sábado, octubre 25, 2008

Toc, toc


Pasos de ornitorrinco

Una breve visita a James Hadley Chase

HACE UN PAR DE AÑOS, un grupo de escritores fue invitado por el Instituto Nacional de Ciencias Penales, INACIPE, para ofrecer un seminario relativo a la novela negra. Más que promover la lectura, el curso tenía como motivo leer y comentar una serie de cuentos y novelas donde diversos crímenes son vistos desde el lado de la ficción.

El objetivo, mostrar que la literatura puede ser una herramienta para que los estudiantes de esas especialidades tuvieran la oportunidad de fortalecer su currícula, cuyo fin es “realizar investigaciones de alto nivel y procurar enseñanza superior en el área de las ciencias penales”.

Llamaba la atención que los estudiantes dedicados a la investigación criminal no tuvieran, en su mayoría, conocimiento de los autores canónicos respecto al tema, ni de mexicanos, ni del exterior. Propiamente, Rafael Bernal, Vicente Leñero o Paco Ignacio Taibo II no estaban entre sus conocimientos generales, y Jim Thompson o Dashiell Hammett podían para ellos presentarse como corredores de fondo o como médicos prominentes, daba lo mismo.

En asuntos criminales en México, lo han repetido procuradores y exprocuradores, la mayor parte de la investigación en torno a los casos que se presentan, la solución —de ocurrir — se debe a informantes más que a otro tipo de trabajo de los ministerios públicos. Hay, es cierto, especialistas en todas las ramas, y me pregunto qué papel representan en su labor la intuición y la imaginación.

Asunto aparte es la sicología criminal, de la que poco podemos apreciar en la nota roja de los diarios, donde se usa la frase hecha de: “al notar que actuaban con nerviosismo, procedieron a investigar y…”, que se registra en la descripción de algunas capturas o enfrentamientos in fraganti.

Descreo, por otro lado, de las series televisivas que propician la seguridad de las capturas de criminales en menos de 24 horas, que mucho ayudan a pensar que podemos controlar el temor de que la cohesión social y cultural se nos escapó de las manos hace tiempo y que vivimos en un mundo con pronta solución a sus problemas.

En James Hadley Chase, uno de los grandes autores del género negro, encuentro arquetipos que bien describen parte de la realidad contra la que nos enfrentamos. Vale recordar, digamos, la conversación entre los mafiosos Johnny Bianda y Joe Massino en Toc, toc, ¿quién es? (1973) del propio Chase: “¿Has leído alguna vez un libro?, Johnny?”. “No”. “Yo tampoco. ¿Quién quiere leer un libro?”, para sentirme como en casa.

J. Hadley Chase, cabe recordar, publicó en 1939 una novela estremecedora, El secuestro de Miss Blandish, cuya fuerza poco o nada le pide al Truman Capote de A sangre fría. La versión de Joaquín Urrieta mereció tanto ser de los grandes éxitos de EMECÉ, en su momento, como la reedición que hizo editorial Anagrama.

Ni la historia ni la trama son simples, ilustran con claridad un precepto del análisis lógico: hay cuestiones que pueden resolverse sin salir de la caja; otras, sólo obtienen respuesta pensando desde afuera de la caja.

El viejo aforismo “nada humano me es ajeno”, no significa, necesariamente, que mis procesos de pensamiento, delimitados por mi forma de ser, permitan que comprenda los modos de proceder de otra persona. Por ello, Poe recomendaba ponerse en el pensamiento del otro y adelantar sus jugadas.

Adoptando estos principios al secuestro de Miss Blandish, puede comprenderse con claridad por qué la policía y el FBI no pudieron resolver en meses el secuestro de la notable heredera. Es entonces cuando el viejo Blandish decide contratar a Dave Fenner, antiguo reportero, quien define su oficio de investigador privado como “estar atento a lo que sucede. Ya que nunca sé si tendré que utilizar los datos que recojo”.

Fenner será quien pueda seguirle los pasos a Slim Grissom, uno de los grandes perfiles sicóticos de la novela criminal, y resolver los entretelones del caso. Este enfrentamiento hace de la novela una historia vertiginosa, amarga y memorable. Ya que la mente previsora de Fenner no es capaz de abarcar la visión de todo espíritu humano con la dimensión con que James Hadley Chase logra hacerlo.

Septiembre, 2008

Colaboración mensual en el Financiero



Pasos de ornitorrinco *

No sólo leer; escuchar, también.


ME GUSTA ESCUCHAR UN TEXTO. Algunas veces se puede oír leído por sus autores: ese es el placer al cierre de una presentación o, sencillamente en una grabación o lectura en voz alta. El oído se educa para escuchar el ritmo de una frase, de un verso. Muchos errores inadvertidos de la escritura, también, se delatan al leerse para un público.

El ejercicio requiere adiestramiento: en ocasiones es difícil seguir un texto cuando solamente se le escucha. Por el contrario, es muy cómodo seguir a una obra si se tiene una copia del trabajo.

Desde que surgió el Ipod me llamó la atención su tecnología. Es una computadora pensada para reproducir sonido (aunque hay quien la usa como un respaldo cualquiera de información). Pero sólo hace un año me convencí de su utilidad: el ruido en la oficina —descubrí— puede amortiguarse con el reproductor.

Asimismo, encontré un programa gratuito (Audacity) capaz de trasladar muchas grabaciones al formato que utiliza el Ipod. Poco a poco he traducido viejos cassettes a mp3: muchos de ellos son lecturas y conferencias de autores.

En Internet, hay también, a través de Gutenberg.org llegué a Librivox.org, un amplio acervo de grabaciones de libros que concuerdan con las versiones de Gutenberg. Ambos sitios regalan sus productos. Sin mucho esfuerzo he aprendido a leer y escuchar textos que están en español, o en inglés, o en francés, además de que tienen materiales en otras lenguas. Ignoro si mi pésima pronunciación ha mejorado, pero mi comprensión se ha incrementado notoriamente junto con el gusto por este proceso. Siempre da gusto tener acceso a hallazgos poco usuales.

Uno de ellos es una versión en inglés de H. Rider Haggard, el conocido autor de Ella y Las minas del rey Salomón: Heart of the World, que puede traducirse como El corazón del mundo, una novela de aventuras con diversos perfiles. La liberó Librivox hace unos meses: la grabación es magnífica y la lectura del intérprete (anónimo), de aplauso.

La novela sucede en el México del siglo XIX, cuando un inglés (Jones) llega a explorar la selva maya, donde conoce a un hacendado, don Ignacio, el último descendiente de Cuauhtémoc. Este lo recibe con respeto y aprecio. Al paso de las semanas se hacen grandes amigos. Entonces, don Ignacio le confiará su historia.

Asistimos a la biografía del último emperador azteca. “El corazón del mundo” es un antiguo talismán —heredado secretamente, de generación en generación, entre los príncipes mexicanos. Su posesión le confiere a don Ignacio el gobierno de todos los indios de México. Y la posibilidad de tener acceso a los grandes tesoros escondidos de Moctezuma.

Eso no es todo, la joya de Ignacio sólo corresponde a la mitad del secreto. Su parte es la de la luz. Y desde hace siglos está perdida su contraparte, la que corresponde a la noche. Ambas, deben unirse en la ciudad del Corazón, que guarda incontables riquezas.

Esto sólo podrá lograrlo Ignacio a través de una serie de pruebas, fracasos y aventuras. En su búsqueda, el Señor del Corazón del Mundo conocerá a Strickland, un gentilhombre inglés que será su compañero inseparable a lo largo de la historia.

Por ello, leer y/o escuchar El corazón del mundo es una experiencia deleitosa. Haggard demuestra su usual talento narrativo a lo largo de todo el volumen. Adicionalmente, para quien conoce México, el libro le ofrece un país imaginado, es cierto; pero de referencias verosímiles en sus atmósferas y ambientes: con una magia y misterios que nos son conocidos, pero pocas veces capturados desde miradas ajenas a nuestros modos de ser.

Sin éxito he buscado traducciones al castellano de Heart of the World, lo que no debe ser impedimento para conocer el libro, si se tiene el placer de la aventura. Será una experiencia que se agregue a la gesta de Strickland y de Ignacio.

Agosto, 2008

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* El ornitorrinco es el mamífero más alejado evolutivamente del hombre.