miércoles, mayo 04, 2005
viernes, abril 15, 2005
De creadores y diccionarios
Estábamos en el segundo semestre de la carrera de Letras en la UNAM cuando Huberto Bátis comentó en su curso de "Metodología de la literatura . . .", allá por 1971, algunas de las costumbres de Ernesto Mejía Sánchez, uno de los grandes maestros e investigadores que tuvo esta Facultad. Apasionado de los claroscuros, no se ocupó mucho Huberto de elogiar la paciente labor de Mejía Sánchez por cuidar y ser el editor de la obra de Alfonso Reyes, sino del pésimo genio --sin duda ejemplar para Huberto-- y de la obsesión bibliográfica de Mejía Sánchez por coleccionar obsesivamente diccionarios de toda clase. Citaba a Mejía Sánchez y su elogio de los diccionarios como instrumentos imprescindibles para descifrar todos aquellos recodos del conocimiento que nos son --de otro modo-- inaccesibles.
Y gustaba Bátis a la vez comentar del esfuerzo de Diderot para organizar su enciclopedia, y anécdotas del doctor Johnson que entresacó de la entretenida crónica de Boswell; describió, asimismo, la afición de Borges por buscar la inspiración en mamotretos de peso completo; y la importancia para un lector en busca de una formación acorde a su época de comenzar no importaba dónde pero siguiendo conforme a su inteligencia ("que sirve para hacer uniones y ligas entre los objetos") un ciclo íntimo que conducía en largo periplo a entramar la relación de las entidades que pueblan el universo, y comprender que cada quien construye su brújula en la geografía inmensa del conocimiento con libros que nos conducen a otros y a subsecuentes en un viaje fascinante, propio e inédito en la experiencia humana.
No sé si aquel curso derivó alguna vez en la reflexión respecto a la necesidad de que toda civilización y cultura se distinga por su minucioso inventario del universo, mas era una obvia consecuencia. Y un reto.
Asombraba entonces --más que ahora--, el desconocimiento que teníamos de nosotros mismos: ¿existía un libro que nos refiriera a la manera del Oxford Classical Dictionary los personajes de la teogonía de los mexicanos y los personajes históricos de los códices diversos? ¿Poseíamos una enciclopedia de las aves, insectos y animales que habitan nuestro territorio? Bueno, siquiera un listado de los personajes de Juan Ruiz de Alarcón que nos refiriera la obra y papel que les corresponde? ¿Nos preocupaba algo de eso? Fueron preguntas que nos formuló Bátis.
A las nuevas generaciones, aquel país suena contiguo al de la Revolución o al de las invasiones norteamericanas, sin duda. El concepto "bases de datos" no era usual y nadie para sobrevivir por los lares de Humanidades necesitaba comprender más allá de la palabra sumadora, (porque las calculadoras eran para ingenieros y no se conseguían ni en Sanborns ni en los puestos de las esquinas; y las computadoras sólo estaban en los bancos y en las áreas científicas).
Para investigar se utilizaban tarjetas blancas, chicas o medianas (un cuarto o media carta), tarjeteros, libros y una máquina de escribir Rémington u Olivetti. (Las IBM eléctricas --de bolita-- llegaron tiempo después). Los libros de historia de la literatura terminaban en Agustín Yáñez, si bien le iba, y términos como "los Contemporáneos" o "los de Taller" eran para exquisitos o iniciados.
Sin embargo, corría por los murmuraderos de la facultad la leyenda de los investigadores del Centro de Estudios Literarios y una versión ad hoc de su origen que estoy seguro no es verídica, salpicada de digresiones respecto a una mítica montaña de hielo de Antonio Alatorre (su cúmulo de tarjetas) y el fichero de Alfonso Reyes, que contravenían los argumentos de que la investigación literaria no existía en México. Varios iniciados afirmaban haber contemplado el mundo de citas de Ana Elena Díaz Alejo, Aurora Maura Ocampo y Ernesto Prada. «Ahí están, fichando y anotando. No paran», se decía.
Resultado de ello fue una primera versión del Diccionario de Escritores Mexicanos que nos ahorraba la búsqueda de bibliografía y hemerografía para los trabajos de la materia o para ver quién había escrito sobre qué y, al menos, no desbarrar demasiado al intentar hacer una reseña o una crítica; y, para la salud curricular de los de Letras Iberoamericanas, descubrimos después con asombro unos cuadernos con lo primordial de los autores iberoamericanos, básicos para comenzar una tesis o una tesina. Éstos fueron trabajo adicional de Aurora Ocampo.
Ahora bien, el trabajo no terminó ahí; ciertamente fue la piedra angular de diversas paráfrasis y vertientes: la Enciclopedia de México, el minidiccionario de escritores de Josefina Vázquez publicado por el INBA y el Diccionario de Mussaccio, por lo menos. Ya que después, mucho después se comprendió la utilidad del trabajo: llegó incluso a darse una serie de diccionarios respecto a la trayectoria burocrática de funcionarios y políticos, verdaderamente curiosas.
A la par, el Diccionario de escritores mexicanos tuvo una nueva concepción, con miras al fin del milenio: detallar el espectro de la literatura del siglo XX. Esa fue la siguiente fase de una obra bajo la total responsabilidad y experiencia de Aurora Maura Ocampo que con la aparción de la letra R, en su séptimo volumen, anuncia ya la inminente conclusión de esta labor para adaptarse, en natural evolución a las necesidades del siglo XXI.
¿Cuál es el efecto de una obra en su momento? ¿Cómo varía cronológicamente el punto de vista respecto a un libro o un escritor? ¿Cómo se abre paso o extingue la reflexión y alcance de un título o de un autor? ¿Cómo se entraman las influencias e intertextualidades? Sólo un registro minucioso de tal acontecer puede aclarar esa perspectiva. ¿Cómo si no, por ejemplo, podría hacerse una trayectoria de la influencia de Rulfo desde antes que fuera becario del Centro Mexicano de Escritores hasta la fecha? El punto de partida necesario para formular una respuesta está en el Diccionario de escritores; es un ensayo simple de enunciar, mas complejo e intrincado en cuanto al esfuerzo que implica elaborarlo.
O lucubremos respecto a un tema menos común, ¿de qué manera se puede comprender la valoración de Francisco Tario después de su reservada vida y velado reconocimiento, hasta el interés y fascinación que despierta en los lectores actuales? Y en sentido inverso: ¿a qué motivo se puede adjudicar la escasa atención que se presta a una obra monumental como la de Max Aub? ¿O cómo la publicación de la obra completa de Julio Torri favoreció su difusión y permanencia a través de la afinidad que se le reconoce con Schwob o Arreola?
Se afirma, desde que tengo memoria, que la crítica no existe en México. No conozco escritor que no levante la ceja cuando se habla de la crítica; mas ésta no se aprecia cuando proviene de la academia o cuando no va dirigida al interfecto con los suficientes superlativos consagratorios. Nada hay más patético y divertido que el recién publicado autor que al día siguiente de su presentación o lanzamiento de su libro espera ver su nombre en la lista de ingreso a la Academia o en letras de oro en el Congreso.
Afortunadamente ese deseo nunca en vida se ha visto satisfecho. Ni la crítica ni la literatura ni su historia se construyen ni estudian con ese fin. Con frecuencia exagerada se olvida que es la multiplicidad de autores de una nación y los avecindados en ella el auténtico acervo y fuerza de una literatura; donde vale bien que se destaquen ciertas constantes estilísticas de algún autor sumamente representativo. Por ello el Diccionario de escritores mexicanos del siglo XX procedió con un criterio refinado. Puso como condición mínima la escritura de al menos dos títulos en cualquiera de sus géneros. Y reconoció la multiplicación de autores que participaron en la construcción de ese panorama inédito en nuestra historia.
Con ello se sigue, de manera implícita, que una obra es un proceso de acumulación; y que así como la obra necesita tiempo para su incubación y desarrollo, la crítica requiere de un proceso análogo de reflexión, comparación y valoración más allá de presiones temporales o de criterios de mercado o de una vuelta de tuerca meramente anecdótica; necesita de contexto al cual referirse y evaluar las propuestas que hacen de una obra un texto clásico contemporáneo conforme a definidos --que no necesariamente universales-- cánones.
Esta labor, por hacerse todavía, es para las generaciones presentes y por venir. Las diversas generaciones que han dedicado su trabajo --o en el caso de la maestra Ocampo, su vida-- al censo de nuestra literatura moderna y contemporánea han sentado las bases de un conocimiento que debemos profundizar.
La perspectiva a futuro del diccionario se construye ya con técnicas modernas que facilitarán su acopio y actualización que, a la vez, requieren la adopción de nuevas habilidades para la investigación y catalogación electrónica. Este es un trabajo que jamás termina, ciertamente.
La perspectiva a futuro del diccionario se construye ya con técnicas modernas que facilitarán su acopio y actualización que, a la vez, requieren la adopción de nuevas habilidades para la investigación y catalogación electrónica. Este es un trabajo que jamás termina, ciertamente.
Tenemos en las manos uno de los volúmenes finales de la última versión impresa del Diccionario de escritores mexicanos del siglo XX. Aplaudamos con generosidad y respeto su publicación, producto ejemplar de la investigación humanística de nuestra Universidad; fruto de una labor y esfuerzo de años, maestra Ocampo; que no sólo satisface las necesidades del claustro, sino es fiel muestra de una grandeza que nos pertenece: testimonio de la capacidad creativa e intelectual de una nación que tiene en la alta sensibilidad, y en la palabra ejemplar la cotidiana demostración de que por nuestra raza habla el espíritu.
Muchas gracias.Texto leído en el aula magna de la
Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, México, abril 6 de 2005
Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, México, abril 6 de 2005
lunes, febrero 28, 2005
Cardarelli, Saba, Ungaretti y Quasimodo en nueva traducción
Antología de poetas italianos del siglo XX
UMBERTO SABA, VINCENZO CARDARELLI, GIUSEPPE UNGARETTI, SALVATORE QUASIMODO.
Traducciones de Marco Antonio Campos, epílogo de Stefano Strazzabosco.
UNAM Difusión cultural, México, 2004 (Col. El puente)
Hay un serio problema con los poetas muertos. Traducirlos.
Acierto adicional en la labor de MAC es la distancia y el respeto que tiene por la posición política o religiosa de un autor, como pudiera darse, concretamente, en el caso de Ungaretti y su estrecha relación con Mussolini, actitud que Campos desdeña sin que esto afecte la relación estética. En tal sentido, si se considera el volumen del trabajo dedicado a la poesía de Ungaretti en este tomo, se observará que más de la mitad del libro se dedica a la traducción de los trabajos de Ungaretti.
Ya iniciados en la discusión acerca de los autores incluidos en esta selección, cabe referirse a la temática de la compilación hecha por Campos de la obra de Saba, Cardarelli y Quasimodo. Si bien cada uno de ellos es distinto, comparten el dolor de los acontecimientos de la guerra y ser testigos de la devastación de un país y de su gente. En tal medida, son poetas que nos ofrecen sus heridas más profundas con una reiterada enseñanza: la fugacidad de la vida y la certeza de la incomprensión humana.
Veamos uno o dos ejemplos de la traducción de cada poeta.
me oprimirá, en un pensamiento, el pecho.
Los estorninos harán un clamor alto
sobre los árboles, al reunirse
en la avenida Veinte de septiembre.
Al mal prolongado del invierno
sólo tendré aquí de compañeros
ese pensamiento, y en el tejado el pardo gorrión.
En mi soledad las golondrinas
faltarán; y el amor en mis días tardíos.
Comtrastémoslo ahora con Vicenzo Cardarelli (1887-1959):
Cruel adiós
Te conocí cruel en la separación.
Te vi partir
como el soldado que va a la muerte
sin piedad para el que queda.
No me dejaste ninguna esperanza.
No tenías, en aquel punto,
la fuerza para verme.
Después, nada de ti, salvo tu espectro,
asiduo compañero, tu silencio
pavoroso como un pozo sin fondo.
Y me ilusiona
que puedas amarme de nuevo.
Y no hago sino buscarte, no espero
sino tu vuelta,
para verte cambiada, desmemoriada,
con fastidio de mí que me atreveré a hacerte
un amoroso y vano desdén.
De Giuseppe Ungaretti (1888-1970), cito dos:
la inexpresable nada
lo he vivido
de nuevo
en una época honda
fuera de mí
Estoy distante con mi memoria
detrás de aquellas vidas perdidas
Me despierto en un baño
de cosas amadas habituales
sorprendido
y endulzado
Con los ojos atentos
recorro las nubes
que se desatan dulcemente
y me acuerdo
de algún amigo
muerto
Pero Dios, ¿qué es?
Y la criatura
aterrada
abre bien los ojos
y acoge
gotas de estrellas
y la llanura muda
Y se siente
recuperado
Este lacerado de Salvatore Quasimodo (1901-1968):
en la noche de la lluvia. Será vano
el tiempo de la dicha, su furia, ese
mordisco suyo de rayo que destruye.
Abierta queda apenas la indolencia,
el recuerdo de un gesto, de una sílaba.
pero como un vuelo lento de pájaros
entre vapores de niebla. Y aún esperas,
no sé qué cosa, mi extraviada; acaso
una hora que decida, que reclame
el principio o el fin: la misma suerte.
Aquí, negro, el humo de los incendios
reseca aún la garganta. Si puedes
olvida aquel sabor de azufre,
y el miedo. Las palabras nos cansan,
ascienden desde un agua lapidada;
acaso el corazón nos queda, acaso el corazón. . .
UMBERTO SABA, VINCENZO CARDARELLI, GIUSEPPE UNGARETTI, SALVATORE QUASIMODO.
Traducciones de Marco Antonio Campos, epílogo de Stefano Strazzabosco.
UNAM Difusión cultural, México, 2004 (Col. El puente)
Hay un serio problema con los poetas muertos. Traducirlos.
Comentaba Rubén Bonifaz Nuño alguna vez respecto a lo imposible que es para el lector de una traducción de Horacio comprenderlo cuando el traductor ha soslayado la traducción rítmica de sus versos. «Horacio es sobre todo música; quien se la quite, mata al poeta», concluía. Así son de explícitos los comentarios de Bonifaz respecto a la traducción literaria.
Atento alumno de Bonifaz a lo largo de más de veinte años, ha sido Marco Antonio Campos, quien a lo largo de su vida se ha dedicado a traducir con singular tenacidad y oficio a diversos poetas (no sólo italianos; sino franceses y alemanes también). Los ha traducido bien. Sin embargo su perfeccionismo y su amor a la poesía lo han llevado en diversas ocasiones a volver sobre anteriores versiones y revisarlas, reconstruirlas, reintentarlas.
Campos es, en efecto, un traductor generoso: gusta de compartir la poesía que él disfrutó en otras lenguas y, en particular, prefiere difundir a aquéllos escritores de quienes más ha aprendido y respeta; porque, sabemos bien: traducir es la manera óptima de rendir homenaje a autores que reconocemos como universales.
A diferencia de quienes prefieren considerarse los supuestos propietarios de un autor y desdeñan la crítica o el consejo, M.A. Campos investiga a un poeta, coteja, evalúa versiones, comentarios, opiniones y experiencias de otros traductores y lectores. Sus estancias en Francia, Italia, Quebec, o Austria las ha dedicado al estudio del uso de las lenguas, su relación con hábitos y giros propios del lugar y, en la medida de lo posible, un conocimiento directo de las ciudades y sitios relacionados con los poetas que ocupan su atención. Ello, sin embargo, no se manifiesta jamás como erudición, sino en un intento sincero por comprender los mecanismos íntimos de la creación de un autor con base en el mundo que lo rodeó.
Acierto adicional en la labor de MAC es la distancia y el respeto que tiene por la posición política o religiosa de un autor, como pudiera darse, concretamente, en el caso de Ungaretti y su estrecha relación con Mussolini, actitud que Campos desdeña sin que esto afecte la relación estética. En tal sentido, si se considera el volumen del trabajo dedicado a la poesía de Ungaretti en este tomo, se observará que más de la mitad del libro se dedica a la traducción de los trabajos de Ungaretti.
Ya iniciados en la discusión acerca de los autores incluidos en esta selección, cabe referirse a la temática de la compilación hecha por Campos de la obra de Saba, Cardarelli y Quasimodo. Si bien cada uno de ellos es distinto, comparten el dolor de los acontecimientos de la guerra y ser testigos de la devastación de un país y de su gente. En tal medida, son poetas que nos ofrecen sus heridas más profundas con una reiterada enseñanza: la fugacidad de la vida y la certeza de la incomprensión humana.
Vidas devoradas por la injusticia y la jamás aceptada costumbre de la proximidad de la muerte, esta reunión de poetas es un carpe diem y un miserere que se alternan y confunden, ocasionalmente, en una lejana belleza percibida en el paisaje o bien en la imagen o la presencia de una mujer. Su sufrimiento tiene, en contraste, una madurez sublime aprendida o asimilada a partir del más exigente estoicismo, donde esta rebelde resignación ofrece la más depurada intensidad poética.
En el conjunto, comprendemos la riqueza de esta antología: nos encontramos ante una fuente de sabiduría profunda, producto de una meditada selección poética, tras una larga contemplación del sentido de cada poema. Por ello estremece a cada momento.
Por naturaleza, la poesía es un misil transcontinental: el lector de poesía no tiene la prisa del de la narrativa; no la necesita. El impacto poético es propiamente inmediato o a cortísimo plazo. Mas el avance en la lectura de estos poetas es particularmente lento. Tras una breve ráfaga inicial de tres o cuatro versos, el resto de sus poemas tienen otro ritmo, donde la idea necesita de un cambio de verso, para encabalgarse o contrastar las imágenes evocadas, con la excepción del verso de Quasimodo quien rara vez excede un promedio de seis o siete sílabas en sus versos.
Veamos uno o dos ejemplos de la traducción de cada poeta.
Encuentro al azar este poema de Umberto Saba, 1883-1957,(que me hubiera gustado fuera ?Avevo?):
Este año la ida de las golondrinas. . .
Este año la ida de las golondrinasme oprimirá, en un pensamiento, el pecho.
Los estorninos harán un clamor alto
sobre los árboles, al reunirse
en la avenida Veinte de septiembre.
Al mal prolongado del invierno
sólo tendré aquí de compañeros
ese pensamiento, y en el tejado el pardo gorrión.
En mi soledad las golondrinas
faltarán; y el amor en mis días tardíos.
Comtrastémoslo ahora con Vicenzo Cardarelli (1887-1959):
Cruel adiós
Te conocí cruel en la separación.
Te vi partir
como el soldado que va a la muerte
sin piedad para el que queda.
No me dejaste ninguna esperanza.
No tenías, en aquel punto,
la fuerza para verme.
Después, nada de ti, salvo tu espectro,
asiduo compañero, tu silencio
pavoroso como un pozo sin fondo.
Y me ilusiona
que puedas amarme de nuevo.
Y no hago sino buscarte, no espero
sino tu vuelta,
para verte cambiada, desmemoriada,
con fastidio de mí que me atreveré a hacerte
un amoroso y vano desdén.
De Giuseppe Ungaretti (1888-1970), cito dos:
Eterno
Entre una flor que cortas y otra que dasla inexpresable nada
Despertares
Mariano, 29 de junio de 1916
Cada momento míolo he vivido
de nuevo
en una época honda
fuera de mí
Estoy distante con mi memoria
detrás de aquellas vidas perdidas
Me despierto en un baño
de cosas amadas habituales
sorprendido
y endulzado
Con los ojos atentos
recorro las nubes
que se desatan dulcemente
y me acuerdo
de algún amigo
muerto
Pero Dios, ¿qué es?
Y la criatura
aterrada
abre bien los ojos
y acoge
gotas de estrellas
y la llanura muda
Y se siente
recuperado
Este lacerado de Salvatore Quasimodo (1901-1968):
Acaso el corazón
Se hundirá el olor acre de los tilosen la noche de la lluvia. Será vano
el tiempo de la dicha, su furia, ese
mordisco suyo de rayo que destruye.
Abierta queda apenas la indolencia,
el recuerdo de un gesto, de una sílaba.
pero como un vuelo lento de pájaros
entre vapores de niebla. Y aún esperas,
no sé qué cosa, mi extraviada; acaso
una hora que decida, que reclame
el principio o el fin: la misma suerte.
Aquí, negro, el humo de los incendios
reseca aún la garganta. Si puedes
olvida aquel sabor de azufre,
y el miedo. Las palabras nos cansan,
ascienden desde un agua lapidada;
acaso el corazón nos queda, acaso el corazón. . .
Cada uno de ellos es distinto y original, y magnífico. A cada uno de ellos lo sitúa Campos en su tiempo y lugar en un breve bosquejo biobibliográfico. Como beneficio adicional, al final del volumen se ofrece un ensayo de Stefano Strazzabosco que sitúa tanto a los poetas como a las principales corrientes de la poesía italiana del pasado siglo para quienes no somos especialistas en ella.
De modo que leamos con detenimiento estas más de 450 páginas de poesía, gocemos de la espléndida calidad un libro de tanto en su papel e impresión, como en su formato bilingüe y felicitemos a Marco Antonio Campos por esta labor que nos permite un nuevo acercamiento a estos espléndidos autores.
De modo que leamos con detenimiento estas más de 450 páginas de poesía, gocemos de la espléndida calidad un libro de tanto en su papel e impresión, como en su formato bilingüe y felicitemos a Marco Antonio Campos por esta labor que nos permite un nuevo acercamiento a estos espléndidos autores.
Comencemos con las moscas
Comencemos con las moscas
Moscas, niñas y otros muertos
Antología de cuento joven
Punto de partida, UNAM, México, 2004 (Antologías 1)
Moscas, niñas y otros muertos
Antología de cuento joven
Punto de partida, UNAM, México, 2004 (Antologías 1)
Comencemos por orden de aparición; comencemos por las moscas. Desde hace tiempo, las moscas y la literatura tienen una estrecha relación. Será que los muertos son clientes cotidianos en los territorios donde las letras tienen su creciente sede, o bien son una señal o un símbolo que periódicamente cabe introducir en un texto para recordarnos algo que está a punto de caer en el olvido.
Entre nosotros, en México, quienes notoriamente han subrayado la importancia de las moscas en la literatura son Tito Monterroso y Hugo Hiriart. Lo que en Monterroso es uso, en Hiriart se convierte en reflexión. Por ello debemos a Hiriart la paradójica y monumental frase: "De un lado el Apocalipsis de san Juan de Patmos, del otro el Elogio de la mosca de Luciano de Samosata. Entre estos dos extremos está toda la literatura.", frase con la que remonta a la literatura homérica la presencia de este insecto (Cfr. Hiriart, Hugo. Disertación sobre las telarañas, 1980), y de manera profética --como es uso cotidiano en el arte de las letras-- prevé este libro y sus alianzas secretas con el Apocalipsis.
Tal es el acierto de Carmina Estrada --su editora-- al titular Moscas, niñas y otros muertos esta reunión de autores recién avecindados en la república literaria con permiso para matar. Queda sin embargo para los críticos la dedicada tarea de distinguirlos y buscarles secretas afinidades, relaciones y parentescos con algunos otros de los más viejos vecinos; así como propiciar las rencillas que permitan sazonar la difícil relación que existe entre los asentados en las torres de marfil o en paraísos artificiales contra los más afines a las pandillas malditas, goliardas, o simplemente callejeras, entre otras muchas; a fin de comprobar cuál es su capacidad y resistencia.
Situación ésta que mucho halaga al espíritu de quienes gustan del espectáculo, pero circunstancia un tanto lejana aún; ya que por el momento sólo contemplamos, por así decirlo, la punta del iceberg. Para nuestra ventaja podemos leerlos ?escucharlos? sin prejuicio y comenzar a observar cómo han ido afilando sus armas.
Nada más injusto, entonces, que clavar la mirada en los breves trastabilleos que en algún momento de la lectura oculte el bosque. Toda obra primera es una marca a partir de la cual comprobaremos cuál es la evolución de una inteligencia, de una sensibilidad, de un estilo y la del cotidiano oficio por dominar el idioma; de manera que, quien explore las páginas de Moscas, niñas y otros muertos recuerde sencillamente que el proceso de maduración de un escritor depende de factores íntimos e irrepetibles. Lo demás, es no entender.
Seña distintiva de esta antología es el diverso origen de estos escritores en lazados por un tema afín: la muerte. Dependiendo de la edad del lector, la distancia temporal entre ellos (74-82) puede ser vista como una breve cuarteadura o una respetable grieta de edades. En cada uno de ellos es evidente la diversa formación que los precede y el resto de las semejanzas y diferencias son más bien para entretenimiento de las almas afines a la estadística. Sin embargo, encuentro en Buendía, Macedo, Piña Posas y Velázquez Betancourt una notable capacidad de imaginación y una aptitud narrativa, descriptiva poco usual.
¿Pero qué, de qué escriben?
En Maritza Buendía, (Zacatecas, Zac., 1974) destaca la obsesión por el erotismo y el trabajo de un estilo en vías de lo impecable. Su erotismo es resorte de situaciones: más el deseo y el comportamiento alrededor del deseo, que el amor. Buendía trabaja la sugerencia, se permite la descripción alrededor de la breve anécdota y disfruta las epifanías donde todo símbolo roza el dolor.
Esclavo del deseo, el hombre, en cualquiera de sus edades, cae en su propia trampa: es mero objeto para la mujer; no importa si el hombre se considera dueño de la situación, depende realmente de la fascinación que reside por naturaleza en la mujer e incluso sus victorias aparentes de dominación o posesión son muestra de torpeza e incapacidad. Todo acto masculino no hace sino confirmar la tesis de que el hombre es una mosca que se rebela contra la telaraña. Inalcanzable, impoluta, siempre, la mujer. El hombre, en la literatura de Buendía, es sólo un depredador sediento de belleza. La belleza es inalcanzable, por definición; y la mujer es la guardiana del secreto.
Humberto Macedo, (D.F. 1976), por su parte, muestra en _Nictofobia_ y en _El reto_ dos vertientes distintas: una de origen fantástico donde maneja la sugerencia y la atmósfera con particular cuidado. Gusta de hacer partícipe al lector de sus percepciones y no carece de particular cariño por sus personajes. Son seres útiles para la narración. Su mayor capacidad, en estos cuentos, están en la anatomía de la violencia: sea ésta física o del espíritu. Sus textos proponen con facilidad los conflictos humanos; pero sus personajes, solitarios, aislados o en busca de reconocimiento desconocen los caminos para sobrevivir.
No quiero decir con ello que Macedo no sepa dejarnos ver a sus personajes o los desconozca; por el contrario. Los visualizamos en sus limitaciones dolorosas, sean sensibles o inteligentes; pero no pueden escapar a destinos donde todas las vías pudieran estar abiertas, mas no las van a encontrar.
Su estilo es de aguafuerte, vigoroso, descarnado. Por momentos se permite el diálogo, sólo para demostrar que las frases, los comentarios de sus personajes los alejan de los demás: amplían la incomprensión y la distancia entre ellos, como imagen de un mundo donde las personas sobrevivirían más fácilmente en el silencio; entonces, tal vez, pudieran encontrar una salida.
Son inevitables las afinidades y las debilidades para el alma humana. Y de algún modo son regla en la lectura o en la apreciación de cualquier arte o humana fábrica. En tal sentido comparto con
Gerardo Piña, (D.F. 1975), el placer de las paradojas y las digresiones que marca la lectura placentera de Borges o de Arreola, de la filosofía de occidente o el mero juego de las consecuencias de una trama concebida como una partida de ajedrez. En tal sentido, sus relatos muestran una diferencia de tono con el resto de sus compañeros de volumen: _Cuatro minutos_, _El gato de Schrödinger_ y _La erosión de tinta_ propiciarán que sus textos sean vistos o como "muy intelectuales" o divertidísimos y que se le quieran pedir peras al olmo.
Tiene como ventaja su capacidad de exploración de temas y ambientes poco usuales en la literatura mexicana, lo cual diferencia su voz entre las del coro; ya que le gusta correr riesgos por senderos propios de otras literaturas.
No es muy distinto el caso de Abril Posas, (Guadalajara, 1982), quien arriesga una sola historia en este volumen. historia de cuyo desarrollo fui afortunado testigo: _Napalm_ es un relato que puede ocurrir en cualquier lugar, en cualquier momento o está sucediendo ahora en diversos sitios. Sus aciertos, más allá del desarrollo del tema, los encuentro en la sucesión de atmósferas y en la progresiva incorporación de personajes y de situaciones; donde más que recurrir a una narrativa tradicional, Posas conjuga y evoca en un continuo espacio-tiempo presencias y sensaciones propias de otras percepciones. La simultaneidad del hecho durante la lectura de la historia propicia un mantenido horror que breves imágenes o insinuaciones acentúan con la anestesiada lucidez con que alguien podría contemplar su propia autopsia.
Las narraciones de Diego Velázquez Betancourt cierran el volumen. Velázquez Betancourt afirma haber nacido en Puebla, en 1978, su humor y su obra, sin embargo, parecieran más bien los de un defeño contemporáneo en virtud del tono y empatía que muestra ante las catástrofes megaurbanas. Un toque ligeramente gótico nimba de elegancia su estilo, donde la ironía sugerida o evidente marcan el ritmo de la narración. Sus lectores aplaudirán su capacidad para dar una vuelta de tuerca a situaciones y temas propios del lugar común para llevarlos con perfección dramática o cinematográfica a un desenlace preciso. _Los espejos_ es un ejemplo de ello.
_Las moscas_ es el relato que debió cerrar el ordenamiento de sus textos; precisamente porque era inevitable escapar del tema, del protagonista y de su desmedida autoestima y de la implacable interferencia de sus peculiares vecinos y compañeros de trabajo.
En contraste, _Hombre muerto_ y su peculiar resignación es una historia que desborda hallazgos temáticos y literarios, e incluso se aparta ejemplarmente del tono y recursos que los autores mexicanos más destacados de la ficción en México habían logrado. Ya antologado, seguirá siendo texto favorito de futuras antologías.
En síntesis, se descubre, lo que podría ser materia prima, se descubre al final del viaje, es un reconfortante volumen de cuentos muy bien contados. Los jóvenes narradores han cumplido con responsabilidad y acierto sobresaliente su labor.
No se reconocerá de inmediato, pero es cuestión de dar tiempo al tiempo.
¿Camina uno entre muertos y entre fosas tras la lectura de Moscas, niñas y otros muertos? No lo siento así. Un joven escritor, un joven creador, contempla la muerte con la fascinación de los inmortales. Ciertamente cada uno de ellos o alguien de su generación ya ha estado frente a la muerte y la ha visto a los ojos. Mas la contemplan con fuerza y gallardía. Buscan dominarla. No la rehuyen ni le temen. Y de íntima manera tienen razón: no hay más satisfacción en la escritura que la escritura misma, cuya única promesa es sentarse a la mesa de los que vencen a la edad, a la incomprensión, al olvido y al tiempo. Atisban con seguridad su incipiente grandeza. Por ello, apuestan fuerte. No los perdamos de vista. Felicidades.
Entre nosotros, en México, quienes notoriamente han subrayado la importancia de las moscas en la literatura son Tito Monterroso y Hugo Hiriart. Lo que en Monterroso es uso, en Hiriart se convierte en reflexión. Por ello debemos a Hiriart la paradójica y monumental frase: "De un lado el Apocalipsis de san Juan de Patmos, del otro el Elogio de la mosca de Luciano de Samosata. Entre estos dos extremos está toda la literatura.", frase con la que remonta a la literatura homérica la presencia de este insecto (Cfr. Hiriart, Hugo. Disertación sobre las telarañas, 1980), y de manera profética --como es uso cotidiano en el arte de las letras-- prevé este libro y sus alianzas secretas con el Apocalipsis.
Tal es el acierto de Carmina Estrada --su editora-- al titular Moscas, niñas y otros muertos esta reunión de autores recién avecindados en la república literaria con permiso para matar. Queda sin embargo para los críticos la dedicada tarea de distinguirlos y buscarles secretas afinidades, relaciones y parentescos con algunos otros de los más viejos vecinos; así como propiciar las rencillas que permitan sazonar la difícil relación que existe entre los asentados en las torres de marfil o en paraísos artificiales contra los más afines a las pandillas malditas, goliardas, o simplemente callejeras, entre otras muchas; a fin de comprobar cuál es su capacidad y resistencia.
Situación ésta que mucho halaga al espíritu de quienes gustan del espectáculo, pero circunstancia un tanto lejana aún; ya que por el momento sólo contemplamos, por así decirlo, la punta del iceberg. Para nuestra ventaja podemos leerlos ?escucharlos? sin prejuicio y comenzar a observar cómo han ido afilando sus armas.
Nada más injusto, entonces, que clavar la mirada en los breves trastabilleos que en algún momento de la lectura oculte el bosque. Toda obra primera es una marca a partir de la cual comprobaremos cuál es la evolución de una inteligencia, de una sensibilidad, de un estilo y la del cotidiano oficio por dominar el idioma; de manera que, quien explore las páginas de Moscas, niñas y otros muertos recuerde sencillamente que el proceso de maduración de un escritor depende de factores íntimos e irrepetibles. Lo demás, es no entender.
Seña distintiva de esta antología es el diverso origen de estos escritores en lazados por un tema afín: la muerte. Dependiendo de la edad del lector, la distancia temporal entre ellos (74-82) puede ser vista como una breve cuarteadura o una respetable grieta de edades. En cada uno de ellos es evidente la diversa formación que los precede y el resto de las semejanzas y diferencias son más bien para entretenimiento de las almas afines a la estadística. Sin embargo, encuentro en Buendía, Macedo, Piña Posas y Velázquez Betancourt una notable capacidad de imaginación y una aptitud narrativa, descriptiva poco usual.
¿Pero qué, de qué escriben?
En Maritza Buendía, (Zacatecas, Zac., 1974) destaca la obsesión por el erotismo y el trabajo de un estilo en vías de lo impecable. Su erotismo es resorte de situaciones: más el deseo y el comportamiento alrededor del deseo, que el amor. Buendía trabaja la sugerencia, se permite la descripción alrededor de la breve anécdota y disfruta las epifanías donde todo símbolo roza el dolor.
Esclavo del deseo, el hombre, en cualquiera de sus edades, cae en su propia trampa: es mero objeto para la mujer; no importa si el hombre se considera dueño de la situación, depende realmente de la fascinación que reside por naturaleza en la mujer e incluso sus victorias aparentes de dominación o posesión son muestra de torpeza e incapacidad. Todo acto masculino no hace sino confirmar la tesis de que el hombre es una mosca que se rebela contra la telaraña. Inalcanzable, impoluta, siempre, la mujer. El hombre, en la literatura de Buendía, es sólo un depredador sediento de belleza. La belleza es inalcanzable, por definición; y la mujer es la guardiana del secreto.
Humberto Macedo, (D.F. 1976), por su parte, muestra en _Nictofobia_ y en _El reto_ dos vertientes distintas: una de origen fantástico donde maneja la sugerencia y la atmósfera con particular cuidado. Gusta de hacer partícipe al lector de sus percepciones y no carece de particular cariño por sus personajes. Son seres útiles para la narración. Su mayor capacidad, en estos cuentos, están en la anatomía de la violencia: sea ésta física o del espíritu. Sus textos proponen con facilidad los conflictos humanos; pero sus personajes, solitarios, aislados o en busca de reconocimiento desconocen los caminos para sobrevivir.
No quiero decir con ello que Macedo no sepa dejarnos ver a sus personajes o los desconozca; por el contrario. Los visualizamos en sus limitaciones dolorosas, sean sensibles o inteligentes; pero no pueden escapar a destinos donde todas las vías pudieran estar abiertas, mas no las van a encontrar.
Su estilo es de aguafuerte, vigoroso, descarnado. Por momentos se permite el diálogo, sólo para demostrar que las frases, los comentarios de sus personajes los alejan de los demás: amplían la incomprensión y la distancia entre ellos, como imagen de un mundo donde las personas sobrevivirían más fácilmente en el silencio; entonces, tal vez, pudieran encontrar una salida.
Son inevitables las afinidades y las debilidades para el alma humana. Y de algún modo son regla en la lectura o en la apreciación de cualquier arte o humana fábrica. En tal sentido comparto con
Gerardo Piña, (D.F. 1975), el placer de las paradojas y las digresiones que marca la lectura placentera de Borges o de Arreola, de la filosofía de occidente o el mero juego de las consecuencias de una trama concebida como una partida de ajedrez. En tal sentido, sus relatos muestran una diferencia de tono con el resto de sus compañeros de volumen: _Cuatro minutos_, _El gato de Schrödinger_ y _La erosión de tinta_ propiciarán que sus textos sean vistos o como "muy intelectuales" o divertidísimos y que se le quieran pedir peras al olmo.
Tiene como ventaja su capacidad de exploración de temas y ambientes poco usuales en la literatura mexicana, lo cual diferencia su voz entre las del coro; ya que le gusta correr riesgos por senderos propios de otras literaturas.
No es muy distinto el caso de Abril Posas, (Guadalajara, 1982), quien arriesga una sola historia en este volumen. historia de cuyo desarrollo fui afortunado testigo: _Napalm_ es un relato que puede ocurrir en cualquier lugar, en cualquier momento o está sucediendo ahora en diversos sitios. Sus aciertos, más allá del desarrollo del tema, los encuentro en la sucesión de atmósferas y en la progresiva incorporación de personajes y de situaciones; donde más que recurrir a una narrativa tradicional, Posas conjuga y evoca en un continuo espacio-tiempo presencias y sensaciones propias de otras percepciones. La simultaneidad del hecho durante la lectura de la historia propicia un mantenido horror que breves imágenes o insinuaciones acentúan con la anestesiada lucidez con que alguien podría contemplar su propia autopsia.
Las narraciones de Diego Velázquez Betancourt cierran el volumen. Velázquez Betancourt afirma haber nacido en Puebla, en 1978, su humor y su obra, sin embargo, parecieran más bien los de un defeño contemporáneo en virtud del tono y empatía que muestra ante las catástrofes megaurbanas. Un toque ligeramente gótico nimba de elegancia su estilo, donde la ironía sugerida o evidente marcan el ritmo de la narración. Sus lectores aplaudirán su capacidad para dar una vuelta de tuerca a situaciones y temas propios del lugar común para llevarlos con perfección dramática o cinematográfica a un desenlace preciso. _Los espejos_ es un ejemplo de ello.
_Las moscas_ es el relato que debió cerrar el ordenamiento de sus textos; precisamente porque era inevitable escapar del tema, del protagonista y de su desmedida autoestima y de la implacable interferencia de sus peculiares vecinos y compañeros de trabajo.
En contraste, _Hombre muerto_ y su peculiar resignación es una historia que desborda hallazgos temáticos y literarios, e incluso se aparta ejemplarmente del tono y recursos que los autores mexicanos más destacados de la ficción en México habían logrado. Ya antologado, seguirá siendo texto favorito de futuras antologías.
En síntesis, se descubre, lo que podría ser materia prima, se descubre al final del viaje, es un reconfortante volumen de cuentos muy bien contados. Los jóvenes narradores han cumplido con responsabilidad y acierto sobresaliente su labor.
No se reconocerá de inmediato, pero es cuestión de dar tiempo al tiempo.
¿Camina uno entre muertos y entre fosas tras la lectura de Moscas, niñas y otros muertos? No lo siento así. Un joven escritor, un joven creador, contempla la muerte con la fascinación de los inmortales. Ciertamente cada uno de ellos o alguien de su generación ya ha estado frente a la muerte y la ha visto a los ojos. Mas la contemplan con fuerza y gallardía. Buscan dominarla. No la rehuyen ni le temen. Y de íntima manera tienen razón: no hay más satisfacción en la escritura que la escritura misma, cuya única promesa es sentarse a la mesa de los que vencen a la edad, a la incomprensión, al olvido y al tiempo. Atisban con seguridad su incipiente grandeza. Por ello, apuestan fuerte. No los perdamos de vista. Felicidades.
miércoles, enero 19, 2005
Una disculpa
De Quincey no dijo lo que digo.
Espero que tal imprecisión no altere el curso de la historia y se me disculpe por tan sesgada visión de los hechos. Gracias.
En líneas precedentes me refiero equivocadamente a un árbol que admiraba Kant, cuando la cita original debería ser:
During this state of repose he took his station winter and summer by the stove, looking through the window at the old tower of Lobenicht; not that he could be said properly to see it, but the tower rested upon his eye, ?obscurely, or but half revealed to his consciousness. No words seemed forcible enough to express his sense of the gratification which he derived from this old tower, when seen under these circumstances of twilight and quiet reverie. The sequel, indeed, showed how important it was to his comfort; for at length some poplars in a neighboring garden shot up to such a height as to obscure the tower, upon which Kant became very uneasy and restless, and at length found himself positively unable to pursue his evening meditations. Fortunately, the proprietor of the garden was a very considerate and obliging person, who had, besides, a high regard for Kant; and, accordingly, upon a representation of the case being made to him, he gave orders that the poplars should be cropped. This was done, the old tower of Lobenicht was again unveiled, and Kant recovered his equanimity, and pursued his twilight meditations as before.
Espero que tal imprecisión no altere el curso de la historia y se me disculpe por tan sesgada visión de los hechos. Gracias.
La mirada de la inocencia
No le conozco enemigos a Vicente Quirarte más allá de sus propias palabras. Sus laberintos de palabras. Malabarismos que le complican la vida en contraste con sus rasgos más luminosos: su natural bondad, su generosidad, su curiosidad infantil, su amplísima colección de chistes de salón y su amor a la poesía. Dudo a veces de que sea mexicano porque su inteligencia carece de complicaciones. Eso es no tener espíritu nacional --afirmo en mala broma--, porque Vicente es uno de los conocedores duros de nuestra literatura y de nuestra historia.
Pater conscriptii, Quirarte es de los miembros fundadores del club del Golosón, hará unos veinte o más años (cuando tenía más cabellitos en su resplandeciente testa), una cofradía que dejó a un lado cuando aceptó ser uno de los grandes Calaca y autor de múltiples apodos y travesuras inocentes. Comprador compulsivo de plumas caras y finas, tiene la mejor letra del salón de clase de los discípulos de Rubén Bonifaz Nuño, con quien está comiendo en su fotografía del Rioja. De él me gustan su poesía y sus cuentos (que tienen más punch que sus ensayos, donde no afila las Montblanc contra nadie).
El único defecto que lo marca es la duda metódica. Duda incluso de si estará dudando. Lo cual lo vuelve frágil. Pero su amor a Rimbaud y a los vampiros compensan esa costumbre que lo hace dudar respecto al mejor de los consejos en los peores momentos, cuando no puede resolver las situaciones con mente clara. Me explico: es capaz de consultar respecto a la cualidad de una computadora ocho o diez veces, y tras hacer dudar a uno mismo de la bondad del consejo va y hace lo que quiere. Eso está bien en la creación artística, pero no cuando se trata de elegir entre una Vaio una E-Mac o una Toshiba. Porque luego se queja de que tal o cual programa no existen para su chunche.
Es sin embargo de los compañeros de viaje más deliciosos y solidarios. Y no se niega a presentación de libro o frivolidad alguna de la vida literaria, lo que lo hace conocedor de todos los rincones y tugurios de la lumpen literatura nacional. Alabado por moros y cristianos, ha sido el mejor editor de poesía de la última década del siglo XX con su colección El Ala del Tigre. A él, junto con Marco Antonio Campos y Francisco Hernández los leo con gusto y orgullo fraterno.
Le agradezco su lealtad sin fin en los momentos difíciles y que me haya presentado a Sandro Cohen. Lo cual no muchos comprenden, pero lo da un sabor Calaca a la vida.
Es sin embargo de los compañeros de viaje más deliciosos y solidarios. Y no se niega a presentación de libro o frivolidad alguna de la vida literaria, lo que lo hace conocedor de todos los rincones y tugurios de la lumpen literatura nacional. Alabado por moros y cristianos, ha sido el mejor editor de poesía de la última década del siglo XX con su colección El Ala del Tigre. A él, junto con Marco Antonio Campos y Francisco Hernández los leo con gusto y orgullo fraterno.
Le agradezco su lealtad sin fin en los momentos difíciles y que me haya presentado a Sandro Cohen. Lo cual no muchos comprenden, pero lo da un sabor Calaca a la vida.
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