morir? Éstas y análogas preguntas se responden --o sus respuestas se insinúan-- en Lo demás es silencio, de Augusto Monterroso (1921-2003) cuya primera edición de cuatro mil ejemplares apareció en octubre 7 de 1978, esto es hace 26 años.
Antes de este libro, Monterroso había escrito y publicado, en 1959, Obras completas (y otros cuentos); además de La oveja negra y otras fábulas, 1969, volumen que en breve tiempo tuvo un amplio número de lectores. Sin embargo, para Tito --a quien nadie se dirigía como Augusto, lo que hubiera sido una antinomia flagrante--, la fama y el boato no eran cuestiones capitales sino el placer inmenso de acercar palabra por palabra su obra a una perfección aprendida en los clásicos universales; asunto que hoy en día a pocos autores y lectores interesa.
En reciprocidad, la aceptación y reconocimiento, curiosamente, no le abrieron la puerta del círculo de premios y galardones del establishment literario de México; mas era obvio para los lectores de entonces que Monterroso era uno de los autores medulares del 'boom' latinoamericano; como lo registraba José Donoso en 1972, entre las páginas de su Historia personal del boom, biografía de una generación que se publicó al mismo tiempo propiamente que Movimiento Perpetuo, volumen donde Monterroso confirmó su dominio del ensayo literario.
Cuando Michel de Montaigne decidió escribir el amplio opúsculo o serie de reflexiones que hacen de él un autor perdurable, puso como principio para el género esa recapitulación de la propia experiencia en contraste con los hechos y dichos del mundo. Contados autores han aprendido con tanto gusto la lección. Monterroso manifiesta en su escritura que una parte del orbe, incluso la que es vista como trágica a veces, tiene su contraparte humorística, y la mejor manera de mostrarlo es a partir de esta aparente contradicción. Tito ubica la vida como el punto de equilibrio de la constante oposición entre la lectura y el oficio de escribir, y para ilustrar el asunto cede la palabra a su heterónimo Eduardo Torres, a quien había comenzado a tratar y a descubrir a fines de los 50.
De varias maneras Torres ya tenía cierta influencia en la vida de Monterroso para este libro. Algunos de los pensamientos del sanblaseño se habían deslizado como epígrafes entre los textos de Movimiento perpetuo:
'Poeta, no regales tu libro; destrúyelo tu mismo.',muy citado entonces por los narradores y comunicadores --aunque actualmente es poco recordado ante las escasas ediciones del género. En cambio, se ha revalorado ante la crítica política de los tiempos que corren el inolvidable aforismo cirquense de ET: 'los enanos tienen una especie de sexto sentido que les permite reconocerse a primera vista'.
Asimismo, gracias a Monterroso sabemos que Torres no excedía el 1.60 mts., de estatura, y que --en muchos sentidos-- las enseñanzas del polígrafo de San Blas incidieron en nuestro autor. De hecho, el ensayo 'Humorismo' de Movimiento perpetuo es una disertación que se dirime a través de dos argumentos: el de Monterroso-Clausewitz: 'El humorismo es el realismo llevado a sus últimas consecuencias'; y el de su maestro Eduardo Torres, quien define a los hombres como los animales más estúpidos y ridículos de la creación, capaces de perder el espíritu cuando optan por la guerra.
Esta proximidad entre Torres y Monterroso se hace evidente a la muerte del maestro ET. El agradecido discípulo y amigo reúne y transcribe con afecto filial textos dispersos del sanblaseño y las opiniones de gente afín a ET, un testimonio donde se recupera la peculiar personalidad --descubrimos-- de un hombre de letras.
En su momento, hubo quien quiso ver en Lo demás es silencio una novela biográfica y una antología, ya que había razones para ello con base en la estructuración del texto y en la unidad estilística que logró Monterroso en el libro. Asimismo, no faltaron voces que argumentaran que --al modo de Boswell, Platón, Hitchcock o Gironella pintando Las meninas--, Monterroso --autor de los menos aficionados a referirse a sí mismo-- finalmente había caído en la tentación de aparecer como testigo de su propia obra. Las relaciones de Luciano Zamora y la firmada 'un amigo' fueron objeto de diversos análisis lexicográficos y estilísticos a la manera de cada teoría postulada ad hoc, e incluso dieron materia para entrevistas o artículos que Marco Antonio Campos o Wilfrido H. Corral tuvieron a bien compilar en diferentes épocas.
Para los discípulos de los talleres de Monterroso en el INBA, cuya metodología y circunstancia ha descrito con acierto Juan Villoro, es evidente que Tito gustaba de hacer literaria la vida y tomar de la vida y de la literatura el material para la literatura. Cuenta uno de los becarios de aquel taller que un periodista acudió a entrevistar al escritor en la Capilla Alfonsina, a fin de hacer alguna nota respecto a su vertiente didáctica, lo cual no interesaba mayormente a Monterroso. Periodista y alumnos por igual disfrutaron del ir y venir de las preguntas y respuestas. Ya a solas, el tutor interrogó a los discípulos:
--¿Se fijaron cómo lo entrevisté?
Quizá esta anécdota ilustra en el juego de espejos que muestra con claridad la distancia de Monterroso respecto a la vida literaria en 'Te conozco, mascarita' de Movimiento perpetuo:
El humor y la timidez generalmente se dan juntos. Tú no eres una excepción. El humor es una máscara y la timidez otra. No dejes que te quiten las dos al mismo tiempo.
Texto donde Monterroso, a la manera de Marcial, manifestó una de las características esenciales de su modo de ser. Libro catártico, Movimiento perpetuo es el volumen más representativo de la intimidad de Monterroso persona, quien dirime la diferencia entre una serie de cuestiones fundamentales para comprender su lectura. Seriedad y humorismo, excentricidad y seriedad, la escritura y el amor, las moscas, la lectura, las separaciones, riqueza o pobreza, el cinismo y el escepticismo, política e ideologías. La estatura y los complejos de los demás. Eternidad, muerte e infinito. La vergüenza y la incomprensión, la amplitud o la sabia brevedad se vuelven temas donde la lucidez gobierna cada frase con una claridad deslumbrante que la fascinación del lector.
De manera que, cuando se lee la frase de Cicerón:'Niño, espanta las moscas', que es colofón de Movimiento perpetuo, el lector descubre que tras el descenso al infierno, Monterroso ha exorcizado a sus demonios.
Monterroso, puede entonces emular las mareas: ser el biógrafo de Torres, su discípulo, y ver la astilla y la viga en el escritor admirado para asumirse como un autor desconocido --desde entonces hasta Los buscadores de oro (1993)-- 'o, tal vez con más exactitud, un autor ignorado'.
Ésas y las siguientes líneas de Los buscadores... muestran con claridad el eterno pánico escénico de Monterroso en un autorretrato doloroso, que contrasta con el Monterroso atento, serio y perspicaz, de maneras sencillas e intervenciones discretas, agradables que fue siempre, presto a aconsejar a sus discípulos: 'aprendan a hablar en público' con el mismo placer que transmitía el consejo de los romanos: 'deja descansar el libro'; o, 'nadie como Samuel Pepys ('¿paips?, ¿pypis?', cómo caramba se pronunciará...) y sus diarios para descubrirnos el placer que es escribir sin preocuparse que un texto vaya a ser publicado'.
Ah, la retórica, la antigua retórica, la de Quintiliano, no es otra la que utilizó y enseñó Monterroso: y con un matiz que todo guatemalteco reconoce como característica nacional: dicho, mostrado con una dulzura de miniaturista.
Es imposible hacerse de una idea directa de Eduardo Torres, descubrimos tras la lectura de Lo demás es silencio; donde con una sabiduría rayana en la travesura, el compilador y exégeta de Torres ha seguido a consciencia el consejo de Jorge Luis Borges para elaborar su estructura 'a partir de una broma que Wilde atribuye a Carlyle':
?Una biografía de Miguel Ángel que omitiera toda mención de las obras de Miguel Ángel [...] No es inconcebible una historia de los sueños de un hombre; otra, de los órganos de su cuerpo; otra, de las falacias cometidas por él; otra, de todos los momentos en que se imaginó las pirámides; otra, de su comercio con la noche y con las auroras. [...] La broma de Carlyle predecía nuestra literatura contemporánea...?
Sobre el 'Vathek' de William Beckforth, de Otras inquisiciones
Efectivamente, podemos ver las actitudes en público de Torres, cuando se le pide sea candidato a un puesto de elección. Nos enteramos, por su hermano, de sus orígenes y sus afectos filiales, además de su infatigable interés por los libros. Podemos saber de sus horarios y su relación con el mozo IBM --Monterroso dixit-- que hace de asistente o secretario particular, o bien asistimos a la intimidad de Eduardo a través de los ojos de su esposa con todo y sus pudores pueblerinos de mujer de intelectual. O, incluso, son amplios sus fragmentos, a la manera de los de Safo, a los que tenemos acceso; y cuantiosa la compilación de aforismos hecha por Carrasquilla; mas todo ello no deja ver con claridad el talento de Torres. De modo que al final percibimos que estamos ante la historia de cualquier escritor latinoamericano, pero no estamos más seguros ni de la bibliografía ni de la personalidad de Torres que antes. Se ha captado el espíritu universal e individual de Torres con la misma perfección del silogismo 'Todo hombre es mortal. Sócrates es hombre. Luego entonces, Sócrates es mortal.'
Mas en esa indefinición se ha capturado con golpe maestro la precisión: los observables y amplificables o reductibles defectos y cualidades de todo autor o intelectual aparecen ahí, en la distraída mirada de los que rodean al Maestro, quienes 'hábilmente perfilados' carecen de la perspicacia y la precisión de un Balzac para observar un personaje, y prescindir de sí mismos.
Augusto Monterroso era consciente de que la literatura tomaba por asalto. Afirmaba que la buena literatura refiere a obras previas, tácita o explícitamente. Sabía que la mejor literatura es específica: en la secreta alianza de forma y fondo podía compararse al escritor con el tirador que escoge el arma y el proyectil adecuados para cada tiempo, clima, lugar y blanco. Y se dedicó a demostrarlo. Callada, discretamente se convirtió de un escritor para escritores en un escritor para lectores, y a diferencia de los prestidigitadores que jamás deben explicar sus trucos, Monterroso exhibió y explicó con detalle el uso y manejo de cada una de sus armas. Logró dar una apariencia de naturalidad a cada uno de los géneros que reformó e, igualmente, consiguió que lo más difícil se lea con facilidad, como si la vida o la literatura fueran fáciles.
Con osadía, tiempo después, escribió y publicó paulatinamente lo que sería el gran contraste con Lo demás es silencio: las páginas del diario de un escritor que permite conozcamos su vida e intimidad --sin pudores gazmoños de señora provinciana--: La letra E (1986).
Dispuesto a no repetirse, se apartó del humor en busca de la altura épica en un libro esencial: La palabra mágica (1983), ensayos concebidos en un tono de logopea poundiana donde el tránsito de la lectura de 'Llorar a orillas del río Mapocho' hasta 'Los libros tienen su propia suerte' resume --más que cualquier perfil crítico o biográfico-- los esfuerzos del escritor, de sus trabajos y sus días, y resuelve de una vez por todas cualesquier pregunta respecto al porqué de una vocación frente al destino.
Ésas son, en breve perfil, las obras del maestro al que recuerdo agradecido. De él me quedé con el cariño por El Quijote, la curiosidad por Samuel Pepys, el interés por la Anatomía de la melancolía de Burton, una larga lista de obras por leer, el sapiente consejo de que los textos deben dejarse descansar, y revisarse y revisarse; y muchas muestras de constancia, inteligencia, sencillez y grandeza tanto en la literatura como en la vida.
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