domingo, octubre 21, 2007

Breve y bueno



CUANDO TRANSCRIBO POEMAS, lo cual es un delicioso ejercicio, he notado con frecuencia un condicionamiento de la cuartilla en blanco: muchos poetas contemporáneos se ajustan a la página, consciente o inconscientemente. Lo cual no pasa de ser un dato curioso, que ni siquiera apoya la estadística.

Verso libre y verso blanco o formas rítmicas el poema alcanza una expresión siempre diversa cuya referencias pueden ser numerosas sea por la sensación, sea por la descripción, el juego de imágenes y símbolos, la representación del mundo, la suma de una experiencia de vida o de un mero acto, etc.

En Silencios, Iván Trejo, o Raúl Iván Trejo decide que el poema puede ser diverso asunto, mas siempre breve. Relámpago o epifanía, el poema es para decirse, para ser atrapado y cantarse. También, un espejo del deseo y de la pasión de la carne pasajera; una definición del tiempo entre la ausencia o la presencia de una entidad extrañada; beso y estremecimiento; o fragmento de una mujer; en tanto el silencio es imagen de la muerte, o nada.

A partir de tales percepciones, que en Silencios son iluminaciones, la poesía de Trejo se vuelve reflexiva, la palabra es instrumento de milagros y/o palanca para lo imposible; de ahí que en ocasiones el silencio tome la forma también del fuego amatorio compartido o se mude en eje del tiempo, suma de soledades y a veces sea el medio a través del cual se contemplan callados extremos impronunciados del mundo:

XV

Tu nombre

tallado en el pino

el tule

el abedul

sólo tu nombre

cerrando mis ojos.

Momento que alcanza el poeta a percibir en otros espacios de la naturaleza: sucede así también con la visión de una urraca y su “invisible canto”. Visiones tales podrían tener una explicación en la necesidad de recurrir a la poesía para hacer un registro de aquello que en la soledad, en los ocasos ardientes, transforma al hombre de todos los días en un obsesivo perseguidor del poema.

Trejo gusta por momentos del abandono de la brevedad: esto sucede al romperse el silencio de las cosas: cuando acecha alguna amenaza. Mas no ignora que, ante el peligro, lo mejor es soportarlo estoicamente, sin queja, lamento o grito. En contraste, hay momentos secretos donde el mundo propio, íntimo, padece —como inmerso en una dimensión ajena—: acude a la experiencia e infiere así que pronto salvará el escollo, ya que tales hechos son rito de paso o parte de un necesario ciclo en la vida de todo hombre.

Con ello, se observa cómo a partir de los silencios se ha ido formulando una propia definición de la naturaleza del escritor, totalmente visible, mas sin fácil perspectiva de no existir un principio ordenador: la sucesión númerica en la que ha basado el poeta la construcción de su obra. Silencios, en principio, no es un libro para leerse desordenadamente, bajo riesgo de perder la clave del volumen, su evolución y proceso.

Veamos por ejemplo: ¿Qué ocurre ante la contemplación de la muerte? ¿Qué ve el poeta en ese territorio de los inmensos silencios?:

XXIV

La buena muerte

da besos que no despiertan.

Cada límite le permite fijar una serie de símbolos que marcan el juego de su alegoría, donde la urraca, la niebla y la oscuridad son puerto último del amor (porque el poeta se asume también en ocasiones como oscuridad).

Por ello, al término de la primera mitad del conjunto de poemas, Trejo hace un paréntesis, donde confiesa que el trabajo poético es como la obra de la urraca. La concisión de la imagen es espléndida (Trejo, Silencios, XXXIII). Los poemas siguientes dan cuenta de esa conciencia del creador en relación con los demás oficiantes de la poesía. Y cabe notar en el poema XXXVI un guiño orgulloso para aquel poeta heterónimo de Borges que, en “Museo”, ‘declara su nombradía’.

De

nadie

ha

sido

suyo

este

silencio

mío.

Estas reflexiones las interrumpe la ruptura amorosa: intempestiva. Así el ser que deja de ser, sin morir, puede incluso contemplar su agonía —sin límite— desde la otredad. Cumplido el hecho, separados los amantes, el poeta ha regresado a las sombras, al silencio. Es nadie, nada.

Largos son el dolor y las formas del recuerdo, hasta que un acompañante, velada representación de la Poesía, se manifiesta ante él, con extraño aspecto, ‘jugando con las patas de los grillos’ y un nuevo horizonte se manifiesta. Es el nacimiento de otro ciclo. Es una vuelta a un nuevo silencio.

Trejo, comprendemos, es un poeta que dice y calla. Deja al lector compartir el placer de la epífanía a un lado del creador y logra en la brevedad la invocación de un mundo donde el silencio y la luz ordenan en el atanor oscuro del alma de la palabra los temas de la poesía que a lo largo de toda tradición hacen a los hombres recordar que poseen una trascendencia más allá de los meros actos cotidianos. Quien llegue a las páginas de Silencios observe callado y respetuoso el canto que cada verso del poeta hace nacer en su corazón.